Interludio- Dalaran VI

viernes, 11 de noviembre de 2011


Al día siguiente se encaminó, como era ya costumbre, a la Ciudadela con la salida del sol. No le paso desapercibido que en esta ocasión los guardias de la puerta no solo no preguntaron, sino que parecieron cuadrarse a su paso. ¿Quería decir aquello que tener la atención de Nicodemus Gades borraba los prejuicios de sus primos lejanos? Pensó en ello de un modo práctico ¿Por qué no? ¿No era el archimago una personalidad relevante en la sociedad de Dalaran? ¿No era uno de los elfos más antiguos sobre Azeroth y además un poderoso hechicero? Si él podía aceptarla ¿Quiénes eran los demás para mirarla con desdén? Aquel pensamiento hizo que se irguiera con dignidad al pasar entre las dos amplias hojas de la puerta. La inquietud que había sentido la noche anterior con la invitación de Gades se había desvanecido con las luces de un nuevo día y llegaba dispuesta a terminar de revisar los tomos que faltaron el día anterior antes de poder decidir si emprendía la búsqueda con otros criterios o si ya no valía la pena permanecer en Dalaran.

Atravesó el portal y se dirigió con paso presto hacia su mesa de trabajo y esta vez un orbe de la galería captó su determinación y flotó hasta colgarse sobre su hombro. La pila de libros por consultar seguía allí, mientras que aquellos que ya había leído habían sido retirados. No dejaba de sorprenderle, puesto que no descartaba haber sido la última persona en abandonar la biblioteca la noche anterior y era temprano todavía para que los bibliotecarios hubieran emprendido una batida en busca de libros fuera de su lugar. Tal vez tuvieran un hechizo maestro que recogiera todos los libros en sus respectivos estantes pero entonces ¿Cómo discriminaban los que habían sido apartados para seguir leyendo en otro momento? Tendría que pensar en ello más adelante, por si fuera posible aprenderlo para ponerlo en práctica en la biblioteca de su tío. Con este pensamiento tomó el cuaderno que aguardaba en la cima de la pila y comenzó su jornada de trabajo.

De nuevo pasaron por sus manos pequeños libros o supuestos testimonios sobre el trato con demonios, la mayoría de corte moralista por los sacerdotes humanos de la Iglesia de La Luz. Encontró también un grabado de título “La Danza de las Setecientas Noches” y que representaba, con gran detalle, las tantas posiciones de la cópula que eran, según su autor, posibles con un súcubo. Celebrinnir lo miró, enrojeció violentamente, lo apartó a la pila de libros descartados, lo miró desde allí con suspicacia, lo volvió a coger casi furtivamente, lo miró más atentamente y acabó saliendo de la Ciudadela para que le diera un poco el aire. Cuando regresó a su mesa, situó el grabado debajo de toda la pila de libros descartados y se negó a volver a mirar en aquella dirección.

Repasaba con más tranquilidad el resto de folletos y cuadernos restantes cuando un cuadernito no demasiado diferente a aquel que había revisado en primer lugar, llamó su atención. Era pequeño, de encuadernación simple y cosido con una cinta, y no le hubiera prestado más atención de no haber pronunciado el título en voz alta.

Avurael y otros mitos sobre la fertilidad

Avurael. El nombre casi le hizo dar un respingo cuando brotó de sus labios. Su sonido despertaba ecos de sueños terribles y de pronto sintió que no debía pronunciar aquel nombre de nuevo en voz alta. Abrió el cuadernito casi con temor y comenzó a leer. Aunque tenía el corazón en vilo mientras leía, el texto no resultó tan revelador como había podido esperar, aunque no estaba exento de cierto interés.

Se trataba en realidad del estudio de campo de un investigador cultural acerca de ciertas tradiciones y creencias de los Vrykul, el pueblo de gigantes salvajes que habitaba Rasganorte. Celebrinnir había oído hablar de ellos a los comerciantes que pasaban por Quel´danas. Según el ensayo, los primitivos Vrykul daban diversos nombres a sus deidades y también a los espíritus malignos, aunque a veces y dada la amoralidad de sus dioses, era difícil distinguir unos de otros si es que había diferencia. Sorprendentemente una de aquellas divinidades era Avurael, a la que representaban como una figura femenina de espesos cabellos rojos y ondulantes. En su mente vio el cabello llameante de Aelaith, la salvaje melena de Abrahel en su sueño, que parecía tener vida propia. Tuvo que reprimir un escalofrío antes de seguir leyendo.

Según las tradiciones de los Vrykul, aquel ser mitológico era concubina de un dios de las profundidades marinas pero tras ser despechada a favor de otra esposa y perder su corona, abandonó el mar y se solidarizó con los que como ella eran víctimas del amor: los cornudos, las engañadas, los enamorados no correspondidos, las despreciadas, los que vivían sometidos bajo un afecto opresivo y alienante, los dependientes, las posesivas. A esta deidad se dedicaban las plegarias para conseguir el amor deseado, para lograr separar al amado de la rival, etc. Como si se tratara de una broma macabra, también se le pedía para la concepción y el buen fin de los embarazos y los partos.

El texto no seguía mucho, pero llegado a aquel punto había tenido que dejar de leer. Se sentía invadida por un ligero malestar que se convirtió en una sensación de opresión en el pecho. Esta vez recogió sus cosas y abandonó la biblioteca tan rápido como podía sin echar a correr.

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