Una noche en Lunargenta VI

jueves, 13 de noviembre de 2008

Lunargenta, semanas mas tarde:


- ¡Santo cielo, Kronkar! ¿¡Qué demonios te has hecho en el pelo!?

El sindorei resopló
- Tú también no, por favor.-gruñó en respuesta.- Además, mira quién fue a hablar.

Liessel arqueó las cejas y se recostó de nuevo en la cama, pasando las manos por la melena pelirroja.

- Exigencias del guión, ya sabes.

Kronkar dejó el arma contra la mesa y se sentó junto a ella, sobre las sábanas revueltas. Permanecieron en silencio largos minutos, él con la mirada fija en las manos, ella con la mirada fija en la nada. Solo el susurro de la fuente que se colaba por la ventana se escuchaba en la habitación.

Fue Liessel quien rompió el silencio al fin.

- ¿Por qué, Kronkar?

El sindorei apretó los dientes. No había reproche en la voz de la mujer, ni angustia, ni pena, y al mismo tiempo le parecía que todas ellas tenían lugar en aquellas tres palabras. Apretó los puños y trató de sacar de su mente el desgarrador grito que aquella mujer había proferido cuando había vuelto a abrir los ojos.

Y aquella pregunta, aquella eterna pregunta envuelta en sollozos, atormentándole en sueños...

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué? ¿Por qué?

Al ver que no respondía, Liessel se incorporó y rodeó los hombros del elfo con los brazos, desde su espalda. Sintió como Kronkar se tensaba para inmediatamente relajarse, como si un peso terrible se hubiera esfumado de sus hombros.

- No lo sé.- suspiró, derrotado, al fin.

Liessel le estrechó y el elfo sintió su aliento en el cuello. Parecía tan tranquila ahora... Ni siquiera ella misma recordaba su despertar, cuando por fin Sacat le había devuelto su alma. No recordaba los gritos angustiados, cómo se había debatido en la cama, atada como estaba, rogando que la dejaran volver, que la dejaran descansar....

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

- Si no dices nada, - sugirió Liessel con malicia- empezaré a pensar que no puedes vivir sin mí...

El elfo se puso en pie de manera tan brusca que la mujer se retiró como si hubiera recibido una bofetada.

- ¿Qué...?

- ¿No puedes dejar de bromear, Liessel?- bramó el sindorei- ¿Crees que fue una decisión fácil para mí? ¿Que fue una decisión banal?

Los ojos grises de la mujer se estrecharon como si fueran dos rendijas y empezaron a arder, como hielo quemante. Se irguió de rodillas sobre las sábanas, como la salvaje melena roja derramándose sobre sus hombros. La sábana que la envolvía se deslizó por su cuerpo, descubriendo aquella terrible cicatriz en el vientre. Turbado por la ira de su mirada y por el recuerdo de su agonía, Kronkar le dio la espalda.

- ¿Crees que es fácil para mí, Kronkar?- siseó la mujer desde la cama. Su voz sonaba peligrosamente fría.- ¿Crees que me desperté como quien despierta de un plácido sueño? ¿O que me sacaste de una terrible pesadilla? ¡Estaba muerta, Kronkar! ¡Muerta! ¡Estaba descansando al fín! ¿Quién coño te crees que eres para quitarme eso, Kronkar? ¿Crees que levantaría agradecida por traerme de vuelta? ¿Que todo sería como en las historias?

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

Se volvió, aunque no quería se volvió para mirarla y pese a la amargura que había notado en su voz, vio que la mujer le miraba casi con compasión. Al ver que la miraba, la mujer volvió a sentarse, pero su mirada pareció marcharse lejos, muy lejos... Ella tenía razón ¿Quién era él para traerla de vuelta del sueño eterno? ¿De aquel sueño que ella había ansiado con tanta intensidad? Incapaz de articular palabra, se volvió hacia la entrada y abrió la puerta.

- No estaban, Kronkar...- murmuró la mujer desde la cama.

Kronkar bajó la mirada, a su mano sobre el pomo.
A su espalda, Liessel murmuraba para sí, embargada por la pena.

- No estaban... no estaban...

Salió tan rápido como pudo y cerró la puerta tras de sí. La lluvia repiqueteaba en los tejados y toldos del callejón oscuro, pero no importaba. Llamó a su compañero a su lado y se echó a caminar, con la eterna pregunta en su mente, atormentándolo.

¿Por qué, Kronkar? ¿Por qué?

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