XIII

lunes, 23 de junio de 2008

Menethil - Dos días después de Litha

Se acerca el final.

No sabría explicar por qué, pero todo parece estar impregnado de ese aura indefinible de fatalidad. Yo he hecho ya todo lo que estaba en mi mano, nada queda. Solo espero que por una vez mi voluntad de ayudar no sea la perdición de quienes confiaron en mí.

Anoche por fin lo hicimos. Eramos pocos, pero lo preferí. Lobo, Mirlo y Sierpe acudieron, tampoco necesitaba más.

Nos reunimos en la torre derruida que hay al oeste de la vieja Lordaeron: allí, agazapados en las sombras, bien hubieramos podido ser espectros o gárgolas. Nos dividimos en dos equipos: Lobo y Sierpe por un lado, y Mirlo y yo por el otro. Como habíamos acordado, cortamos todos los lazos que nos unían con la hermanad para evitar comprometer la diplomacia. Activamos los comunicadores gnómicos y penetramos en Entrañas.

Nuestra misión estaba clara: observación. Efectivos, inventario, acceso... Una recopilación de datos para que el rescate del Arzobispo no sea un auténtico fracaso. Todo se sucedió con normalidad, con esa dosis de tensión que nos mantiene alerta. Por varias veces temimos haber sido descubiertos, pero nadie dio la voz de alarma. Una vez llevada a cabo la primera parte de la misión, dio paso la segunda y tal vez más crucial.

Sierpe y Lobo tenían la misión de localizar los laboratorios y tomar cuantas muestras fuera posible para someterlas a un estudio y ver si existe la posibilidad de desarrollar algún antídoto. Tuvieron un enfrentamiento con uno de los boticarios y consiguieron deshacerse de él si que se diera la voz de alarma en la ciudad.

Mirlo y Irbis debíamos localizar a los prisioneros e investigar qué se hace con ellos en ese lugar. Los tienen, están allí hacinados como animales, y prueban en ellos su repulsivos experimentos. Tuve que contenerme para no matarles allí mismo y liberarles de su sufrimiento. Semejante acto nos hubiera delatado al instante.

Había una celda excavada en la pared, con una puerta negra y sólida, de metal, en la que no había ninguna abertura salvo la finísima ranura a ras del suelo. Cual fue nuestra sorpresa cuando vimos asomar bajo la puerta un pequeño trozo de papel. Mirlo se hizo con él.

Nos reunimos en la salida del apotecarium y nos dirigimos a la sala en la que imparte justicia Sylvannas.

Estaba cantando.

La melancolía de su canción, la nostalgia y el dolor que bañaban sus ojos, no lo olvidaré jamás. Tampoco ella olvida, lo sé.

¿Por qué no se dan cuenta?

***

- Supongo que ella misma era, de algún modo, consciente de que había tocado fondo, que podía seguir viviendo de esa manera. Para cualquier otra persona, rehacerse, rehabilitarse hubiera sido una opción, pero para ella era solo una perdida de tiempo, supongo. Estaba tan cansada de vivir, tan cansada de que se le arrebatara siempre la paz y la felicidad a cada momento, que la muerte parecía la mejor de las opciones.

El diario hablaba de sueños, sueños extraños. ¿Proféticos? En aquel momento no lo creí, pero los sucesos que tuvieron lugar después, el descubrimiento de Averil y el misterio de su existencia, me hacen pensar que realmente vio el final, con sus propios ojos...

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