El viejo molino I

miércoles, 27 de octubre de 2010

Aldea Bruma Dorada, Bosque Canción Eterna:

La polea se le resistía: no había manera de encajar el cable de tripa en la rueda sin quemarse las puntas de los dedos. Instintivamente cerró un ojo y la punta de la lengua rosada asomó timidamente entre los labios en un gesto de total concentración: solo tenía que afinar un poquito más...

- ¡NANA!- el grito infantil desde la planta superior la sobresaltó, le hizo soltar el cable antes de tiempo y por enésima vez, se chamuscó la punta de los dos.

Maldijo por lo bajo y suspiró. Luego miró con resignación los dedos quemados y aguardó con gesto paciente mirando a la puerta.

- ¡Nana!- los pasos apresurados, casi atolondrados, retumbaron por la escalera que descendía al sótano.- ¡Nanaaaaaa!

La puerta se abrió de golpe y Eldaran apareció en el umbral, despeinado y resollante con las mejillas tan coloradas que bien podría haberse pintado con pigmento de rosas de talandra. Llevaba en la mano lo que parecían los restos de su carro de juguete. Al verla en el taller, el niño se detuvo respetuosamente y esperó a que le diera permiso para entrar: sabía que era poco seguro interrumpir a su hermana cuando trasteaba en el taller.

Nanala apagó el generador, le sonrió y tendió los brazos hacia él desde su asiento, invitándole a pasar.

- ¿Qué sucede, mi gaidin?

El niño entró confiadamente y le tendió el carro destrozado. Nanala miró a su hermano pequeño y quiso besarle: adoraba a aquel chiquillo de largas pestañas doradas y rizos rebeldes, que tenía tanta energía que bien podría haberse caído dentro de la Fuente del Sol al nacer.

- Intenté que fuera desde la casa del árbol hasta el nido de las golondrinas que hay en el balcón de mamá.- explicó con un mohín el muchacho- Quería darle una sorpresa y llevar huevos para el desayuno...- resopló, y luego la miró con reproche- No vuela, Nana...

Nanala rompió a reir con carcajadas frescas y libres, lo que hizo que su hermano frunciera más el ceño. Le abrazó con cariño.

- Lo arreglaré, Eldar, no te preocupes- le revolvió el pelo despreocupadamente con una mano mientras con la otra tomaba el carro roto y lo inspeccionaba- ¿Ha vuelto ya papá?

Eldaran se deshizo del abrazo de su hermana y se adecentó la camisa como si fuera un pequeño caballero.

- Está junto al pozo con el resto de los hombres. Todavía no han decidido qué van a hacer con el viejo molino.

Nanala arqueó las cejas: siempre había sentido fascinación por aquellas últimas reminiscencias de los antepasados que habían llegado al Bosque cruzando el mar tras el cataclismo. Ahora no eran más que ruinas sin ninguna utilidad, pero Nana siempre las había mirado con muchísima curiosidad. Incapaces de desenvolverse sin la ayuda de la magia, los antepasados de la raza habían tenido que volver a "la invención de la rueda", aprender a desenvolverse por sus propios medios y habían desarrollado diferentes herramientas y técnicas para poder sobrevivir sin las energías del mítico Pozo de la Eternidad. Con la creación de la Fuente del Sol, aquellos inventos habían quedado obsoletos y con el paso de los milenios se habían convertido en ruinas. Algunas tenían un encanto arcaico dificil de obviar. Otras parecían entorpecer las labores de algunos vecinos. Ya nadie recordaba como funcionaban.

Ese era el caso del viejo molino.

Desde que podía recordar el molino había estado allí, junto al río, cubierto de hiedra y flores y sirviendo de cobijo a raposas, lirones y otras criaturas de la apacible vida en el bosque. Ella, como el resto de niños en la aldea, había jugado encaramándose a sus inmensas aspas y defendiendo el fortín ante el ataque de las hordas de trolls que trataban de tomar la plaza. Con el paso de los años, cuando había dejado atrás la edad de trepar y correr, había acudido allí cuando necesitaba algún instante de quietud y más tarde, pero no mucho más, el viejo molino había despertado en ella la curiosidad que la había llevado a pasar largas horas en el taller y, en última instancia, a reparar a Eldaran el carro que había construido para él.

Cuando alzó la vista, Eldaran se había escabullido del taller, probablemente en busca de algún otro juguete que pudiera cumplir sus expectativas. Nanala miró con lástima la ruina en que había quedado el carro. No costaría demasiado repararlo, el mecanismo era muy sencillo en realidad, sin embargo todavía podía oir la voz de su hermano, lastimera.

"No vuela, Nana... "


La muchacha se pasó las manos por la coleta oscura como el ala de un cuervo y sonrió para sí.

- Volará.

Le encantaban los retos.

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