En los Confines de la Tierra XXIII

martes, 2 de marzo de 2010

Pocos días después:

Fuera reinaba la tranquilidad. Los gladiadores, por fin liberados de la tensión de los combates, descansaban junto a las hogueras en silencio o hablando con voz queda, de modo que a él no le llegaban ni siquiera los ecos.

El grupo de los orcos, descabezado ahora sin la presencia de Cobra, rodeaba un pequeño fuego en el más absoluto de los silencios, con los ojos fijos en las llamas, despidiéndose sin palabras de su líder caído. Zai´Jayani hubiera querido cantar para el espíritu de la temible guerrera, acompañar a su esencia en el vuelo hacia el Otro Lado, pero aquella era una labor de de los chamanes de su propio pueblo, de modo que se limitó a aferrar con fuerza su talismán y murmuró una encomienda a los loas, para que vigilaran de cerca que nada desviara a aquel fantasma de su camino.

No se atrevía a más. Le inquietaba abrir su ojo interior, entrar en el mundo de los espíritus, porque habían sido tantas las muertes, tantos los guerreros caídos, que al otro lado del velo los espectros debían vagar desorientados y asustados hasta que sus chamanes les mostraran el camino hacia el descanso.
Zun´zala y él habían hecho lo posible por acompañar los espírius de los trolls caídos en la arena, habían cantado para ellos y danzado alrededor de la hoguera al son de los tambores. Las llamas iluminarían su camino, los tambores les marcarían la cadencia del paso hacia el Otro lado, el canto avisaría a los ancestros para que recibieran con júbilo a sus valientes guerreros.

Con un suspiro, Zai´jayani liberó al fin su talismán y paseó la vista por el campamento tranquilo. La noche se cernía sobre Feralas y las últimas luces del día huían por el oeste, cazadas por el manto de estrellas. Los sonidos de la selva, que hasta entonces habían estado amortiguados por el estruendo del torneo, brotaban ahora de la oscuridad con hechizante cadencia. Allí las aves avisándose de la llegada de la noche, más cerca el bufido de un felino sobresaltado durante las últimas horas de su descanso. Golpeteos en la madera, el goteo del agua en las hojas, la llamada de los gorilas, el olor a tierra mojada...
Un flechazo de dolorosa añoranza le atravesó el pecho. Todo en aquel lugar pronunciaba el mismo nombre: Tuercespina. El gran río, la poderosa serpiente de plata, sirviente de Hakkar. La fértil cuna de su pueblo, la escuela de su raza, su hogar...

Tuercespina...

Tantos años había pasado alejado de su tierra y de su pueblo, tantas lunas sin sentir la exultante sensación de pertenecia, de arraigo a la tierra, de caminar sobre los pasos de los ancestros de su pueblo, tocar las piedras que habían tocado, beber del agua que habían bebido...

Agitó la cabeza bruscamente y los recuerdos se marcharon con un aleteo como pájaros asustados. No quería que los recuerdos le asaltaran de aquel modo, le preocupaba que encontraran el modo de filitrarse en su vigilia para hacerle languidecer, prisionero como era. Con un suspiro, fue a darse la vuelta para regresar a la tienda cuando el sonido de unas voces amortiguadas por las paredes de tela de otra tienda atrajo su atención. Tal vez fuera el sesgo de una palabra, tal vez el matiz de una voz, pero fuese lo que fuese, le llevó a acercarse con disimulo a la tienda de la que venía la conversación.

- ...al menos medio año...- escuchó al acercarse más- Menos tiempo la lisiaría irrevocablemente.

Era la voz de un hombre, ronca y firme, y sonaba visiblemente molesta.
Zai frunció el ceño ¿Qué había descubierto? La conversación, a todas luces, hablaba de Mangosta...

- Dijimos no más de dos meses- espetó una segunda voz, aguda y chirriante. Zai aguzó el oído- Si no eres capaz de hacer lo que se te pide, no te necesitamos.

- ¡Pero la pierna! ¡El brazo!- protesto el primero, visiblemente incapaz de asumir lo que se le pedía.

- La pierna y el brazo acaban de dejar de ser asunto tuyo. Puedes retirarte.

Zai se ocultó rápidamente al comprender que alguien iba a abandonar la tienda de manera bastante abrupta. Confirmando su sospecha, un renegado de mandíbula partida apartó la lona de la entrada con fuerza y salió con paso iracundo para perderse en la negrura creciente del campamento. El troll le reconoció: era uno de los médicos de Mashrapur al cargo de la curación de Mangosta. Cuando la silueta del sanador desapareció en la oscuridad, Zai se acercó de nuevo, intentando captar el resto de la conversación.

Escuchó un suspiro hastiado y la que había establecido como segunda voz, dijo casi con servilismo:

- Este era el último, señor- carraspeó, ahora parecía vieja y mezquina, acerada.

Zai, agazapado tras la lona, no distinguió la respuesta. Tras unos segundos, un elfo ya anciano pero de porte marcial abandonó la tienda y desapareció en la misma dirección que el sanador. Intrigado, el troll bordeó un poco más la luna para acercarse a donde suponía que se encontraba el interlocutor del anciano. Porque aunque no había distinguido las palabras, habría identificado aquella voz en cualquier lugar.

- Andravia - llamó Athos de Mashrapur al otro lado de la lona. El troll frunció el ceño.

Un leve aroma a madreselva acarició sus fosas nasales. Del interior de la tienda le llegó el levísimo rumor de unos pasos desnudos, el sutilísimo susurro de la seda al rozar, y luego silencio, expectación.

- Sí, Sha´di- respondió una voz femenina, oscura y sedosa como una noche sin luna y al mismo tiempo ligera y clara como un salto de agua.

- Ya sabes lo que tienes que hacer.

Zai´jayani sintio´un escalofrío.

¿Qué misterioso personaje acababa de aparecer en escena?

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