Interludio- Dalaran VII

martes, 15 de noviembre de 2011


El vino tinto se deslizó por su garganta como una explosión de sabor y una caricia. La luz de las velas proyectaba sombras danzarinas en el marmóreo suelo del balcón mientras a sus pies, la ciudad de Dalaran resplandecía como una joya en la noche.

- Una vista arrebatadora ¿Verdad?- la voz de Gades rompió el silencio a su espalda y oyó sus pasos saliendo del salón para unirse a ella.

Celebrinnir, que estaba inclinada sobre la balaustrada, apenas volvió el rostro para verle acercarse. Tal vez el vino había cumplido su misión, tal vez había acabado acostumbrándose a su presencia durante las dos cenas que habían compartido ya, pero lo cierto es que le vio acercarse, en su sobria y elegante túnica azul noche, con el largo cabello negro apenas recogido, y con los brillantes ojos azules destacando en la casi penumbra del balcón, y no sintió ningún tipo de conmoción ni inquietud. Se enderezó y se volvió hacia él.

- Y una cosecha excelente- reconoció alzando la copa hacia su anfitrión antes de dar un nuevo sorbo.

Gades correspondió al gesto con su propia copa y se situó junto a ella, contemplando la ciudad a sus pies. Ambos se volvieron hacia la balaustrada. De algún lugar de la noche ascendía la triste melodía de un violín. Celebrinnir supo que de algún modo aquel balcón y aquella alta torre hacían sentir a Nicodemus Gades como algún tipo de dios contemplando a los mortales. Sonrió para sí. Tenía experiencia tratando con dioses. El elfo percibió su gesto.

- ¿Algún pensamiento agradable?- inquirió con voz queda sin dejar de admirar la ciudad.

Celebrinnir dejó escapar el suspiro de una sonrisa y recogió su copa contra el pecho mientras observaba la aurora boreal recortada sobre la ciudad.

- Pensaba que podría acostumbrarme a vivir rodeada de tanta belleza.- dijo, y aunque su voz fue casi un susurro, no mentía.

- Siempre podéis regresar.- dijo él al cabo.

No contestó, pues aquella afirmación tenía doble filo. Habían hablado sobre ello durante la cena, rememorando la grandeza de Quel´thalas y de la delirante belleza de Zin´Azshari, sin embargo Celebrinnir no supo si se refería a Lunargenta o a aquel mismo balcón, a Dalaran. Decidió apostar por la primera opción.

Negó con la cabeza.

- Quel´danas es mi hogar, he consagrado mi vida a la Fuente del Sol. – dijo suavemente, y se dio cuenta de que debía explicarse- No se trata de necesidad, esa es una lección que todos tuvimos que aprender con dolor hace mucho tiempo. Fui consagrada a Belore siendo muy joven y no conocí otro hogar que Quel´danas durante casi toda mi vida. Los años que pude pasar en Quel´thalas son demasiado lejanos, demasiado pocos como para poder contemplarlos como algo más que un recuerdo difuso. Pero recuerdo Quel´danas, la tengo grabada a fuego en la memoria. Estaba en Quel´danas cuando el mundo se rompió en pedazos y estuve en Quel´danas cuando el profeta Velen nos devolvió la Fuente, la cordura y la esperanza. No es ansia de magia, no es fanatismo. Creo que se trata más bien de fidelidad. Quel´danas tiene un ancla para mi espíritu como no lo ha tenido ningún otro lugar en el mundo. Vaya donde vaya, haga lo que haga, siento que gravito hacia ella. Sí, creo que podemos hablar de devoción, de devoción absoluta para lo que Quel´danas significa para nosotros. Para lo que significa para mí.

Enmudeció, sintiendo que se exponía con cada palabra que decía. Al ordenar y pronunciar en voz alta sus sentimientos hacia la Isla, había comprendido su magnitud. Una calidez insospechada se instauró en su pecho al pensar en las altas cúpulas y los amplios jardines de Quel´danas. Junto a ella, Gades guardó silencio instante, meditando sus palabras o tal vez reconduciendo el hilo de sus pensamientos.

- ¿Y vuestra familia?- preguntó al fin sin apartar la vista de al ciudad.

Celebrinnir rechazó los rostros de los muertos: de Duriner y de Olena, de Nevena y Autindana. Pensó en Iranion y en Leriel, y en Bheril y en Nana, con los que no compartía sangre pero a los que consideraba tan próximos como hermanos. Pensó en como los había perdido a todos. Inspiró profundamente y se acercó la copa a los labios sin llegar a beber. Se dio cuenta de que aunque sabía que él estaba a su lado, hablar mirando a la ciudad dormida le inspiraba una cierta sensación de libertad, de anonimato.

- No tengo familia.- dijo en un murmullo- Solo quedo yo desde el momento en que se decretó que debería acudir a Quel´danas para consagrarme a Belore. Creo… creo que es mejor así.

Así no sentía un dolor lacerante cuando pensaba en ellos, cuando su mente revivía una y otra vez la inmolación de Autindana y sus hijos, cuando escuchaba una y otra vez la voz de su madre rota, desesperada, relatando una y otra vez e incapaz de parar, la ejecución de Nevena, como se la habían llevado, los gritos de la tortura. Sí, era mejor así.

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