En los Confines de la Tierra XXV

sábado, 13 de marzo de 2010

Una semana después

Era noche cerrada y ni la luna chacala se atrevía a asomar el morro entre las nubes. El campamento, ya a medio desmontar, descansaba en silencio en los días previos al regreso de los esclavos al campo de Broca. Apenas quedaban en pie un par de tiendas para pasar la noche y guardar los materiales. Eso y, por supuesto, el impresionante pabellón que Athos de Mashrapur utilizaba como vivienda durante todo el torneo. Los pocos guardias ogros que durante el día patrullaban el campamento, al ponerse el sol se ocupaban de custodiar las verjas que contenían a los esclavos para evitar fugas indeseadas, aunque después de ver varios ejemplos de lo que sucedía a los fugitivos, nadie más había intentado escapar.

Se sabía que uno de ellos había sido Comadreja, a quien los círculos de entendidos habían bautizado como Mangosta tras su victoria en combate singular contra Cobra, la campeona hasta el momento. La joven humana había huido del Campo de Broca por la noche y había conseguido mantenerse fuera del alcance de los hombres de Mashrapur durante varios días, casi una semana. Luego los centauros la habían encontrado y entregado de nuevo para un castigo ejemplar.
Los que habían presenciado el escarnio hablaban de ello con los esclavos de otros campos: cualquier información que pudiera tenerse sobre la muchacha humana podía asegurar a un buen narrador al menos unos minutos de popularidad a la luz de la lumbre.

Los centauros la habían arrastrado de vuelta, decían, atada por las muñecas y corriendo tras ellos por el páramo seco de los Baldíos durante varios días. Había llegado cubierta de polvo y deshidratada, y se la habían entregado a los hombres de Broca como si ya existiera entre ellos un pacto de recuperación de fugitivos. A ella le habían amarrado los brazos a los postes de castigo y habían descargado sobre su espalda no menos de veinte latigazos, tan brutales que no pocos guererros curtidos habían apartado la mirada.

Sí señor, un castigo ejemplar, un disuasorio para otros posibles transfugos. La espalda había acabado literalmente destrozada y durante mucho tiempo ni siquiera pudo moverse. Luego, cuando la marcaron a fuego con el sello de Mashrapur, no gritó (tampoco dijeron que estaba inconsciente, pero eso hubiera restado interés a su narración) y luego había vuelto a combatir. ¡Y de que manera! Había vencido a Cobra, a la mismísima Cobra...

Por eso cuando el día anterior a esta noche cerrada, Mangosta salió por su propio pie de la tienda, apenas una semana después de que Cobra le reventara las costillas y casi se desangrara, las historias comenzaron a crecer. Los comerciantes llevaron lejos las historias de aquella muchacha humana sin pasado que podía recuperarse milagrosamente de sus heridas, que había resistido estoicamente toda clase de torturas y que pese a todo había vencido en el Torneo y se había convertido en la nueva Campeona.

En poco tiempo, los ricos ansiosos de nuevas emociones, de la sangre de la arena, del olor de las apuestas, acudirían al Circuito para ver en persona a la nueva sensación. Las arcas de Athos de Mashrapur seguirían engrosándose con las apuestas, y ahora que la nueva fuente de ingresos de Mashrapur podía caminar de nuevo - y no solo eso, había corrido alrededor del campo durante media mañana- los esclavos se preparaban para partir y regresar al cautiverio de sus respectivos campos.

Y en esta noche oscura y silenciosa, las luces del pabellón del propietario de aquel rebaño permanecían encendidas.

***

Athos de Mashrapur, vestido como siempre de inmaculado blanco, dio un sorbo a su copa de vino y se recostó relajadamente en su butaca. Llevaba, como de costumbre, el cabello oscuro recogido en la nuca e iba descalzo sobre los tapices que cubrían el suelo. Tras él, Andravia permanecía en pie, envuelta en sedas oscuras que ceñian su cuerpo cimbreante como un junco, y miraba con orgullo y evidente satisfacción a la joven mujer que esperaba ante ellos.

- He de admitir que me alegra verte tan recuperada de tus heridas, Irinna- dijo el mestizo sin el menor atisbo de ironía o desprecio en su voz.

La muchacha sintió un escalofrío cuando escuchó aquel nombre: hacía una vida que Irinna había quedado atrás, a salvo entre los muros de su memoria, lejos de la esclavitud y la humillación. Sin embargo ahora estaba de nuevo en aquella tienda cubierta de tapices, y la habían lavado y peinado y vestido de nuevo como una mujer y no como carnaza de las arenas, y de pronto sentía que estaba tan cerca de ella que casi podía tocarla.

- Apenas se aprecian las cicatrices- continuó Mashrapur- Buen trabajo, Andravia.

La sin´dorei estrechó los ojos y alzó el mentón.

- Gracias, Sha´di.

Sin esperar respuesta de la esclava, el elfo continuó, sin dejar de observarla con atención.

- ¿Sabes? En realidad temí haberme equivocado contigo cuando te entregué a Broca. Lo cierto es que me planteé seriamente si no hubiera podido conservarte de algún otro modo en vez de dejar que te descuartizaran en las arenas, que acabaras lisiada o desfigurada. - dejó la copa en una mesita junto a la butaca y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, acercándose con interés- Sin embargo, pese a todo, he de admitir que la dureza de la vida del gladiador te ha revestido de un aire exótico que antes no tenías.

Sonrió sobriamente, sin lascivia, sino más bien como un aficionado al vino descubriendo los matices de una nueva añada.

- No hablo de esa afición tuya a llenarte el pelo de plumas o del pendiente en la oreja- entrecerró los ojos- O tal vez sí. Ahora eres más firme, más ágil, has desarrollado una gracia que antes no tenías. Ahora tienes orgullo y fiereza. Sí, sin duda la arena te ha hecho más bella.

Las cejas de la hasta ahora silenciosa Mangosta se arquearon.

- ¿Vas a intentar forzarme de nuevo hoy y vas a llamarlo amor?

Esta vez Athos de Mashrapur rió con carcajadas odiosamente limpias y sinceras, como si solo se tratara de un juego.

- Veo que no has perdido esa lengua tuya tan afilada.- dijo, recostándose de nuevo, complacido. Pero no lo negó ni lo confirmó.

Como si hubiese recibido una señal, Andravia, que había permanecido en silencio tras Mashrapur, se deslizó hacia las sombras y los dejó a solas. Mangosta se tensó imperceptiblemente.

- ¿Me tienes miedo? - inquirió el sin´dorei.

- ¿Debería? - respondió.

Él sonrió levemente.

- No creo que alguien como yo pueda asustarte, Mon´guz- dijo- Sí, así te llaman ahora, lo sé. Mangosta, el único animal capaz de matar a una cobra... Es apropiado, sin duda. Pero no, no te he llamado para eso. Como me dijiste en aquella ocasión, no voy a obtener placer a expensas de la dignidad que te queda.

Mangosta torció la boca con ironía.

- ¿La dignidad del esclavo?

Mashrapur le clavó la mirada.

- La dignidad del Campeón.

Esta vez fue ella quien rió sin alegría.

- ¿Sabes?- dijo, agitando los cientos de pequeñas trenzas que recogían su cabello- No doy demasiado crédito a la dignidad del asesino.

- ¿Y a la del superviviente?- Athos entrecerró los ojos, divertido- Podríamos tener una interesantísima conversación filosófica sobre los matices de la guerra, Irinna, pero no te he hecho venir para eso.

- ¿Para qué entonces?

Athos de Mashrapur se acarició con suavidad el mentón.

- ¿No puedo desear comprobar personalmente la evolución de mi nueva campeona?

Con un gesto de desdén, Mangosta quitó credibilidad al asunto.

- ¿Acaso no te informa esa bruja que te acompaña?

Mashrapur se puso en pie. Ya no sonreía.

- ¿De veras quieres tener esta conversación, Irinna? ¿Quieres hablar de lo que hemos hecho para que no quedes lisiada para toda la vida?

La muchacha se encogió de hombros con indiferencia, pero luego, ante la mirada seria de su dueño, borró la sonrisa burlona de su rostro y negó con la cabeza.

- Eso pensaba - añadió el elfo. Luego cruzó las manos a su espalda y caminó alrededor de la gladiadora con paso pausado.

Mangosta se mantuvo erguida y orgullosa, alzó el mentón para demostrarle que ya no le tenía miedo y clavó la mirada en los tapices del fondo del pabellón.

- Ha llegado a mis oídos que pretendes la espada roma.- dijo a su espalda el mestizo.

La joven se tensó, apretó los puños.

- ¿Acaso vas a prohibirme que luche por mi libertad?

El interpelado lanzó una carcajada al aire.

- Libre o muerta - se mofó- ¡Qué poético!

Mangosta se volvió hacia él con la furia danzando en sus ojos grises. ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que la matara? Eso ya no le asustaba. Tampoco el dolor. No, ya no le tenía miedo.

- ¡No te atrevas a burlarte de mí!- siseó- ¡No oses siquiera a reirte de aquello en lo que me has convertido! ¡No tienes derecho!

Athos de Mashrapur arqueó las cejas y fue a responder, pero Mangosta no le dejó.

- ¿Quieres jugar conmigo?- continuó, con fria determinación- ¿De verdad quieres que te enseñe hasta qué punto puedo controlar las reglas del juego, incluso con tus grilletes? Tú me quitaste mi libertad, tú me pusiste estas cadenas. He aceptado las reglas de tu juego y pienso seguir hasta el final. Pienso luchar a muerte por mi libertad, Athos de Masrhapur, y voy a ganar.

Se acercó a él con paso sinuoso, acercó tanto su rostro que el elfo pudo distinguir todos los matices de plata y luna en sus puplas. Podía sentir su aliento, la tensión de su cuerpo, tan cerca como estaba, y sin embargo, tan lejana como el olvido.

- Y más te vale matarme, Athos de Mashrapur- susurró ella, con una ira que acaso por ser fría, era más inquietante- porque una vez lo consiga, voy a cazarte como a un perro hasta que no me quede un atisbo de vida. ¿Suficientemente poético para tí?

Le sostuvo la mirada aún unos instantes y luego, tan rápido como el animal del que tomaba su nombre, se dio la vuelta y abandonó el pabellón, con solo el sonido de las cuentas de su cabello tintineando en la tienda silenciosa.

Athos de Mashrapur permaneció inmóvil incluso cuando los pasos de la esclava se hubieron perdido en la noche. Nadie vio la sonrisa torcida que poco a poco se dibujó en sus labios.

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