En los Confines de la Tierra III

miércoles, 21 de octubre de 2009

Varios días después, en algun lugar del Mare Magnum:

Cuando despertó, su cuerpo magullado se vio sacudido por violentas arcadas y volvió la cabeza para vomitar en el cubo que esperaba al lado de su camastro. Tenía la entrepierna en carne viva y un dolor lacerante le acuchillaba el vientre. Le dolía tanto que incluso respirar era un suplicio.
Abrió los ojos febriles, poco a poco, y la realidad se reconstruyó lentamente a su alrededor: ahí estaba el estrecho cubículo que había sido su mundo durante ya no recordaba cuandos días, el camastro apestoso manchado de orín y vómito, y el diminuto tragaluz por el que entraba un ínfimo rayo de luz que no bastaba para alejar la oscuridad que la embargaba.
Ya había perdido la cuenta de cuantos hombres habían pasado por aquella celda infame sacudida por el embate de las olas, liberando sobre ella su violencia y su lujuria, doblegándo su voluntad hasta que ya no tuvo fuerzas para seguir luchando. Ahora las cuerdas que le mordían las extremidades ya no tenían sentido: no hubiera podido ponerse en pie aunque hubiera querido, débil como estaba. Tampoco podía llorar: las lágrimas habían arrasado sus ojos durante tanto tiempo que se habían agotado, de modo que su angustia y frustración se habían enconado en su alma, como una herida infectada. ¿Cuanto tiempo había pasado? No lo sabía, ya nisiquiera importaba. Llevaban navegando quién sabe cuantos días, y la fiebre había borrado muchos de ellos de su memoria. Tampoco sabía donde estaban.

La herida de su costado supuraba, podía sentir los gusanos retorciéndose en ella, y una nueva arcada la dobló por la mitad. No tuvo tiempo de volverse hacia el cubo. Y así, empapada en su propio vómito, se vio arrastrada de nuevo hacia la inconsciencia.

[...]


La fiebre hizo presa en ella durante días y cuando volvió a despertar, todo resultaba confuso. Recordaba, entre nieblas, la voz cansada y divertida hablando desde la puerta.

- Ya habéis tenido bastante. Lavadla y curadle esa herida- había dicho- o no nos darán por ella ni tres cobres en el mercado.

Alguien había cambiado el jergón y limpiado la inmundicia de su cuerpo. El dolor ahora era sordo y persistente pero lejano, y le habían desatado las manos y los pies. Habían puesto una venda limpia envolviéndole el torso y una sábana gruesa que le arañaba la piel pero que al menos estaba limpia, le cubría el cuerpo. Tiritaba, pero ya no sabía si era por la fiebre o por las corrientes que recorrían el zulo. Todo se movía, sentía los brazos y las piernas entumecidos, y sintió el mordisco del hambre en las entrañas. Vio, junto a la cama, donde antes había estado el cubo, una bandeja de madera con un odre de agua y un mendrugo de pan.

Trató de enderezarse, pero en cuanto alzó la cabeza, el mundo se volvió del revés y la obligó a tenderse de nuevo. Respiró hondo, con mucho cuidado para no reventar los nuevos puntos de su costado. Lo intentó de nuevo, pero las náuseas eran tan intensas que comprendió que tardaría días en poder incoporarse. Se concentró en sus brazos, tenía la certeza de que el hambre y la acuciante sed la debilitaban. Tenía que beber y comer, fuera como fuera. Con lentitud y cuidado, extendió el brazo intentándo alcanzar la bandeja, pero su torpeza hizo que arrastrara demasiado la mano y la bandeja cayó al suelo con un chasquido. En el camastro, Irinna maldijo para sus adentros y se deslizó como pudo hacia el borde del jergón. Inclinándose precariamente hacia el exterior y con ayuda del cabeceo del barco, ella también cayó al suelo con un golpe sordo. La caída la aturdió y le arrebató el aire de los pulmones. La herida del costado protestó con un latigazo de dolor.

- Muévete- se dijo con la voz rasposa de la sed- tienes que beber.

Tanteando torpemente en la oscuridad, buscó el contenido de la bandeja, desperdigado por el suelo tras la caída. Acuciada por la sed, se arrastró precariamente por el suelo, escuchando los chillidos de las ratas por aquella intrusión en su territorio, pero no le importó. Tenía que beber, reponerse de la deshidratación, y comer algo. Su mano por fin tanteó el mendrugo de pan.

Con un jadeo de asco, apartó a las ratas a manotazos y se lo llevo a la boca. Los dientes le dolieron cuando dio el primer bocado, pero se obligó a seguir. El pan duro le arañó la garganta trazando hilos de fuego hasta su estómago. Contuvo las arcadas y dio otro bocado, y otro, y sintió como le estabilizaba el vientre y el mareo se calmaba levemente.
Un bocado, otro, a pesar del dolor de la boca, y de pronto se encontró pellizcándo el suelo en busca de las exiguas migas de pan que habían caído de sus labios. Cuando ya no encontró más, se tendió de nuevo en el suelo y respiró hondo, tratando de aplacar las náuseas.

- Tienes que beber- insistió- ¡Muévete!

Se volvió y se arrastró con el vientre contra el suelo en busca del odre. No estaba lejos, lo encontró entre dos toneles que se apoyaban en la pared. Con ansiedad lo abrió y se llevó el agua a los labios, que se deslizó por su garganta apagando el fuego. Bebió dejando que su frescura la llenara por dentro e imaginó que se sumergía en un lago inmenso de aguas limpias que se llevaban todo el dolor y la humillación y la rabia. Y allí, tirada en el suelo, aferrada al odre ya vacío, se volvió a dormir.

[...]

Despertó sintiendo unas manos callosas y curtidas recorriendo su cuerpo. Se revolvió para librarse, débilmente, y un bofetón le cruzó el rostro, volviéndole la cabeza con brusquedad y dejando un rastro ardiente.

- Estate quiera- escupió su carcelero con una voz ronca que apestaba a alcohol.- No querrás que te ate de nuevo a la cama ¿verdad?

Se quedó inmóvil y el visitante recorrió su cuerpo una vez más con insidiosa lentitud. Apretó los dientes, dispuesta a alejarse de su cuerpo una vez más, pero cuando ya esperaba un tirón brusco que le separara las rodillas, se sintió izada por la cintura y depositada en el camastro. De pronto sintió el borde de una jarra en los labios. Los ojos le lagrimearon por los vapores del acohol. Apartó el rostro, pero su captor insistió. El contenido apestaba y la mareaba. Volvió a apartar el rostro.

- Bebe.- dijo la voz de su carcelero en la penumbra, insistiendo con la jarra- No creo que quieras perder los dientes ¿Cierto?

Su mente recordó entre nieblas lo que su tío le había contado sobre la navegación en alta mar... Grog para combatir en escorbuto. Reprimiendo la náusea, bebió.
El grog le ardió en la boca y la garganta y le hizo toser, embotándole la mente.

- ¡Bebe!

Bebió aquel brebaje ardiente hasta que una arcada le sobrevino. Su captor alejó la copa.

- Más te vale no vomitar.- espetó con crueldad desde la puerta- No tendrás comida ni agua hasta mañana por la noche.

Dicho esto, se marchó, y embotada por los vapores etílicos del grog, se quedó dormida.

[...]

Los días pasaron con insidiosa lentitud, sin distinguirse unos de otros salvo por las ocasionales visitas de su carcelero. No sabía cada cuanto venía, ni cada cuanto dejaban en la mesa el mendrugo de pan y el odre de agua. La herida de su costado, pese a todo, se curaba: ya no supuraba y poco a poco el dolor fue remitiendo.

Seguían navegando, el cabeceo del barco era una constante en aquella oscuridad eterna y asfixiante, y ya no recordaba la última vez que la habían forzado. Gracias a la Luz, al fin se habían olvidado de ella. Desconocía lo que el destino le tenía preparado, pero ¿qué importaba? ¿Quién iba a encontrarla y salvarla, perdida como estaba en alta mar? ¿Quién iba a querer encontrarla después de lo que le habían hecho, mancillada y rota como estaba? Trató de alejar los recuerdos, las manos de Gaerrick en su cintura, la silueta de Angeliss contra la chimenea, el alegre parloteo de Klode... Para ellos probablemente ya estaba muerta. Hubiera podido hundirse con aquella certeza, languidecer hasta morir como las protagonistas de las novelas, pero pese a todo se fue abriendo paso en su mente, poco a poco, la determinación de sobrevivir.

El primer paso, el primordial, era conocer el estado de su maltrecho cuerpo. Comprobó, con alivio que podía enderezarse, y con cuidado tanteó cada brazo, cada pierna, y el torso sintiendo bajo las manos la piel antes suave , ahora débil y reseca, los miembros delgados allí donde antes habían sido hermosos y redondeados por los tiempos de bonanza. Tuvo la certeza que de no ser por el entrenamiento de Sir Varian su cuerpo no se hubiera recuperado jamás de aquella cruel penuria. Gracias a la Luz que había gozado de buena salud, gracías a su tío que siempre había procurado que no le faltara de nada...

La puerta del zulo se abrió bruscamente, dejando que la luz entrara y la cegara. La silueta de su carcerlo se recortó contra la luminosidad del exterior.

- Vaya, mira lo que tenemos aquí - escupió con voz ronca, claramente divertido al verla incorporada en el jergón. Y añadió, con una voz que la estremeció por completo- Si puedes caminar, el capitán quiere verte.

[...]

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