XXXV

martes, 19 de octubre de 2010

Por Kluina´ai

El primero la sorprendió aún abotargada, bajo los efectos del somnífero con el que se procuraba el descanso nocturno. Alarmada, intentó discernir qué lo originaba, en vano. No había más respuesta que un ominoso silencio. Se esforzó por concentrarse en las tareas pendientes. La repetición, al cabo de unas horas, la pilló en una pasarela. Intentó mantener el tipo e, inconscientemente, comenzó a contar el tiempo entre temblores.
No era hipo ni prurito. Parecían más bien convulsiones o contracciones. Era grave. Muy grave. Y enterarse de que no se trataba de un problema local únicamente acentuó su desolación, al descartarse la posibilidad de que fuera un fenómeno volcánico ligado a los corruptos cultores trol de Tuercespina.

Cada sacudida la debilitaba más. Se sentía indefensa, pues era la mismísima Madre Tierra quien les comunicaba su dolor y su ira. Y ella, chamán tauren, no podía hacer nada más que escuchar y rogar a los Elementos que se calmaran.
Dentro de lo delicado de la situación, se estableció prioridades: Ante todo, cuidar de Bellota; En segundo lugar, hallar medio de transporte; Tercero, vigilar y, por último, decidió que necesitaría elixires y pociones.
Se puso manos a la obra. Por fortuna, el mago rubio buscaba muy activamente el modo de escapar de la ratonera.

Pero pasaban los días sin que consiguieran transporte. Los terremotos eran cada vez más frecuentes y los rumores se dispararon. Así las cosas... Normal que apenas se hicieran a la mar unas pocas embarcaciones. Sin embargo, necesitaban salir de allí. Se les acababa el tiempo, como a Averil la paciencia.

Habían prohibido a la muchacha que se moviera del Grumete Frito: Era demasiado arriesgado. Kluina-Ai no se alejaba de ella más de lo imprescindible y notaba que la frustración y el aburrimiento de Bellota aumentaban con cada jornada que transcurría.

Suerte que la misma taberna era un variado ecosistema y la curiosa jovencita no perdía detalle del espectáculo que se le ofrecía. Además, espabilada, se esforzaba realmente por pasar inadvertida.
La tauren comprobó que la muchacha se había convertido en admiradora de la humana que deleitaba al personal con sus canciones. Esa mujer, con piel y voz de madera noble y mirada viva, le producía una cierta inquietud, aunque no negaba que dentro de su especie era extraordinariamente atractiva. Tenía mucho mérito el dominio que demostraba sobre sí y la maestría con que sorteaba los incidentes con el personal. A la chamán le dio la impresión de que esa señora bebía la vida a sorbos, paladeándola.

En cuanto al famoso “pirata loco”... No apareció y, si lo hizo, ni se enteraron. Klui estaba por darle las gracias.

Aquella noche prometía ser un “más de lo mismo”. La cantante había llegado y Bellota desearía bajar a disfrutar de la música, sin duda.

Subió hacia la habitación que ocupaban y, adentro, Averil, alterada, le contó que una extraña elfa había irrumpido y seguramente le habría visto la cara. Si la tauren no fuera cubierta con el yelmo, la chica se hubiera dado cuenta de que a Klui se le demudó el rostro.
Dos melódicas voces al fondo del pasillo le indicaron que, efectivamente, tenían compañía. Bellota le sugirió que parlamentara con ellos, pues había creído entender que también querían salir de la ciudad.

Conforme se acercaba, la atacó una sensación familiar y molesta: El tufillo a corrupción que emanaban ambos sin'dorei (¿o debía considerarlos fel'dorei?) obligó a la tauren a reprimirse. Lo que le pedía el cuerpo no era negociar, sino plantar sus tótems e iniciar un ceremonial de purificación. Suspiró, observó lo peculiares que eran (un embozado elfo de cuidada cabellera color platino impoluto en su atuendo y una espeluznante joven elfa de pelo oscuro como la noche, pálido rostro marcado con runas demoníacas, acicalada a la usanza zandalar), e inició un cauteloso diálogo.
Al menos eran corteses y, aunque no llegaran a un acuerdo, le pareció fructífera la conversación: Le preguntaron si tenía secuestrada a la humana... Cosa que le dio una idea.

De vuelta a la planta baja, se plantó junto a Bellota, quien estaba sentada en compañía de la artista. Carraspeó y se presentaron. La señorita Lambeau, haciendo gala de su saber estar, las dejó a solas. Averil decidió que Klui no cabía en aquel rincón y se cambió de mesa. A la chamán le daba igual todo: En peores sitios se había metido.

Apenas habían intercambiado unas cuantas frases cuando se les unió la elfa vil. Se la notaba muy interesada por la humana. No tardó mucho en aparecer su compañero, quien ocupó el espacio restante.

La charla resultó muy instructiva. Al parecer, Caramarcada (así dijo llamarse la inquietante elfa) tenía comparativamente la misma edad que Averil. Los paralelismos entre ambas eran evidentes. La chamán supuso que por eso la humana le llamaba tanto la atención (por eso y porque le había visto el rostro, claro).

Durante el tira y afloja de preguntas y respuestas, con toda la cachaza del mundo, Caramarcada declaró que se dedicaba a fabricar y vender abalorios de cuentas y que tomarían el Portal Oscuro para viajar a Terrallende... a comerciar con los demonios. Irhen “el hermoso” (más bien “el tapado”, pensó Klui) no intervenía mucho.
Pese a su rostro inexpresivo y su voz átona, la muchacha elfa se mostró muy amable con Bellota: le ofreció una de sus pulseritas y le entregó una daga para que se defendiera.

Un seísmo encendió la mecha y la tauren terminó soltando una de sus típicas “cornadas verbales” cuando disertaron sobre la diferencia de usos y significado entre “corrompido” y “corrupto”.
Sin tacto alguno, les preguntó cómo se definían. El tenso silencio resultante le hizo caer en el detalle de que quizá los hubiera ofendido.

- “Yo soy pura”, respondió al minuto la elfa de las mil trencillas negras.

La sanadora sonrió para sí al comprobar que las personas nunca dejarían de asombrarla.

En cambio, “El Hermoso” (un pirata honrado que buscaba tripulación, según sus palabras) se marchó casi enseguida sin decir ni mú.

Caramarcada tardó un poco más en retirarse. Llegó a señalar el parecido entre ella misma y Averil, cosa que molestó muchísimo a la humana. La chamán consideró que en algo sí tenían razón aquellos dos: Las apariencias engañan. Otra cosa era muy cierta: No se conocían. Nada sabían de sus respectivas historias.
Finalmente, se despidió. Se desearon mutuamente suerte y Kluina-Ai se acercó a la barra para disculparse por su falta de diplomacia. Le sorprendió gratamente que la elfa no estuviera molesta, aunque había dado muestras de tener un carácter sumamente peculiar.

Desaparecer la elfa vil y estallar Averil fue todo uno. Que Caramarcada se comparase con ella la había sacado de quicio. ¡Ella no había elegido ESO! ¡Ella NO era una adicta!... La tauren intentó aplacar el enfado de la joven, en vano. Solamente obtuvo un cierto éxito al cambiar de tema.

La chamán le expuso su plan a la todavía sulfurada Bellota. A ella no le pareció mal, con tal de abandonar Bahía.
Klui no veía otra opción, de lo contrario ni se hubiera planteado algo así. Y es que a la sanadora le dolía llevar como prisionera a la joven, aunque se tratara de una farsa para salvarla.

La noche llegaba a su cenit. Angeliss no regresaba y Averil expresó por fin sus temores, desanimada.

La chamán, agotada, no podía decirle a Bellota ni la mitad de lo que pensaba y sentía:
Que para ayudarla necesitaba que luchara panza arriba contra esa maldición; Que cada vez que la miraba se le partía el alma; Que ella no era sino una simple tauren y no una criatura bendita como aquella que les había sido cruelmente arrebatada, pero que lo daría todo para liberarla de esa horrible carga.

Y con el Bálsamo presente en el recuerdo, le juró que no se rendiría hasta dar con una solución

“Aunque sea lo último que haga”.

Kluina-Ai Nubeblanca escuchó como en un eco su frase recién pronunciada: Le sonó a sentencia.

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