XXXIII

martes, 5 de octubre de 2010

Querido diario:

¡Qué peculiar es este sitio! Y eso que no he podido ver demasiado: debo, según dice Ángel, quedarme en la posada por mi propia seguridad, porque no soy precisamente discreta con esto en la cara. Así que con la capucha arriba y abajo y me voy quedando sin cosas que hacer. (Eso sí, tampoco es que sea mucho mas discreta con la capucha dentro y me aburro.

Al menos siempre me quedará el número musical de la señorita Lambeau, la cantante que ameniza las tardes y las noches aquí en la posada de la parte alta. La verdad es que me recuerda muchísimo a Kloderella (Caray, casi me había olvidado ¿Qué habrá sido de ella y de Imoen?) con esa piel tan oscura como el chocolate y ese acento suave, casi melódico al hablar. No es que haya hablado con ella, claro, pero a veces, entre canción y canción, habla con los espectadores y su voz me hace pensar en noches cálidas y ron. Tiene unos ojos que son dos pozos oscuros y unos labios carnosos como pocas veces he visto, y una sonrisa blanca como un rayo... Una mujer de todas todas, vamos. Seguro que si Ángel la ve, se le pasa el mal humor de golpe.

Va, que me voy por las ramas...

Ángel y Kluina´ai siguen buscando pasaje y yo me siento un pelín inútil aquí en la posada todo el día. Sobre todo por las mañanas, me asomo a la ventana, desde donde se puede ver el puerto, y no deja de sorprenderme la cantidad de gente que deambula por esta inmensa ciudad. Yo creo que nunca había visto tantos barcos juntos, y eso que vengo precisamente de un puerto pescador como es Costasur, y que me empadroné en el puerto comercial de Menethil. He visto un vendedor que vende pájaros de colores, y he visto a una mujer con unos pantalones rojos indecentemente ceñidos que lleva un loro verde al hombro que de cuando en cuando grita "Uuuuuuta madrrrrre" (el loro) y le oigo desde aquí. La primera vez me dio tanta risa que casi acabo respirando el zumo del desayuno.

Sin embargo lo que más me ha llamado la atención es el ajetreo de mercancías en el puerto, sin duda. Es un trajín constante, un ir y venir inagotable de carros con cajas, algo realmente exagerado. Todos los días cientos de cajas, sacos y bolsas son llevados al embarcadero y todos los días se cargan en barcos que para cuando se pone el sol, se vuelven a hacer a la mar. Me pregunto qué es lo que se llevan con tanta prisa y a dónde...

Mmmm, no sé, a lo mejor algún día bajo de incógnito... ¡No en vano fue mi madre una maestra de espías! ¡Algo debo haber sacado de ella! ¿No?

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