A la sombra de Karabor III

martes, 15 de noviembre de 2011

El bar era apenas un poco más grande que la Capilla y ni siquiera tenía sus propias paredes: el pasillo original se ensanchaba creando una especie de recodo y allí habían acabado plantando la barra: una plancha de metal sobre dos bidones vacíos. Las sillas estaban formadas casi exclusivamente de chatarra del desguace soldada a base de soplete, y también las precarias mesas. La diana era genuina, como los dardos y el orco que había tras la barra. Las botellas habían llegado después, contrabando traído desde los bajos fondos de Shattrath. U obsequios de las admiradoras de Gandarin, cómo no. Un poco más allá, el pasillo volvía a estrecharse y de allí llegaba el rumor sordo de una canción ruidosa, pero en la pared del fondo, frente a la barra, había una pequeña puerta a las rampas que llevaban al exterior. No había mucha gente en el bar, apenas unos cuantos chicos del equipo en un momento de esparcimiento. Hablaban entre ellos tranquilamente y en ocasiones alguno reía estruendosamente. Un par jugaban a las cartas en un rincón. En cuanto tomaron asiento, el orco de la barra se acercó a ellos con dos jarras.

Chuck había sido piloto durante lo más duro de la cruzada contra la Legión Ardiente, un tipo con una puntería espectacular y unos brazos gruesos como toneles. Había sido alcanzado por la explosión de un portal vil frente al bastión de la Legión y la metralla le había acabado haciendo añicos la rótula de la pierna derecha. La infección había sido tal que ni siquiera los sanadores del hospital de refugiados habían podido salvarle la pierna y le habían amputado por encima de la rodilla. Habían podido ponerle una pata de palo, como si fuera un pirata, pero ya no había podido volver a pilotar. Gandarin le había prometido una pierna nueva, pero como toda obra de ingeniería, era algo que llevaría tiempo. Mientras tanto, Chuck había decidido hacerse cargo del bar, así podía escuchar de primera mano las historias del resto de los miembros del equipo y revivir en cierta manera la emoción de la caza. Había sido él quien había insistido en instalar una diana en el bar, pero nadie se atrevía a competir con él tras quedar claro que el inmenso orco ganaba siempre, sin excepción. En esta ocasión dejó las jarras en la mesa ante los recién llegados y tomó asiento en una banqueta junto a ellos.

Ninguno tenía demasiadas ganas de hablar, de modo que bebieron en silencio, mirándose ceñudos pero con las mentes absortas en sus propios pensamientos. Se agradecía la tranquilidad del bar después de pasar todo el día en la superficie, con la cabeza a punto de estallar por el estruendo de las explosiones. Durante los últimos diez años apenas habían disfrutado de permisos y absolutamente nadie había abandonado Terrallende. Todos los miembros del equipo estaban comprometidos con la cruzada y nadie deseaba desertar, aunque no existiera entre ellos ningún contrato formal. El equipo era más bien una cooperativa de voluntarios y mientras durara la Legión, ellos seguirían luchando. Los fundadores de todo aquello, los promotores de la idea original habían sido Tips, Dewey y Gandarin. Los tres se habían conocido en el Área 52, el asentamiento del Cártel Bonvapor en la península de Tormenta Abisal. Tips había llegado allí con la primera oleada de goblins para aprovechar los recursos de aquella zona y se había encontrado con Gandarin, que parecía tener mucha prisa por abandonar la región. Habían buscado un modo de transporte que les llevara hasta el Valle, donde se estaba desarrollando lo más duro de la cruzada y se habían encontrado con Dewey, un piloto en paro con una vieja carcasa averiada y sin dinero para repararla. Habían llegado a un trato: Tips ponía el dinero, Gandarin su habilidad con los motores y los tres habían cruzado el Vacío Abisal para ahorrarse el largo viaje a través de los territorios de aquel extraño planeta. La vieja carraca de Dewey apenas había soportado el viaje y había tenido un accidentado aterrizaje tras la cordillera norte del Valle Sombraluna. Habían conseguido ayuda de los Martillo Salvaje y sus tanques para remolcar a la vieja Olga hasta las ruinas y ya no habían podido moverla de allí. De hecho, la primera idea del desguace había venido de la intención de Gandarin de reunir piezas sobrantes de la guerra para reparar o reconstruir la nave, y aunque con el tiempo habían acabado teniendo piezas de sobra, la nave de Dewey no había vuelto a volar.

- ¿Y Gandarin?- inquirió el piloto alzando la vista de su jarra, saliendo de su ensimismamiento.

Chuck miró a la continuación del pasillo y torció la mandíbula. Los fieros colmillos inferiores le dieron a su gesto un aspecto inquietante.

- Tenía una reunión.- respondió con un gruñido.

Confirmando su respuesta, una sugerente carcajada femenina terminada con un gemido les llegó desde el pasillo y los tres pusieron los ojos en blanco. Los jugadores de cartas interrumpieron su partida para mirar con mala cara en dirección al pasillo.

- ¿Tiene que hacer esas cosas aquí? – se quejó con fastidio uno de ellos. Se puso en pie y llegó hasta el final del bar y alzó la voz con toda la intención de que le escucharan desde la habitación del fondo- ¡Ya es suficiente con el aislamiento!

La música que venía del pasillo aumentó de volumen estruendosamente: pesadas percusiones, guitarras delirantes y voces guturales. Sí, definitivamente le habían oído. Tips, con la nariz dentro de su jarra, se carcajeó roncamente. Dewey por su parte, dejó que una sonrisilla irónica le asomara a los labios. Chuck gruñó.

- En realidad es cruel – admitió el piloto humano sin dejar de sonreír- No estaría de más pedirle un poquito de discreción. Está claro que no es que las vaya buscando pero…

Tips chasqueó la lengua y suspiró.

- Tiene más años que tú y que yo juntos, Dew.- rezongó.

- ¡No le digas eso a la cara!- rió este de buena gana.

Olsen, el “ofendido” jugador de cartas, les escuchó y decidió sentarse a su mesa. El compañero de partida se les unió.

- Anda, trae esas cartas- dijo Chuck.

Era mejor no pensar en ello y todos estuvieron de acuerdo. Se barajaron las cartas y se repartieron entre los cinco. Chuck se levantó para servir otra ronda los jugadores y volvió para unirse a la partida. Jugaron al póker y apostaron duro. En algún momento de la partida la pequeña Lola pasó por el bar, se aupó para ver la mano de cada uno y se marchó carcajeándose con su risilla de hada de la hombría resentida de sus compañeros. Groban, por su parte, hizo una aparición estelar por aquella parte de la estación y en cuanto vio la partida y comprendió lo que sucedía, regresó al taller.

Cuando iban por la cuarta ronda la música de la habitación del fondo enmudeció y el chasquido de la puerta de rastrillo se escuchó desde el bar. Los cinco aferraron con fuerza sus cartas y jugaron con audacia y ferocidad. Al cabo de unos instantes, una bonita draenei de cortos cuernos y oscuras coletas vestida con un mono de trabajo apareció por el pasillo con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. No se detuvo al pasar por el bar, sus cascos marcaron un alegre compás mientras cruzaba la pequeña sala en dirección a la puerta y dejaba que se cerrara tras ella.

Las apuestas fueron más fuertes. Tips vio por el rabillo del ojo como Olsen enrojecía hasta que su rostro adquirió el mismo matiz que su pelo.

- ¿La enviada de Telaar?- gimió el humano, totalmente desmoralizado- ¡Me gustaba! ¿No podía dejar ni siquiera a esa?

El sacerdote suspiró, dejó sus cartas sobre la mesa y bajó de un salto de su banqueta. Iba a tener que hablar seriamente con Gandarin: su sorprendente magnetismo con el sexo femenino estaba suponiendo un duro golpe para la moral de la mayoría del equipo. No podía permitir que la cohesión del grupo se resintiera por algo así. Ni siquiera se disculpó con los compañeros por abandonar la partida. Dirigió sus pasos hacia el pasillo dispuesto a tener de nuevo la misma charla de siempre.

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