Retomando viejas costumbres II

martes, 5 de octubre de 2010

Tenía los ojos abiertos y vidriosos, con la luz plateada desvaneciéndose poco a poco de aquella mirada. Las lágrimas se habían secado hacía horas en las mejillas tatuadas y la boca, entreabierta e inmóvil, no emitía ya ningún sonido. El cabello que otrora había sido tan frondoso y verde como la espesura, estaba enmarañado en las espinas y su toga de cálido cuero había sido minuciosamente reducida a harapos. Tenía las largas orejas rasgadas en distintos puntos y las marcas en sus muñecas atestiguaban el mordisco de unas sogas que ya habían desaparecido. La incisión había sido practicada con una pulcritud absoluta desde la base del cuello hasta tres palmos por debajo del obligo, y dos cortes perpendiculares parecían delimitar los postigos de aquella cruel ventana que abría sus entrañas al bosque. Los órganos, distribuidos a su alrededor con una precisión casi matemática, dejaban una cavidad oscura y húmeda desde donde se podía apreciar el estremecimiento cada vez más débil y lento del corazón. La respiración era apenas una lenta sucesión de aspiraciones entrecortadas.

- ¿Aquí todavía?

No esperaba respuesta. La mente de aquella druida en particular se había roto hacía horas, como atestiguaba su inmovilidad, rota tan solo por súbitos estremecimientos. Recostada contra un tronco, Liessel alzó la mirada del cuchillo que limpiaba y observó el cuerpo con interés.

- Es increible la resistencia del cuerpo kal´dorei ¿No crees? - suspiró la asesina con una amarga sonrisa en los labios- ¿Qué se siente? No, no hablo del dolor y lo sabes. ¿Qué se siente al saber que se puede morir? ¿Que no hay dioses que vengan a salvarte siquiera de la tortura? Óyeme bien: ibas a morir de todos modos. Vuestra inmortalidad era tan solo una farsa que cualquier hoja afilada podía desvelar. Y pese a todo, mírate ¡Qué aguante! En cuanto se ponga el sol por aquella ladera de allá, podrás enorgullecerte ante tus ancestros, tus dioses o lo que sea en lo que creas. Dos dias... Uau... ¡Aguantas como una jabata!

Se puso en pie sin soltar el cuchillo, con el cabello rubio recogido en la nuca con un pedazo de cordel. Se acercó con paso tranquilo al cuerpo inmóvil y se arrodilló junto a él. La piel ni siquiera se estremeció cuando acercó su boca al oído de su víctima.

- Habéis fracasado - susurró con odio- No la tendréis jamás ¿Me oyes? Jamás. Aunque tenga que mataros uno a uno para mantenerla a salvo, malditos hijos de puta.

La luz en los ojos estaba casi extinta, apenas un leve resplandor argénteo sobre las pupilas azules. Se preguntó si los ojos de Trisaga se habían apagado del mismo modo, si el bastardo que le cortó el cuello fue consciente al menos del sacrilegio que cometía... Si Finarä había claudicado como aquella zorra de Cenarius que tenía ante sí... Si Brontos había disfrutado al matar con sus propias manos al druida transformado que le acechaba.

Un aullido resonó en la cercanía: el crepúsculo se acercaba y las criaturas de la noche comenzaban su batida. Sonrió. Se puso en pie lentamente y regresó junto a sus cosas. Ya casi había terminado, ahora que ya no podía sacar ninguna información útil de su presa. Sacó de su bolsa una redoma y una especie de bastón que observó con satisfacción. Solo quedaba el toque final. Con gestos precisos, volvió junto al cuerpo de la elfa y volvió su rostro hacia el Oeste, dócil como una muñeca de trapo. En su oído vertió entonces unas pocas gotas de la redoma, un liquido oscuro y brillante que se deslizó como una delgadísima serpiente hasta desaparecer en su cabeza. No se fiaba de los druidas, de buena tinta sabía de lo que eran capaces, y aunque estaba segura de que las heridas de aquella estaban más allá de todo atisbo de salvación, no estaba de más curarse en salud. El veneno evitaría que cualquier pensamiento instintivo o coherente se formara en su mente.

Agitó el bastón y la electricidad crepitó en el extremo más estrecho. Un solo toque experto, y el corazón moribundo emprendió un ritmo un poco más firme. El aullido sonó todavía más cerca.

Sí, aguantaría.

El olor de la sangre ya habría alertado a todas las bestias de aquel paraje oscuro y siniestro. Ya no le quedaba más que hacer.

Recogió sus cosas y su rastro se perdió en la espesura.

No hay comentarios: