Interludio - Lunargenta I

viernes, 25 de noviembre de 2011


- Nadie es profeta en su propia tierra.

Sentada en un banco del Intercambio Real con su bolsa a los pies, Celebrinnir suspiró pesadamente, incapaz de entender el revés que su suerte había sufrido desde que dejó Dalaran. De nuevo se había acostumbrado demasiado deprisa a las comodidades y el lujo, a la complacencia de los sirvientes y el respeto de las gentes de la Ciudadela Violeta, y ahora se veía ignorada por Quel´thalas que debería, aunque fuera a un nivel administrativo, reconocer la presencia de una Sacerdotisa de la Fuente en la ciudad. No se trataba solo del renombre o el respeto que tal vocación pudiera despertar, sino de la cantidad de oro que los visitantes de la Isla podían llegar a desembolsar en sus visitas a la capital. Y allí estaba, sentada en un banco del barrio rico de Lunargenta, tratando de recordar si cuando era niña se había desdeñado tanto la presencia de los Consagrados de la Isla.

No lo creía. Ante sus ojos en un solo día se había mostrado una indolencia tan acusada que había confirmado todas las exageraciones que hubiera temido en su mente. Quel´thalas, ataño la joya más resplandeciente de todo Azeroth, había caído en un letargo y una decadencia como jamás hubiera sospechado. Los orgullosos elfos de las casas nobles parecían haber desaparecido por completo, ya fuera en tierras lejanas o en el interior de sus palacios, mientras las calles y comercios de la ciudad eran frecuentados por individuos de la más baja estopa. Jamás hubiera esperado ver una bailarina desnudándose sobre la mesa de la posada del Intercambio Real, escanciando el vino sobre sus piernas desnudas, ni una asamblea de mercenarios en la hospedería del Camino de los Ancestros. Tal depravación la llenaba de rabia y desprecio. Antes prefería ver Lunargenta en ruinas como lo estaba Lordaeron – por donde había tenido que pasar en una escala de su viaje- que verla tomada por la depravación y la indolencia. Aquella ya no era su ciudad, no quedaba nada de la Quel´thalas que había conocido de niña, nada en absoluto.

Iría al Templo, decidió. Debía presentarse ante el Sumo Sacerdote de la ciudad y cumplir con el protocolo establecido aunque a Quel´thalas ya no le importara. No se rebajaría tanto como para solicitar el asilo en los dominios del Templo de Belore, pero seguramente ellos podrían indicarle donde conseguir un alojamiento acorde a su posición. Tenía una abultada bolsa y el crédito que la Isla daba a sus sacerdotes cuando viajaban. Prefería no tener que recurrir a este último para no generar la ocasión de tener que dar explicaciones a nadie: sus ingresos eran más que suficientes para poder alquilar una casa que le ofreciera la requerida intimidad durante algunos días en el Intercambio Real.

Un carraspeo la sacó de su ensimismamiento.

- ¿Celebrinnir Lerathien?

Alzó la vista para observar a un joven vestido con las blancas estolas del Templo de Belore en Quel´thalas, con el ceño arrugado de inquietud. Comprobó con alivio que parecía estar sufriendo serias dificultades para mantener las manos quietas, ansioso como se veía. Asintió con elegancia y el muchacho dio un ligero respingo y se enderezó. Si, desde luego aquello estaba mejor.
- Venerable, el Templo os envía sus disculpas. Nessaia solicita vuestra presencia en sus aposentos.- recitó atropelladamente el joven. Debía ser un novicio del templo- Si sois tan amable de seguirme.

Recordaba a Nessaia, había sido novicia del Templo de Belore cuando ella era una niña. Como tantos otros, había medrado a causa del Azote y al parecer, ocupaba ahora una posición preeminente en el clero de Quel´thalas. Bien, le alegraba contar por lo menos con una cara conocida y estaba empezando a cansarse de tener que vagar como una sin techo por la ciudad que la vio nacer.

Se puso en pie y siguió al muchacho.

No hay comentarios: