Interludio- Dalaran V

jueves, 10 de noviembre de 2011


Celebrinnir subió ágilmente la gran escalinata que llevaba a la Ciudadela, sujetando con delicadeza la orilla de su toga para no tropezar. El sol empezaba a despuntar por el este, estirando las sombras de esculturas y edificios de manera antinatural y desmenuzando la sutil niebla que se tejía sobre la ciudad cada noche. En apenas unos segundos el día se abrió paso sobre Dalaran, con la luz del sol reflejándose infinitamente en las miles de facetas de los árboles del Bosque Canto de Cristal. Siempre había gustado de comenzar su día con la claridad previa al amanecer, pero aquí aquella costumbre cobraba una cualidad casi mágica cuando la ciudad estaba dormida y en silencio, amparada en la sombra que proyectaban las montañas circundantes hasta que la luz del sol estallaba en el bosque, anunciando un nuevo día.

Llegó a lo alto de la escalinata y los guardias le permitieron el paso sin más preguntas: era el tercer día que acudía a la biblioteca y ya la reconocían. Cuando atravesó la puerta la recibió la fresca penumbra del interior pero tampoco allí se detuvo, emprendió con paso ágil el ascenso por la segunda escalera, despertando ecos sordos en la sala vacía, y se dirigió al brazo derecho donde aguardaba un discreto portal que brillaba con un resplandor tornasolado. Al otro lado, la sólida pared de la torre cerraba el paso pero, sabiendo ya como proceder, Celebrinnir no se detuvo y atravesó el óvalo.

La clara luz del día la cegó un instante y cuando alzó la vista vio las paredes tan altas que el techo se perdía en las sombras de las alturas, y tan largas que no podía ver el final. Las estanterías cubrían absolutamente toda la superficie y cada cierta distancia podía ver las escaleras de mano que permitían el acceso a los niveles superiores, aunque estas no se usaran. Una gruesa alfombra violeta cubría el suelo y amortiguó el sonido de sus pasos cuando comenzó a avanzar por la galería. Había mesas repartidas por la sala, iluminadas por discretos orbes mágicos, pero como era temprano, solo los bibliotecarios se deslizaban silenciosos entre los estantes. Los primeros libros habían empezado a volar desde los mostradores hasta sus estantes en las alturas y parecían extraños pájaros volando en el amanecer.

Aunque era ya el tercer día que accedía a la biblioteca, Celebrinnir no podía evitar sentirse sobrecogida por su grandeza. Durante toda su niñez había disfrutado de largas horas en la biblioteca familiar, que era el resultado de la dedicación de la estirpe Lerathien desde los albores de la historia, una sala tan grande que se había sentido humilde y pequeña. A lo largo de su juventud había conocido la excelsa biblioteca de la Isla de Quel´danas, que multiplicaba la colección de sus ancestros cien veces y cuyos lujos no podían compararse a ninguna otra, una obra maestra de la arquitectura mágica. Había conocido las luminosas pero sobrias bibliotecas de los Shatar y de los Aldor en Shattrath, bajo aquellos cielos imposibles abocados al vacío, bibliotecas que hablaban de otros mundos y magias desconocidas, y de enemigos tan terribles como fascinantes. Y Karazhan, ah, Karazhan, una biblioteca laberinto tan sombría como genial en su diseño con sus puentes y sus arcadas cada vez más alejadas del suelo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas y aquella presencia opresiva y oscura. Y ahora Dalaran como una antítesis a todo lo que había sido Karazhan: Dalaran, amplia, diáfana y luminosa, con aquel aroma a ozono y a papel, con los orbes flotando sobre las mesas como delicadas pompas de jabón y los magos de claras togas deslizándose sobre la alfombra como espectros. Tan grande era aquella biblioteca que su principal corredor, tan amplio como una avenida, continuaba hasta perderse en una lejanía difuminada por la luz. Nadie podría imaginar desde el exterior que semejante edificio se encontraba en el interior de la delicada Ciudadela, y ni la misma Celebrinnir sabía a ciencia cierta si se encontraban acaso en un plano paralelo o en una misma dimensión. Y aunque no pudiera verse ventana alguna, pues todas las paredes estaban cubiertas de estanterías, toda la biblioteca parecía bañada en la clara luz de la mañana. Evidentemente aquello tendría su explicación en la magia inherente a aquel estado gobernado por el Kirin Tor, pero de nuevo era tan diferente del uso de la magia en su patria en el norte que no podía evitar sentirse maravillada: el espíritu humano era, en su imperfección, sugerentemente fresco.

Celebrinnir se sentía secretamente aliviada aquel día: aunque se sentía agradecida por la ayuda de Volgar y su influencia en la Ciudadela, no podía evitar sentirse incómoda por sus continuas atenciones. Afortunadamente el anciano mago había partido de la capital del Kirin Tor reclamado por sus responsabilidades y la sacerdotisa se había sentido en cierto modo liberada.

Llegó hasta un pequeño mostrador desde el cual un mago bibliotecario se afanaba en distribuir los libros acumulados frente a él haciéndolos ascender cual aves hasta las estanterías más altas.

- Buenos días, señorita Lerathien.- saludó cortésmente el hechicero- Hemos dejado en su mesa los últimos volúmenes.

Celebrinnir asintió: había proporcionado a los bibliotecarios unos criterios de búsqueda a partir de los cuales se había elaborado una lista de obras a consultar. Había agotado todas las entradas referentes a demonios, rituales y otros menesteres igual de sombríos. El término “sayaad” había servido igualmente para localizar algunos tomos interesantes pero no que no decían más que lo que ya le había contado Volgar durante su estancia en Karazhan. Había dejado para el tercer día los libros que más despertaban su escepticismo: algunas obras sobre folklore, antropología o historia que podían contener referencias o leyendas sobre las sayaad ya que, si según Volgar era necesario un sacrificio para invocarlas, alguien debía quererlas cerca para algo. Y si todas esas criaturas eran igual de pérfidas que Abrahel ¿No existiría registro alguno sobre sus maldades o sobre los incautos que requirieran su presencia?

Siguió caminando hasta la pequeña mesa que le había servido de estudio durante los últimos días. Estaba algo resguardada entre los estantes de manera que tuviera la privacidad necesaria para llevar a cabo su investigación. Sobre la mesa le aguardaba una precaria pila de libros, cuadernos e incluso algunas notas sueltas. Tomó asiento sin más ceremonia y de inmediato uno de los orbes mágicos que reposaban en las cercanías se iluminó y flotó hasta colgarse por encima de su hombro.

Cogió el primer libro, pero se trataba de una genealogía no necesariamente antigua de la que varios de sus miembros eran conocidos por tontear con las energías oscuras. Comenzó a revisarlo mientras su mente trataba de sacar alguna conclusión que se le hubiera escapado. ¿Por qué querría nadie atraer a un demonio de la Legión? ¿Por qué la había atraído Iranion en primer lugar? ¿Para pedirle poder? Volgar había relacionado su búsqueda en Karazhan con las sayaad por la similitud de los nombres que él conocía y el nombre de Abrahel. Pero Abrahel, como bien sabía, podía tener diferentes nombres. A ella misma había acudido bajo el nombre de Aelaith. Si había cambiado de nombre para acudir a ella, si en su sueño Iranion había requerido de ella que nombrara a Abrahel tres veces para permitirle poseerla… Sin duda, los nombres eran importantes.

Descartó el primer libro y cogió una nota, que era realmente un panfleto al parecer distribuido por la Iglesia de la Luz de los humanos, advirtiendo sobre los peligros de los tratos con demonios. Iba adjunto a la copia de un decreto según el cual el uso de las energías oscuras dentro del territorio de Ventormenta sería severamente castigado.
Fue estudiando los documentos que había sobre la mesa con una mayor sensación de pesimismo cada vez ¿Sería posible que, pudiendo tener apariencia mortal, aquellas criaturas borraran cualquier rastro que quedara de ellas? ¿Era por aquello que no había ninguna información útil en ninguna de las grandes bibliotecas mágicas de Azeroth?
Sus dedos pasaban las páginas con precisión, la vista fija en las páginas que se sucedían una tras otra hasta que se abstrajo tanto que apenas veía más que borrones salvo que sus ojos reconocieran las formas de algún nombre propio. Las horas pasaron en aquella luz inmutable que inundaba la biblioteca. De cuando en cuando algún miembro del Kirin Tor aparecía en su rincón y se disculpaba discretamente antes de desaparecer.

Estaba cogiendo el siguiente libro de la pila, un cuadernito pequeño cosido con una cinta, cuando una voz grave la sorprendió.

- Buenas noches, Venerable.

Un momento ¿Noches? Alzó la vista y se encontró con la alta figura de Nicodemus Gades a escasos metros de su mesa.

- Maestro Gades- saludó, sorprendida, dejando el pequeño cuaderno en la mesa frente a ella y sin saber como tratar al consejero tras la fría despedida de su primer encuentro.

El archimago respondió a su saludo con una levísima inclinación de cabeza, las manos elegantemente unidas a su espalda..

- No esperaba encontraros aquí- reconoció el elfo de cabello oscuro, y miró con curiosidad el discreto rincón en que se había instalado la sacerdotisa- Aunque pensándolo mejor ¿Qué lugar hubiera sido más apropiado para encontrar a la descendiente de Lothian Lerathien que una biblioteca? No, por favor, no os levantéis.

Celebrinnir, que había hecho amago de ponerse en pie para recibirle, agradeció la deferencia con una leve inclinación de cabeza y volvió a tomar asiento. Nicodemus Gades se acercó con paso medido y seguro.

- Vuestro abuelo, Venerable,- continuó el mago en tono casual cuando estuvo a una distancia más apropiada- también tenía la incorregible tendencia de olvidar el paso del tiempo si estaba rodeador de libros cuando era joven.

Nicodemus Gades le imponía un gran respeto, tal vez por su edad, tal vez por su posición en el gobierno de Dalaran. Aunque grave, su voz había perdido aquel acerado matiz que había conocido en el hall y sus ojos azules reflejaban interés y curiosidad a partes iguales, al parecer olvidada cualquier ofensa que pudo haberle inflingido en su presentación. Celebrinnir se ruborizó como si fuera una novicia descubierta en una falta y se sorprendió en la necesidad de explicarse.

- La biblioteca de la Ciudadela es realmente excelsa- se disculpó sin poder evitar bajar la mirada un instante.- Con esta luz tan clara, ni siquiera sospeché que el día avanzaba. ¿Tan tarde es ya?

El archimago sonrió con condescendencia y Celebrinnir se sintió al mismo tiempo disculpada e irritada por su propia sumisión.

- Hace horas que pasó el crepúsculo- le explicó Gades - Regresaba a mi estudio y me sorprendió ver que todavía quedaba alguien en la biblioteca. Vuestra búsqueda debe ser realmente apasionante para que el tiempo vuele tan deprisa.

Por supuesto, tenía razón. Celebrinnir no tenía por qué dudar de su palabra, ya que aquel mismo hecho le había sido constatado desde su juventud.

- Estaba repasando los últimos volúmenes que me señalaron los bibliotecarios- admitió, señalando el pequeño cuaderno que aguardaba en la mesa y la exigua pila que esperaba ser leída- Tenía tantas ganas de terminar que me olvidé del mundo.

Celebrinnir se dio cuenta de que los ojos azules de aquel elfo seguían tan resplandecientes como el día que le vio en el hall de la Ciudadela. Sintió una punzada al recordar que aquel mismo azul cobalto era el que había lucido ella en sus pupilas antes del Azote.

- Ya veo- asintió Gades, y se irguió para despedirse- En ese caso no deseo interrumpiros más, dejaré que sigáis con vuestro trabajo para que podáis retiraros cuanto antes.

Dudosa, Celebrinnir miró el cuadernillo y la pila. Si era tan tarde como decía, sería mejor dejarlo estar hasta la mañana siguiente. Se puso en pie.

- Lo cierto es que creo que me retiraré por ahora- dijo amontonando los libros ya consultados y volviendo a dejar el cuadernito sobre la pila en espera.- Os agradezco que os hayáis detenido para advertirme, Maestro.

Gades, que se estaba volviendo para marcharse, se detuvo para esperarla. Cuando estuvo lista, Celebrinnir le agradeció el gesto gentilmente y caminaron por la gran galería principal en dirección a la puerta. Charlaron con formalidad sobre temas banales, simples cortesías, hasta que atravesaron el portal resplandeciente y se despidieron al pie de la gran escalinata para partir en direcciones opuestas.

Celebrinnir se sintió aliviada cuando pudo por fin despedirse de aquel archimago que la hacía sentir continuamente evaluada, como si fuera una novicia, pero fue precisamente entonces cuando Gades pareció recordar algo y le hizo un gesto para que aguardara.

- Tengo entendido que el Archimago Volgar ha tenido que dejar la Dalaran por unos asuntos de la Ciudadela- dijo el mago con la seguridad y la tranquilidad de quien siempre tiene razón- De modo que supongo que ahora podréis disfrutar de algunas veladas para vos.

No pudo hacer otra cosa que asentir con toda la elegancia que podía reunir. Era verdad que durante su estancia en Dalaran, Volgar había monopolizado sus cenas. En realidad, más que sus cenas: su compañía al completo. Gades asintió, como si realmente hubiera requerido su confirmación para algo que a todas luces ya sabía. Celebrinnir se preguntó si la estaba vigilando de algún modo o si ese pensamiento era meramente petulante.

- No siempre recibimos, aquí en Dalaran, a tan ilustres visitantes de la Isla Sagrada.- continuó él, concediéndole el cumplido, y ella agradeció la penumbra de la ciudad que ocultaba su rubor- Estaría muy complacido si accedierais a hablarme sobre nuestra tierra alguna noche, durante la cena.

Aquello la cogió por sorpresa. No entendía el interés que Gades pudiera tener en ella: los elfos del Kirin Tor eran en su mayoría Quel´dorei que habían rechazado a Lunargenta en algún momento: ahí estaba la prueba de sus brillantes ojos azules. De hecho no le había pasado desadvertida la manera en que los guardias del Pacto de Plata la miraban cuando efectuaba sus paseos por la ciudad. Cualquier tipo de reunión privada con Nicodemus Gades le intimidaba lo suficiente como para que deseara ofrecer todo un abanico de las elegantes excusas que había aprendido en la Isla, pero si había consentido que Volgar monopolizara sus noches por completo cuando era solo un anciano humano que creía ver en ella el eco de su amor perdido ¿Cómo iba a negarle a uno de los Consejeros del Kirin Tor, que era además un viejo camarada de su antepasado, una sola cena?

Concedió inclinando elegantemente la cabeza. Se negó a aceptar que se estaba humillando, no, no ella.

- Será un placer, Maestro- dijo formalmente- Quedo a vuestra disposición, solo mandad un mensajero al Juego de Manos y os haré llegar mi respuesta.

Una nota de diversión pareció brillar en los ojos del mago al escuchar el nombre del alojamiento de Celebrinnir, pero nada dijo al respecto, sencillamente asintió elegantemente.

- En ese caso que descanséis, Venerable- dijo con aquella voz grave y aquella mirada más grave todavía- Os mandaré un paje.

Ella se inclinó en una discreta reverencia a modo de despedida.

- Buenas noches, Maestro.

El inclinó la frente un ápice.

- Buenas noches, Venerable.

Se separaron entonces, caminando en direcciones opuestas. Celebrinnir se dirigió enseguida hacia el Juego de Manos, tratando de no acelerar el paso. Se sentía halagada, humillada y rabiosa a partes iguales. Ella era Celebrinnir Lerathien, Sacerdotisa de la Fuente del Sol y del Sol Devastado ¡No tenía por qué sentirse como un cervatillo ante las fauces de un lobo! Y sin embargo algo le decía que no era más que eso. No era tan imprudente como para ver como sus fauces se cerraban sobre ella.

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