El Sueño

martes, 6 de octubre de 2009

Como una esmeralda radiante, el bosque resplandecía bajo el cielo azul cobalto y el sol del mediodía le calentaba la espalda como una caricia infinita, llenando su cuerpo de una extraña serenidad. A sus pies, el mundo transcurría vertiginosamente, teñido de un verde tan intenso que cegaba y que alcanzaba hasta allá donde abarcaba la vista, y el murmullo del bosque era como el rumor del río atravesando el aire hasta ella. Gorgeó de placer y descendió casi en picado hacia la espesura, sintiendo el delicioso tirón del viento y, aprovechando una corriente de aire caliente proveniente de la espesura, se deslizó en el camino que el viento le trazaba, con las alas desplegadas invadida por una insospechada sensación de libertad.


Agotada, Averil se acomodó sobre el pecho de Angel y siguió durmiendo.


Cuando la corriente caliente se diluyó dejando paso al aire frío, escoró hacia el oeste, trazando una inmensa curva en el cielo, y descendiendo, acercándose cada vez más a las copas de los árboles que pugnaban por conquistar el cielo. Sintió las hojas consquillearle en las plumas conforme se internaba en la espesura. Esquivó las ramas, se posó en una tan fina como un meñique y contempló con sorpresa un reptil que descansaba sobre la madera. Tenía el cuerpo compacto, con unas patas gruesas terminadas en pequeñas garras, y los ojos como insertados en sendos conos, capaces de orientarse en distintas direcciones. Se acercó al reptil hasta poder distinguir cada escama de su piel del color de la madera ¿No había sido verde cuando le había visto la primera vez? Con dos breves saltitos, se acercó un poco más, pero el reptil se mantuvo inmóvil y cada vez más pardo. ¿Más pardo? Extendió una pata fina como la más fina de las ramas y trató de alcanzarlo, pero era demasiado corta.
Sacudió un poco las plumas, pero el lagarto no se movió. Estaba tan inmóvil y su mimetismo con la rama era tal que de no saber que estaba ahí, lo hubiera pasado de largo. No se movía, no parecía respirar siquiera. Volvió a alargar una pata, pero seguía estando demasiado lejos y chasqueó el pico con impaciencia. Nada, no se movía y, aburrida desplegó las alas azul zafiro y se deslizó hacia la espesura que esperaba más abajo.

Jugueteaba con una nueva masa de aire caliente cuando algo atrajo poderosamente su atención y escoró hacia allí trazando un arco de color con sus plumas. Un destello verde entre las hojas y luego un rumor como el de las olas en los acantilados. Sí, sí, sí. Interesante, interesante. Se acercó un poco más. De nuevo el destello y, mientras esperaba el rumor que lo acompañaba, una fuerte corriente de aire la desestabilizó, lanzándola unos metros más allá y estrellándola contra un grueso tronco.

Con un breve espasmo, Averil gruñó en sueños.

Tardó unos instantes en conseguir que todo dejara de dar vueltas y solo cuando sus patas la sostuvieron y pudo mantenerse en posición vertical gracias a las alas entumecidas, volvió la vista hacia el lugar del que había llegado la bocanada de aire y lo que vio superó con creces la delicia de las cabriolas en el cielo limpio y el interés cualquier reptil de sorprendentes aptitudes.

Un ojo inmenso del color del cobre más intenso la espiaba somnoliento desde la espesura, como si alguien hubiese engastado una inmensa joya en el seno del bosque. La pupila vertical se contrajo con interés y un párpado escamoso y verde como el jade descendió con pereza, cubriendo por un instante el destello ambarino antes de retirarse de nuevo. Sobrecogida hasta lo más profundo de su pequeño ser, contempló como el inmenso cuello surgía de la espesura trazando un arco sublime: era grueso como un tronco y tan largo que, cuando estuvo totalmente erguido, revelando los poderosos músculos que yacían bajo la piel, hubiera podido pasar por un árbol de ensueño en un bosque de esmeraldas. Contempló, fascinada, como tras aquella majestuosa columna, el inmenso cuerpo del dragón, de un verde imposible, surgía de la espesura, quebrando ramas y arrastrando con él cientos de tallos que parecían abrazarlo y que se partían con un chasquido sordo y tierno como un gemido. Una poderosa pata, sólida como la piedra y cubierta de escamas, se alzó un instante, revelando la terrorífica garra, con uñas tan grandes como ella misma, antes de posarse de nuevo estruendosamente. El cuerpo gigantesco se irguió ante sus ojos y pudo contemplar la majestuosa figura del dragón alzarse con toda majestuosidad.
A su alrededor despertó un coro de chillidos indignados y asustados que se alejó rápidamente en pos de lugares más seguros. Se dio cuenta de que temblaba, de que una voz en su interior le advertía del peligro y la conminaba a marcharse todo lo deprisa que le permitieran sus pequeñas alas antes de que fuera tarde, pero su fascinación, su temor reverencial ante aquella magnífica criatura era tal que le impedía moverse. Era tan hermoso... Tan terrible...
Una sombra se cernió sobre ella, haciéndole salir de su estupor. Con un susurro imposible para algo tan grande, el ala descendió provocando otra corriente de aire tan potente que se vio de nuevo arrojada hacia atrás con fuerza. Esta vez no había tronco que frenara su descontrolado vuelo de modo que luchó agitando las alas frenéticamente hasta que, con un chillido de victoria, consiguió estabilizarse, varios metros por encima de la corriente. Un crugido, un rugido y el cuerpo del dragón desapareció de su vista, elevándose entre las ramas para dejar atrás la prisión esmeralda del bosque.

Dormido, Ángel estrechó a Averil con los brazos, en un intento inconsciente de aplacar los latidos del desbocado corazón que latía bajo su piel, martilleando con insistencia contra su costado.


Ascendió tan rápido como pudo, sorteando las ramas que obstaculizaban su camino al cielo, sin importarle los arañazos en las alas ni la caricia de las hojas que tanto le habrían deleitado en cualquier otro momento. La subida fue interminable, y cuando por fin dejó atrás el bosque y se encontró volando muy por encima de la espesura, revoloteó desorientada, tratando de encontrar al inmenso dragón que parecía haber sido engullido por el bosque.
La inmensa cabeza, coronada de cuernos emergió de la nada, abalanzándose sobre ella , y con un chillido de terror, retrocedió frenéticamente varios metros antes de ser embestida por la poderosa mole del dragón. La gigantesca criatura, ajena a todo, agitó las alas creando un nuevo remolino, que la zarandeó con crueldad, dolorida, antes de que consiguiera estabilizarse de nuevo, y emprendió su vuelo, lento y pesado hacia el sol que se ponía allá, tras las montañas del horizonte. Aturdida unos instantes por el repentino atropello, se vio de nuevo carcomida por la curiosidad. ¿Donde iría aquella maravillosa criatura? Y con insensata decisión, emprendió el vuelo en pos del dragón.

Se mantuvo a una distancia prudencial, lo suficientemente alejada para no ser zarandeada por las turbulencias provocadas por las alas, pero lo suficientemente cerca como para poder estudiar con atención a aquella mangnífica criatura de vuelo indolente. Era grande, inmensa incluso en el vacío del cielo de poniente, y el verde centelleante de sus escamas parecía reflejar, como las facetas de un diamante, la luz del crepúsculo creando una visión de sobrecogedora belleza. Escamas marfileñas, bañadas por la luz del sol, jalonaban de oro la espalda del dragón desde la testa hasta la punta de la descomunal cola, que oscilaba a modo de timón en la navegación celeste de aquella criatura de ensueño, y pudo comprobar, no sin sorpresa, que igual que su propio vientre presentaba plumas más claras que el resto del manto, el vientre del dragón era blanco, igual que la tierna piel interior de las inmensas alas. Se demoró un instante más, fijando en sus pupilas aquella maravillosa estampa, antes de verse sorprendida por un pensamiento osado, revestido de un sentimiento de aventura.

Con cuidado, se acercó al dragón, sorteando ya con más destreza las turbulencias que creaba, hasta situarse algo por encima, detrás de las alas. Como supuso, sintió un fuerte tirón y de pronto se vio arrastrada por la inercia de aquella mole que surcaba el aire, creando una corriente suave pero constante que le permitió deslizarse en un vuelo pausado que no requería esfuerzo, planeando con las alas desplegadas, percibiendo el cosquilleo del aire en las plumas. El dragón no le prestó atención, dudaba que la hubiera visto siquiera, y de esta guisa se dirigieron a la puesta de sol mientras el cielo se teñía de malva y ámbar, como si un ente supremo hubiera prendido fuego a las nubes.

Cuando la oscuridad se alzó por el este, cerniéndose sobre el bosque como un manto cuajado de estrellas y ya solo se apreciaba una luz anaranjada tras el arco de las montañas, el dragón viró hacia el norte y con él, su improvisada pasajera. Aunque el vuelo era pesado, lo que antes le había parecido un avance lento, comprendió que no hubiera podido mantener aquel ritmo con sus propias alas, y mientras el dragón y sus corrientes la transportaban en su viaje, se entregó a las delicias del viento caracoleante ciñendo su cuerpo con suavidad.

Cuando aquella indolencia comenzó a sumirla en un somnoliento abandono, un gruñido proveniente del dragón la sobresaltó. De pronto se vio lanzada en picado hacia abajo, siempre cabalgando las corrientes, hacia un punto donde, pudo apreciar, el bosque se oscurecía de un modo siniestro, como tiñendo de una negrura antinatural el cielo circundante. ¿Qué era aquello? El propio dragón parecía acerse la misma pregunta, puesto que al llegar a aquella zona, sobrevoló el lugar trazando circulos intranquilos, con el cuerpo tenso y, pudo apreciar, dispuesto para la lucha. Su pequeño cuerpo se llenó de pavor. Quiso alejarse, chilló y batió las alas para salir de la corriente, pero por los cambios de rumbo y la velocidad recién adquirida de la bestia, se vio atrapada por las turbulencias y comprendió que, quisiera o no, descendería a aquel lugar de pesadilla, arrastrada por sus actos inconscientes.

Durante el descenso, al llegar al borde vertical de la espesura, comprobó angustiada que allí la vegetación estaba marchita y podrida, que cada hoja, brote y tallo presentaban unas vetas oscuras que parecían aprisionarlos con una fuerza estranguladora. Su mente chillaba, su sentido de la alerta bramaba que tenía que salir de allí, pero no había manera. Luchando por mantener la estabilidad en aquella tormenta de corrientes, recibió de pronto un fuerte golpe y el mundo desapareció a su alrededor.

Cuando abrió los ojos estaba en tierra. Sentía su pequeño cuerpo magullado y dolorido, y agitó con suavidad las alas para comprobar su estado. Le dolían, pero no parecía grave, sin embargo era incapaz por el momento de levantar el vuelo para salir de allí. Miró a su alrededor: por todas partes la vegetación presentaba aquel aspecto necrosado y corrupto y multitud insectos oscuros de aspecto quitinoso recorrían la tierra agotada y muerta. Sobrecogida por el miedo, se alejó de allí con breves saltitos tratando de orientarse o de, al menos, encontrar al dragón, junto al cual de pronto se le antojaba la posición más segura. Recorrió con sus cortas patas quien sabe qué distancia, y cuando le pudo la desolación y estaba dispuesta a dejar de intentar salir de allí, un familiar rugido surgió de algún lugar a su izquierda y, con renovado valor, se encaminó en aquella dirección en pos del dragón.

Atravesó aquel bosque ennegrecido y terrorífico, sintiéndose observada con malevolencia, pero no desistió y continuó avanzando hasta que, tras cruzar un último umbral de árboles muertos, llegó a un claro.

Y entonces, el terror absoluto.

De un inmenso roble de tronco podrido y ramas muertas, entre cuyas raíces se abría una negra grieta de la que parecía provenir toda la negrura, surgía una marea de criaturas lobunas aterradoras que, gruñendo y haciendo amenazadores aspavientos con las garras, se abalanzaban contra el dragón, que a dos patas en el claro, ora las abatía con las poderosas garras, ora las despedazaba con los dientes. Eran cientos, miles, y clavaban sus garras y sus dientes en los flancos del dragón, que rugía con rabia, incapaz de bloquear los ataques de todas ellas.
Se encogió de miedo y trató de ocultarse tras un árbol caído y podrido cuando de pronto uno de aquellos inmensos perros se abalanzó sobre ella con un gruñido hambriento. Una inmensa garra verde esmeralda surgió de la nada y se abatió sobre la bestia, aplastándola contra el suelo con un gañido y un desagradable crugido, y de pronto oyó una voz en su mente, poderosa y amenazante.

"Márchate" dijo el dragón.

Quiso obedecer, lo intentó con todas sus fuerzas, pero el terror le impedía mover las alas, la ataba al suelo como una presa tenaz. Trató de hacerse pequeña, encogerse hasta desaparecer, trató de hacerse invisible a los ojos de aquellas bestias, pero sus ojos no podían apartarse de la criatura que yacía aplastada a escasos metros delante de ella. No era un lobo. No era nada que hubiera visto antes. Era tan alto como un kodo, y aunque su cuerpo estaba cubierto de pelo y su morro alargado y provisto de colmillos recordaba al de un lobo, aquella criatura estaba más allá de cualquier descripción. Su mente le gritaba que aquello no podía existir y tenía la poderosa impresión de que algo mucho más grande y mucho más aterrador, una fuerza innombrable y maléfica, había intentado parecerse a un lobo. Pero no lo era, era una pesadilla en la piel de un lobo atroz.
Con un gemido sobrecogedor, el dragón se derrumbó sobre las patas delanteras, cubierto de aquellas bestias que lo desgarraban con los dientes. Las alas estaban rasgadas y sanguinolientas, y había perdido la fuerza para poder levantar el vuelo y alejarse de allí, sucumbiendo a los mordiscos corruptores de aquellas bestias. Se debatió, intentó arrancárselos con las poderosas mandíbulas, pero en el momento en que giró el colosal cuello hacia su flanco, uno de aquellos lobos se lanzó sobre él y clavó garras y dientes que atravesaron la piel escamosa, bañandolo en sangre caliente. Intentó resistir desesperadamente, pero las fuerzas le huían por aquella miriada de heridas y sobretodo por el atroz tajo en el cuello, y después de unos instantes de agónica lucha, con un gemido aterrado, el dragón se derrumbó por completo, despertando un aullido triunfal entre las bestias que lo devoraban.

Un último pensamiento llegó a su mente enloquecida de terror y de pena como una caricia, débil y ya muy lejana.

"Márchate"

Como si aquel aviso hubiera sido pronunciado en voz alta, sintió de pronto todas las miradas, amarillas y maléficas, volviéndose hacia ella con divertida crueldad. Una a una las bestias abandonaron a su presa saltando al suelo y, agazapadas, arrastrando el vientre por el suelo, comenzaron a avanzar hacia ella.
Intentó salir corriendo, intento agitar las alas, desesperada por lo inminente de aquella muerte atroz, pero permanecía inmóvil, su cuerpo aterrado se negó a reaccionar, y encerrada en aquella prisión que era ella misma, sintiéndo el corazón martilleando con fuerza desesperada en su pecho, cerró los ojos y esperó el final.
Sintió una garra poderosa y cubierta de pelo, empapada en la sangre cálida del dragón, cerrarse entorno a su cuello, asfixiándola. Se debatió histérica, chilló y trató de arañarla, de liberarse, pero la presa era inquebrantable. Y de pronto, el dolor lacerante de unos colmillos en el ala, un crugido sobrecogedor y la sangre propia empapándole las plumas.
Rota.
Sintió la presa de la mandíbula en su cuerpo, los colmillos clavándose en ella con crueldad, y sintió como la bestia la zarandeaba, presa en su boca, en un maléfico juego final. Se quedó inmóvil, ya no había escapatoria posible. Sin embargo, cuando la conciencia huía de ella, percibió una conmoción en las bestias hambrientas que se acercaban. Sintió como la presa cedía levemente, sin soltarla. Abrió los ojos, le pesaban los párpados, y entre nieblas, a su derecha, vio saltar desde la espesura a un magnífico felino de manto denso y moteado, que se arrojó contra las bestias como una exhalación, desgarrando cuellos, esquivando los golpes con una gracia infinita y llenando su corazón desfallecido de una renovada esperanza y una fuerza desconocida que la impulsó a luchar. Y aquella lucha frenética por la supervivencia la embargó por completo.

Angeliss despertó sobresaltado por aquel grito agónico y vio, sobrecogido, como Averil se debatía en la cama, agitándose como si pelease con un enemigo invisible. Se lanzó sobre ella, intentando sujetarla, despertarla de aquel sueño terrible, pero la muchacha gemía y pataleaba, presa del más auténtico terror. De pronto, un reflejo rojizo atrajo su atención y con gesto firme, sujetó los brazos de la muchacha contra la almohada. Sangre, sangre en las sábanas, sangre en su brazo, doblado en un ángulo antinatural. La angustia repentina de haber sido él, de haberse transformado durante el sueño, le llenó de pavor. Aflojó la presa. No, no podía ser él, ya no...
- ¡Joder!
Sintió de repente un dolor ardiente en el rostro y cuatro trazos sanguinolientos brotaron de su mejilla.
- Mierda.
Con decisión sujetó la mano que acaba de herirle y bloqueó sus piernas, que siguieron luchando por liberarse.
- ¡Averil!- llamó, pero la joven siguió gritando con aquella angustia terrorífica, con el rostro salpicado de sangre y los ojos abiertos en un gesto de horror absoluto y llenos de la certeza de la muerte.- ¡Averil!

Chilló de nuevo y se agitó, sujeta todavía por los infames colmillos, embargada por el terror, pero la presa no se soltaba.
¡Ahora! susurró el irbis en su mente.

Averil dejó de debatirse. Aterrado, Angeliss vio sus ojos abiertos y vacíos mirando al techo, el brazo roto y la herida abierta, la camisa empapada en sudor. Pero inmóvil. Inmóvil. La soltó.
- No...-gimió- No, no, no, no, no, no...

Un parpadeo. El tiempo se detuvo. Otro parpadeo y de pronto los ojos vacíos se llenaron de vida y reconocimiento. El tiempo regresó y de pronto, tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, Averil se abalanzó sobre él y le ciñó con los brazos, abrazándole con tanta urgencia y desesperación como un náufrago se aferra a la última tabla, con las manos crispadas, temblando violentamente y sacudida por unos sollozos aterrados y cargados de angustia. Todavía sobrecogido, Angeliss reaccionó y la rodeó con los brazos, estrechándola con fuerza contra sí, tratando de aplacar sus temblores. Podía sentir el corazón desbocado en su pecho, sus lágrimas empapándole el hombro, la terrible magnitud de su pavor.
- Ya está... ya está...- susurró en su oído con una suavidad infinita, impotente. Le acarició el cabello empapado en sudor.- Ya está...

Con mucho cuidado tendió una mano hacia el comunicador que yacía en la mesita. Se lo llevó a los labios, sintiendo como entre sus brazos, los temblores de Averil arreciaban

- Que alguien llame a Bálsamo Trisaga- dijo la voz de Angeliss por el comunicador aquella madrugada- Necesitamos un médico.

***

El sol naciente saludó a un nuevo día en Menethil.
En la cama, Averil dormía, todavía con el camisón empapado y manchado de sangre, pero habían decidido dejar que descansara antes de volverla a despertar. Bálsamo Trisaga le apartó el cabello de la frente sudorosa y depositó en ella un beso cargado de ternura. Sentado junto a la ventana, Angeliss suspiró agotado y aliviado, con el terror de aquella noche como un recuerdo lejano. Bendita fuera Trisaga, bendito fuera su don...
Había llegado tan rápido... Había aparecido en la puerta del camarote, escoltada por Pristinaluna, con el hermoso rostro preocupado y los ojos tristes, y Razier, siempre silencioso con el ceño fruncido tras el antifaz, seguidos por la discreta silueta de Irinna, que sujetaba su manojo de llaves contra el pecho con gesto angustiado. Ahora entendía cómo habían llegado tán rápido. Bendita fuera, benditos fueran todos ellos.
Se habían marchado ya, conscientes de la gravedad de la situación y de la concentración requerida por Bálsamo Trisaga para aquella prueba. Probablemente estarían esperando noticias en la taberna del puerto.
- Deja que duerma.- la voz tranquila y agotada de Bálsamo Trisaga le sacó de su ensimismamiento. Levantó la vista para mirar a la sacerdotisa Kaldorei.- Ahora duerme un sueño sin sueños que le será de gran ayuda para la recuperación que le espera. Cuando despierte, no recordará nada.
Asintió.
- Angeliss, ese mordisco...- el mago frunció el ceño, dispuesto a protestar, pero la sacerdotisa alzó una mano, pidiéndole que le dejara continuar- No me gusta, no me gusta nada. He hecho lo que he podido y he recompuesto el hueso partido, pero la herida está enconada y ninguno de mis remedios ha podido eliminar la infección. Es una enfermedad que desconozco, pero intuyo de donde proviene.

La sacerdotisa suspiró. Profundas ojeras bajos sus ojos de luz revelaban la intensidad del trabajo llevado a cabo aquella noche.

- Tendré que marcharme - continuó- Tengo que investigar para encontrar una solución. Tiene que haber alguien que sepa como ayudarnos con este mal. Te he dejado preparados unos bálsamos que deberían aplacar la fiebre y contener la infección, pero no sé por cuanto tiempo. Vigila su herida y procura que no mueva el brazo en unos días. Volveré con una cura.

Suspiró de nuevo y miró a Averil, profundamente dormida.
- Quien sabe a qué sueños se entrega envuelta en la magia de Finarä- susurró para sí- Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas.

Alzó la vista y le miró de nuevo.
- Ve y descansa, Angeliss, yo me quedaré con ella. Hay tres personas que han esperado en vela toda la noche y que querrán tener noticias.

Angeliss miró a Averil dormida en la cama. Todo parecía tan lejano a la luz del día y ella parecía tan tranquila ahora... Dirigió una respetuosa inclinación de cabeza a Trisaga y salió en pos de sus compañeros.

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