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lunes, 2 de mayo de 2011

Paz absoluta, quietud más allá de las aguas tranquilas de un lago, tan serenas que reflejan la luz de la luna como un espejo; silencio, ni la voz dulce del arroyo ni el susurro de los árboles, ni el canto de la lluvia la perturban; luz, una blancura tan pura que no puede ser mancillada, tan etérea e intangible que no existen palabras para describirla. Tampoco existen ojos ni manos para venerarla pues existe más allá de las certezas del mundo, en un lugar al que no se puede llegar de ningún modo, porque existe dentro y fuera del universo, porque no existe. No hay nadie que pueda ver el sutil estremecimiento de esta luz, la forma en que, como si unas manos supremas dieran forma a una ínfima gota resplandeciente, una exhalación de paz se desprende y flota, blanco sobre blanco, en este vacío que lo es todo y no es nada. Esta pequeña gota, esta etérea cuenta de paz que no tiene constancia de sí misma, concentra en su interior un resplandor que hace mucho, mucho tiempo, perteneció al mundo y le fue arrebatado. Y un estremecimiento sacude el universo cuando al mundo la devuelve emergiendo de la tierra dormida como un girón de bruma.

De pronto el mundo es un poco menos oscuro.
En algún lugar, una voz atormentada suspira.

- Bendita sea la Luz, alguien ha respondido a la llamada.

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