En los Confines de la Tierra XXIX

martes, 28 de septiembre de 2010

El temblor comenzó por la noche. Al principio fue como un rumor, como un estremecimiento leve, y los esclavos durmientes no lo percibieron. Solo cuando incrementó su intensidad y la tierra comenzó a caer de los techos de paja y barro, a verse sacudidos los jergones como si un demonio rabioso se debatiera bajo la cama, se incorporaron confusos en sus lechos y miraron a su alrededor alarmados.

Mangosta saltó de la cama rápidamente, desorientada en la oscuridad. Un sonido como un trueno lejano, pero proveniente de todas partes, llenaba el aire. Oyó exclamaciones, algunos gritos, y en la oscuridad del barracón alcanzó a distinguir las siluetas de las demás esclavas levantarse de sus lechos buscando algún lugar para refugiarse. Temiendo que las sacudidas acabaran por desmoronar el precario edificio, la joven tanteó su camino hacia la salida, apartando los cuerpos de aquellas más desorientadas, impeliéndolas a abandonar el barracón.

- ¡Fuera!- gritó- ¡Todas fuera!

Parte del tejado de paja comenzó a desmoronarse tras ellas y el polvo llenó el aire. Mangosta se cubrió el rostro con el antebrazo para poder respirar y embistió la puerta con fuerza.

En el exterior, el panorama no cambiaba demasiado. Del resto de los barracones salían los esclavos, sofocados y alarmados, y pronto se reunieron todos en el campo de entrenamiento, lejos de los edificios por si estos se derrumbaban. La luna estaba llena y podía verse con claridad. Los guardias parecían tan desorientados como todos los demás, aunque habían tenido tiempo para coger sus armas. Mangosta buscó con la mirada al resto de la tribu Pies de Arena y los encontró reagrupándose en uno de los extremos del campo. Con el codo, llamó la atención de una troll de la tribu llamada Dekka que, cerca de ella, miraba aturdida a su alrededor. Ambas se cogieron de la mano y corrieron sorteando al resto hacia su precaria familia en la esclavitud. Zai´jayani y Zun´zala estaban allí, uno junto al otro, y en sus rostros no vio la desorientación del resto, sino una preocupación muy diferente.

- ¿Qué está pasando?- gritó para hacerse oír por encima del intenso rumor, sintiéndo como le castañeteaban los dientes por las sacudidas.

Zai tendió un brazo protector hacia ella y la envolvió para acercarla a él.

- La tierra está enfurecida.- dijo Zun´zala con voz grave y el ceño fruncido, como si tratara de entender cual era la causa de aquella súbita ira.- Los ancestros gritan...

Parecía más consternado que preocupado por los temblores que sacudían la tierra, y junto a él, Zai´jayani reflejaba la misma angustia en sus ojos.

- Ve con Dekka, bichito- le dijo el troll inclinándose para hablarle al oído, y aún así tuvo que alzar la voz- Deja que Chamán y yo tratemos de apaciguarlos.

Mangosta miró a su mentor con el ceño fruncido: Zorro jamás la había alejado de su lado como si fuera una criatura. Sintió que alguien tiraba con insistencia de su mano y vio a Dekka tratando de alejarla de allí.

- Deja que Chamán trabaje - gritó la troll para hacerse oir- ¡Necesita concentración para hablar con los ancestros!

Se dejó arrastrar junto al resto de los trolls, sin apartar la vista de los dos chamanes bajo la luz de la luna, ora apoyando las manos planas contra el suelo, ora alzando los brazos y clamando a dioses invisibles. Más allá, orcos y tauren parecían dejar también espacio a sus Portavoces de los Espíritus, que, cada cual con las tradiciones de su raza, trataban en apariencia lo mismo que Zorro y su mentor. Incluso uno de los enanos parecía presa de algún tipo de trance a pesar de las sacudidas del suelo.

Con estruendo, el tejado del barracón de las mujeres se desmoronó por completo, levantando una nube de polvo tan densa que alcanzó a los grupos más cercanos al edifico y provocó una desbandada en todas direcciones por el patio. De pronto, Mangosta vio a Zai y a Zun´zala dirigirse hacia los orcos. Lejos de interponerse en su camino, aquellos que no transitaban la Senda de los Espíritus abrieron paso para los dos chamanes y dejaron que se reunieran con sus propios sabios. Al verles, los taurens hicieron de igual modo y el enano, aunque bajo las miradas extrañadas de congéneres y compañeros, acabó por unirseles también. En los rostros de todos ellos había una preocupación que nada tenía que ver con el desmoronamiento. Unieron sus testas un instante, probablemente para hacerse entender por encima del estruendo, y al cabo de unos segundos, se separaron formando un círculo perfecto y alzaron los brazos hacia el cielo. Cada uno clamó a los ancestros en la lengua de su raza, como si de algún modo los chamanes intentaran unir sus esfuerzos para apaciguar a aquella tierra iracunda.

Mangosta tardó unos instantes en darse cuenta de que el temblor se había detenido. Todo su interior se sacudía todavía y la cabeza le daba vueltas, pero al menos sus pies estaban firmemente posados en el suelo. Cautelosamente, una ovación se elevó desde los esclavos: los ancestros habían escuchado. Hubo exclamaciones de alivio, de alegría, mientras esclavos y guardias se acercabam prudentemente a los edificios para evaluar la magnitud del desastre. Estanterías desmontadas, una sección del cercado de la lucha con bestias y el tejado del barracón de las mujeres. No había nada más que lamentar. Mangosta, por su parte, se acercó a los chamanes, ellos no sonreían.

Sus rostros eran la más viva imagen del desasosiego.

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