La Cena I

martes, 26 de octubre de 2010

El sol se había puesto y la casa bullía en actividad. Las cocineras se afanaban desplumando patos, cebando cochinillos, batiendo yemas y aderezando guisos. Los criados corrían de un lado a otro trasladando flores y jarrones, puliendo la cubertería, alineando perfectamente las copas y cuidando que no fallara el más mínimo detalle aquella noche. En la sala, los músicos ponían a punto sus instrumentos y notas furtivas se filtraban a través de las ventanas cerradas hasta la calle, donde los pebeteros arrojaban sombras danzarines a los adoquines, dando la bienvenida a los visitantes.

De pie frente al espejo de su vestidor, Nevena Lerathien inspeccionó su reflejo con atención mientras levantaba los brazos para que su doncella prendiera el afiler que cerraba el manto dorado. Con el rubor prendido en sus mejillas y el rostro enmarcado por su melena color miel, aquella noche estaba resplandeciente. A unos pasos de distancia, Olena Lerathien supervisó la preparación de su hija para la gran noche, cuando se formalizaría el compromiso de la mayor de las Lerathien con el primogénito de la Casa Lamarth´dan. Aquella noche alcanzarían la meta que durante tanto tiempo habían perseguido: un lugar entre las Grandes Casas de Lunargenta. No había dado gracias lo suficiente a Belore por haberle concedido una hija como Nevena, hermosa y tan llena de virtudes que, de no haber sabido de primera mano quien la engendró, hubiera dudado que fuera hija de su señor esposo. Nevena era grácil y hermosa, con dos rosas prendidas de sus carrillos y un cuello largo y esbelto del más fino mármol. Largas pestañas doradas cercaban unos ojos azules como zafiros, de mirada lánguida y recatada. Sí, Nevena había sido un regalo de Belore, un premio por las décadas, los siglos que habían tenido que esperar para alcanzar el lugar que les correspondía.

Unos golpecitos discretos sonaron en la puerta.

- Adelante - dijo Olena con impaciencia, haciendo un gesto a su hija para que no se volviera y arruinara el vestido que le estaban, literalmente, componiendo encima.

La puerta se entreabrió y asomó el rostro de una de las criadas.

- ¿Y bien? - inquirió la matriarca de los Lerathien.- ¿Qué sucede?

La criada abrió del todo y, sin cruzar el umbral, hizo una breve reverencia.

- Todo está listo, señora, y el sol se ha puesto. Los invitados empezarán a llegar dentro de una hora.

Olena asintió con serenidad, aunque por dentro se sentía exultante.

- ¿Mi señor esposo está listo ya? - la muchacha asintió- ¿Donde está mi hija?

La criada hizo otra breve reverencia.

- La joven Celebrinnir se encuentra en la biblioteca, señora ¿Deseáis que asista a la cena?

La señora de la casa entrecerró los ojos un instante, reflexionando. Su hija pequeña era muy joven, una niña que apenas comenzaba a convertirse en mujer, silenciosa y reflexiva. Si Nevena era justo la clase de hija que ella como madre había deseado, Celebrinnir era a todas luces la niña de los ojos de su esposo y en ocasiones la compadecía: era demasiado buena y dulce para el mundo de tiburones en que había nacido. Pasaba su tiempo entre sus juegos de niña, paseos por el jardín y horas de lectura en la biblioteca familiar.

- Que la bañen y la vistan. Ya tiene casi cuarenta años, es hora de que vaya viendo de primera mano el mundo que la rodea.

La joven sirvienta asintió y, al ver que su señora no le daba más indicaciones hizo una última reverencia y salió cerrando tras de sí.

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