III

martes, 22 de marzo de 2005

Dos semanas después, en la Taberna de los Tres Soles:

Cuando ya no pudo aguantar más, Irinna se puso en pie de un brinco, emocionada, y estiró el borde de su falda con gesto coqueto.

- ¿Puedo salir yaaaaa? - gritó a algún lugar en lo alto de las escaleras- ¿Puedo, puedo, puedo, puedo, puedo?

- Un poco más de paciencia, comadreja- respondió la voz de Brontos desde el piso superior- Enseguida estoy.

Irinna se dejó caer de nuevo sobre el escalón, resignada.

- ¿Por qué tardas tanto siempre en vestirte?- protestó, y con un mohín, apoyó la cabeza sobre las manos.- ¡Vamos a llegar tarde!

Los pasos de Brontos retumbaron cuando el gran coloso comenzó a descender los escalones. Irinna volvió a levantarse de un salto y miró a su tío: olía a agua de colonia y tenía la barba bien recortada. Bajaba silboteando una alegre melodía, con las llaves en la mano y ante el inminente momento de salir, la niña correteó a la puerta, incapaz de disimular su emoción. Brontos iba ya por la mitad de la escalera cuando se detuvo en seco y entrecerró los ojos.

- Sabía que me dejaba algo.- dijo, y comenzó a subir de nuevo.

- ¡Nooooooooooo!- protestó Irinna ante la idea de tener que esperar todavía unos minutos.

Brontos se detuvo en lo alto de la escalera y le guiñó un ojo mientras le lanzaba el manojo de llaves.

- Abre tú, comadreja.- le dijo perdiéndose en el pasillo, mientras su voz se alejaba- La llave de latón roja: tres a la derecha, una a la izquierda y de nuevo dos a la derecha.

- ¡Yay! - exclamó la chiquilla, y corrió hacia el umbral con sus manitas rebuscando entre el manojo de llaves.

Arriba, en el dormitorio, Brontos escuchó el sonido de la cerradura y, enseguida, el sordo rumor de una multitud que rodeaba de pronto la taberna.

- ¿Vamooooooooooos?- le llegó la vocecilla impaciente de Irinna desde abajo. Sonrió: aquella chiquilla era incapaz de quedarse quieta.

- Ve saliendo tú, comadreja ¡Pero no te alejes de la puerta!

Un chillido de deleite llenó la planta baja de la taberna, y a continuación se oyó el chasquido de la puerta al abrirse y cerrarse casi de inmediato. Y fue casi en ese mismo instante cuando Brontos escuchó el grito proveniente del exterior y sintió como si una helada mano le trepara por el pecho y se ciñera entorno a su garganta, porque no era un grito de júbilo, ni el grito que uno espera escuchar en un día de alegre feria: aquel había sido el grito que había esperado no volver a escuchar jamás, el grito del terror más absoluto.

- ¡IRINNA! - bramó lanzándose escaleras abajo, con el corazón en un puño y el miedo apoderándose de él, y apenas tuvo tiempo de comprender lo que veía cuando, al abrir la puerta lleno de ansia, el fuego estalló en rostro arrojándolo contra el fondo de la posada y perdió el conocimiento.

[...]

Los cascos del caballo pasaron a escasos centímetros de su rostro, pero era incapaz de moverse. El frío puño del miedo había atenazado de tal manera su cuerpecillo que solo sus ojos se movían, mirando frenéticamente a un lado y a otro. Todo era un caos de fuego, oscuridad, de gente corriendo desesperada y de sus gritos, gritos como el que pugnaba por salir de su garganta pero que el miedo retenía. Buscó la puerta de la taberna, pero no la vió. Se obligó a ponerse en pie, despacio, temblorosa, como si su cuerpo pugnara por mantenerse ovillado en el suelo, y retrocedió hasta topar contra una pared. Allí, medio oculta por las sombras que proyectaba el fuego danzante, Irinna se dio cuenta de que estaba empapada, y cuando agachó la vista y comprobó que era sangre, un gimoteo angustiado brotó de sus labios. Cerró los ojos, apretando bien fuerte, deseando con todas sus fuerzas que al abrir los ojos hubiera desaparecido, pero cuando volvió a abrirlos, la sangre seguía allí, con su olor metálico. Sabía que no era suya, porque no le dolía nada, pero no por eso estaba menos asustada.

Oyó un grito a su izquierda y se volvió para ver como una mujer descendía corriendo la calle, con el rostro deformado en un rictus de terror. La falda sucia se le enredaba en las piernas y sujetaba contra su pecho un fardo. Corría todo lo deprisa que podía y de cuando en cuando miraba frenéticamente a su espalda y ceñía más el fardo contra su pecho. Segundos después, un caballo surgió de las sombras, montado por un caballero que avanzaba con la espada en alto en pos de la mujer y acercándose a ella inexorablemente. Irinna deseó fervientemente que la alcanzara, que la alzara en brazos sobre la grupa de su montura y la pusiera a salvo de lo que fuera que la persiguiera, sobre todo porque acababa de reconocer en el fardo que la mujer llevaba contra el pecho, la forma de un niño pequeño, un bebé. Sin embargo, cuando el caballero alcanzó a la mujer esta abrió los ojos tanto que parecía que iban a salirse de sus cuencas y Irinna pudo ver como la punta de la espada le sobresalía espeluznantemente por el pecho. La chiquilla tuvo que reprimir un alarido tapándose con ambas manos la boca, y contempló, aterrada, como la mujer caía de rodillas en el suelo, sin soltar el fardo, y se derrumbaba boca abajo sobre los adoquines ensangrentados. El caballo pasó sobre ella y se perdió al doblar una esquina, dejando la calle donde estaban completamente desierta.

Incapaz de moverse, Irinna permaneció pegada a la pared con los ojos fijos en la figura inmóvil de la mujer ¿Por qué no se levantaba? ¿No se daba cuenta de que estaba aplastando a su bebé? Quiso gritarle que se levantara, pero tenía miedo de que otro caballo surgiera de las sombras. El niño empezó a llorar e Irinna miró frenéticamente a ambos extremos de la calle: si seguía haciendo ruido, acabarían volviendo.

"No hagas ruido, tesoro" dijo una voz de mujer en su mente, y de algún modo recordó unas manos frías que se cerraban con fuerza entorno a sus brazos y la elevaban para deslizarla en un lugar oscuro. Vio unos ojos grises cercados de pestañas que la miraban fijamente, reflejando las llamas "Mamá vendrá a por tí cuando todo termine, cariño. Sobre todo no te muevas"

Había esperado que vinieran a por ella, no se había movido ni una pizca ni había hecho ningún ruido. Tenía hambre y frío, pero no se había movido y había esperado hasta mucho después de que todo quedara en silencio. Pero cuando el hambre había sido tan atroz que le acalambraba el vientre, había salido de su escondite y había encontrado el campamento destrozado y a todos dormidos, los unos sobre los otros. Parecían haber jugado con un montón de pintura, porque todos estaban manchados de rojo. Vio el rostro de su padre descansando apaciblemente sobre una mochila y se acercó a él y le susurró al oído.

- Papá...

Pero no se levantó. Tampoco vio a su madre por ningún lado.
Entonces había recordado lo que Mortos le había dicho una tarde junto al río, cuando habían encontrado al cervatillo dormido. Había hecho un símbolo en el aire con sus pezuñas y le había explicado con su voz profunda que hay un sueño que todo el mundo duerme alguna vez, del que no se puede despertar. Y comprendió que su padre dormía ese sueño, y que su madre también debía haberse quedado dormida si se había olvidado de que la había ocultado dentro del árbol...

[...]

Despertó con un terrible dolor de cabeza y el olor a pelo quemado incrustado bien a fondo en la nariz. Desorientado, tardó un instante en descubrir que estaba tirado sobre la barra de la taberna, y entonces comprendió. Se puso en pie y avanzó tambaleante, incapaz de mantener el equilibrio.

- ¡Irinna!- llamaba - ¡IRINNA!

Llegó a la puerta apoyándose en las mesas y cuando observó el exterior, sintió que el alma se le deshacía en cenizas al comprender: Stratholme ardía hasta los cimientos e Irinna estaba allí fuera.

Sacudió la cabeza con un gruñido y salió.

- ¡IRINNAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!- bramó, pero su voz se perdio en los gritos que llenaban la ciudad.

La buscó entre la gente que pasaba corriendo, pero el humo lo oscurecía todo, le cegaba y le hacía toser, y no veía más que rostros aterrados, con las miradas desorbitadas por el miedo.

Entonces vio los cadáveres.

No estaban abrasados, ni habían sido aplastados durante la huída. Había luchado en mas de mil batallas y sabía reconocer la herida de una lanza y una espada cuando la veía. Estaban tendidos bocabajo sobre los adoquines y enormes amapolas rojas parecían surgir de sus espaldas: asesinados a traición. Aquello no era un incendio.

- ¡IRINAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!- bramó, y con aquel último grito volvió a él toda la fuerza que había enterrado con los años, la que le había hecho merecedor del terror de sus enemigos. Los musculosos brazos se tensaron en las mangas y el cuello de toro se llenó de venas mientras Brontos luchaba por avanzar entre el gentío, levantando a los hombres de tres en tres y arrojándolos lejos para quitarlos de su camino.

[...]

Irinna envolvió al niño con cuidado en su manta y lo estrechó contra su pecho.

- Shhhhh, no hagas ruido.- le susurró al oído mientras se deslizaban por las sombras de la calle, tratando de pasar desapercibidos. La gente corría junto a ellos, pero nadie parecía prestarles atención ni a la chiquilla ni al bebé, casi tan gran de como ella, que cargaba con gran dificultad.

Pesaba mucho, pero al menos había parado de llorar. Llegaron a una pequeña plaza y descubrió unos toneles apoyados junto al muro de uno de los edificios. Asegurándose de que nadie la miraba, Irinna corrió hacia ellos y con cuidado, se metio con el bebé en uno de los cubos.

"No hagas ruido, tesoro" le había dicho su madre.

- No hagas ruido, tesoro - susurró la niña al bebé.

Y juntos esperaron a que todo quedara en silencio.

[...]

Oyó al caballo acercarse por su espalda y se volvió, con las rodillas flexionadas y los brazos preparados, como si quisiera recibir a su atacante en un abrazo. El caballero alzó la espada y espoleó a su montura contra el inmenso hombre que permanecía en medio de la calle, frente a él. Cuando lo tuvo a su alcance, descargó la espada, pero haciendo gala de una sorprendente agilidad, el coloso esquivó el golpe de modo que la hoja apenas le laceró el costado. Con un rugido, el hombre saltó y cerró los poderosos brazos entorno al jinete para a continuación arrojarlo al suelo. No le dio tiempo a empuñar de nuevo la espada: se la arrancó de las manos lanzándola bien lejos y luego, sentándose sobre él, le agarró la cabeza con ambas manos y la golpeó contra el suelo una vez, y otra, y otra, y otra...

[...]

Irinna, con el bebé sujeto contra su pecho, se estremeció al escuchar las voces tan cerca de su refugio.

"Marchaos, marchaos, marchaos, marchaos, marchaos" repetía para sí mientras apretaba puños, ojos y dientes, atenazada por el miedo

Un golpe sacudió el tonel y chilló, para luego taparse la boca con las manos, aterrada por lo que acababa de hacer. No sirvió de nada, el tonel recibió otro golpe y se inclinó tan rápido que cuando cayó por completo, Irinna salió despedida, resbalándo en el suelo de adoquines, sin soltar a la criatura.

- ¡Os lo dije!- dijo una voz, y unos brazos se cerraron entorno a la niña y la alzaron en el aire.

Irinna chilló, pataleó y mordió, sin soltar a la criatura que protegía contra su pecho. Oyó que sus captores gritaban y que intentaban sujetarle las piernas para que dejara de dar patadas, pero no pudo soltarse. Sintió como la llevaban en volandas y vio pasar la ciudad en llamas ante sus ojos, entre la confusión de brazos y piernas que la rodeaban en su camino, pero el movimiento la mareaba y tuvo que cerrar los ojos. De pronto el sonido cambió y dejaron de moverla, de modo que abrió los ojos: estaba en un lugar pequeño, lleno de bancos de madera e iluminado con velas, aunque el la luz del fuego parecía iluminar desde el otro lado de las ventanas también. La dejaron en el suelo y la soltaron y entonces Irinna vio que allí también había mucha gente, solo que no gritaba. Estaban acurrucados en los rincones, en grupos, apiñados unos contra otros, y clavaban en ella sus ojos.

- ¿Quién es esa niña?- preguntó alguien con la voz crispada.

- ¡Es un agente de la plaga!- gritó oto.

Una mujer se puso en pie.

- ¡Quien es la niña no lo sé, pero ese es el hijo de Rosie! - la mujer se acercó a ella y la sacudió por los hombros frenéticamente- ¿A quien le has robado este niño? ¿Donde está su madre?

Irinna se echó a llorar. La gente en la capilla comenzó a gritar, pero no de miedo. Le gritaban a ella, y había odio en su mirada, odio e ira. Trataron de quitarle al niño, y aunque lo apretó bien fuerte contra sí, la fueza de sus bracitos no tenía nada que hacer contra las decenas de manos adultas que pugnaban por arrancarle al bebé.
Al fin consiguieron llevárselo y la niña se dejó deslizar hasta el suelo de rodillas, manchada de sangre y de carbón como estaba, y sollozó como la criatura que era.

- ¡Arrojémosla fuera!- propuso alguien.

- ¡Si! ¡Que vuelva con los suyos! ¡No queremos que nos contamine! - apoyó otro.

Entonces una voz firme se alzó desde algún punto a su espalda.

- ¡YA BASTA!

La gente enmudeció, pero Irinna no pudo dejar de llorar. De pronto sintió una presencia a su lado y una mano suave pero firme que se posaba en su hombro.

- No llores, aquí estás a salvo.- dijo la voz, y algo en ella le dijo que no mentía, y poco a poco sus lágrimas remitieron.

Miró al extraño. Era un hombre joven, más joven que su tío, y tenía el pelo rojo como una zanahoria y los ojos oscuros fijos en ella. Llevaba una toga e Irinna recordó que su tío le había contado que los hombres que llevaban vestido solían ser buenas personas. Aquel hombre le parecía buena persona. Avergonzada, se secó las lágrimas, pero así no consiguió más que esparcir el hollín que le manchaba el rostro, y le miró con ojos inquietos.

- Eso es - dijo el hombre- ¿Cómo te llamas, pequeña?

Había algo en su forma de hablar, en el tono de su voz, que le traía calidez al corazón.

- I... Irinna... -sorbió por la nariz- Ti... Timewalker...

- Bien, Irinna- respondió el hombre sonriendo levemente- Yo soy el padre Eisenhorn y conmigo estás a salvo.

La naricilla cuajada de pecas de Irinna se arrugó como una pequeña pasa y entrecerró los ojos en gesto de concentración.

- Ein... Es... Einhso...

Una sonrisa benevolente apareció en el rostro del hombre como si aquellos rasgos no estuvieran demasiado acostumbrados a sonreir.

- Tú puedes llamarme Garlan.- la niña asintió, secretamente aliviada- Bueno, Irinna ¿Donde están tus padres?

Por un momento, Irinna pareció a punto de echarse a llorar de nuevo, pero se contuvo. Miró a su alrededor, como buscando un rostro conocido, y reparó en la luz del fuego que se filtraba a través de las cristaleras. Aquellos reflejos acapararon por completo su atención, danzantes como el fulgor de las corrientes del tiempo a través de las ventanas de la taberna.

- ¿Estás bien?- insistió el sacerdote- ¿Dónde están tus padres?

Irinna se frotó los brazos como si tuviera frío, pero nada más lejos de la realidad.

- Mi tío me está buscando.- dijo al fin, mirándose concienzudamente las puntas de los pies. Luego, sonrojándose bajo las capas de hollín, añadió- Me llevé las llaves...

Metió las manitas entre los pliegues de su falda y sacó un nutrido manojo de llaves. El sacerdote sonrió con gravedad y le acarició con suavidad el pelo enmarañado.

- Me temo que no son las llaves lo que tu tío está buscando, Irinna.

Ante aquellas palabras, la niña le miró fijamente, con sus inmensos ojos grises tan abiertos que parecían dos inmensas lunas. Con aquella mirada parecía decir que no cabía en su pequeña cabecita como alguien podía estar tan terriblemente equivocado.

- ¡No!- exclamó con su voz de pito- ¡No! ¡No lo entiendes! ¡Sin las llaves, la taberna no podrá irse y se quemará!

Garlan Eisenhorn frunció el ceño ante las palabras de la criatura, y adoptó un aire bastante más sombrío.

- Dudo que a estas alturas podamos marcharnos de aquí, Irinna, con llaves o sin ellas.- dijo, y cual fue su sorpresa ante la reacción de la niña.

Irinna dio un brinco sobre sí misma, chasqueó la lengua exasperada y se llevó las manos a las caderas, con una mirada muy similar a quien está regañando a un niño.

- ¡No lo entiendes!- repitió.

La puerta se abrió rápidamente, sobresaltando a los que esperaban en el interior de la capilla. Dos hombres, con las ropas chamuscadas y el rostro tiznado de hollín, entraron resollando y cerraron la puerta trás de sí, antes de dirigirse al grupo que se acurrucaba en el ábside. Irinna miró la puerta, entrecerró los ojos, y con un suspiro de resignación, exclamó:

- Ven, te lo explico.

Garlan siguió a aquella criatura hacia la puerta y pensó en lo mucho que parecía un duende con sus ojos de luna, su pelo cual diente de león y sus extrañas maneras y palabras. Observó como la niña rebuscaba entre las llaves de su llavero.

- Con la llave roja, la metes así...- introdujo una pequeña llave de cobre en la cerradura interior de la puerta- y das vueltas, hacia aquí, o hacia aquí- ilustró sus palabras con una demostración práctica- unas cuantas veces y cuando suena click - sonó click- ¡ya has llegado!

Como si el silencio fuera algo físico, cayó sobre la capilla como una inquietante losa. Los ciudadanos refugiados se miraron unos a otros, inquietos por el repentino silencio que parecía haberse tragado la ciudad entera. Garlan miró a Irinna con la llave en la cerradura y su pragmatismo gritó que aquello no podía ser.
¿Donde estaba el sonido? ¿Donde estaba el rugido de las llamas, los cascos de los caballos, los gritos, esos horribles gritos?

Indiferente a la reacción de la gente, Irinna sacó la llave de la cerradura y se volvió hacia Eisenhorn.

- Pero solo funciona en la taberna.

BLAM, la puerta se estremeció bajo un fuerte impacto proveniente del exterior.

Las mujeres gritaron, también algunos hombres. Sobresaltado, Garlan cogió a Irinna en brazos y retrocedió varios pasos, alejándose de la puerta. El impacto se repitó y esta vez se estremeció la estructura de la fachada. Una voz amortiguada como muy lejana, gritaba al otro lado.

- ¡Están intentando entrar!- chilló alguien.

- ¡Nos han encontrado!- corroboró otro.

El pánico estalló en la capilla. Los gritos lo llenaron todo y todos se apiñaron como corderos indefensos en el ábside de la capilla. Garlan retrocedió con Irinna en brazos, pero no fue hasta varios segundos después que se dio cuenta de que, muy lejos de parecer asustada, la niña se debatía como un animalillo escurridizo por liberarse de su abrazo y correr hacia la puerta.

- ¡¿Qué?!- exclamó, y en ese preciso instante Irinna, cual comadreja, se le escurrió entre los brazos y corrió hacia la puerta.- ¡No!

Pero en el mismo momento que gritaba, algo en su mente decía "Si". ¿Su intuición? Tal vez. O tal vez creyó entender entre los gritos que sonaban tras la puerta, lo mismo que había entendido la niña. Irinna gimoteaba como un animal herido mientras arañaba la puerta para tratar de abrirla, transmitiéndole su ansiedad. Sea como fuere, se encontró corriendo hacia la puerta y levantando con Irinna la tabla que la bloqueaba, indiferente a los ruegos de los que esperaban aterrados en el interior.

Con un último y estremecedor golpe, la puerta se abrió dando un bandazo dando a Garlan el tiempo justo para apartar a la niña de su trayectoria. Una silueta gigantesca se recortó contra el resplandor de llamas. El sacerdote sintió que su corazón desfallecía, cubrió a la niña con sus brazos y contuvo la respiración, a la espera del golpe que acabara con su vida.

Pero el golpe no llegó.

Oyó la puerta que se cerraba y el chillido de Irinna al mismo tiempo, sintiendo como la niña volvía a escurrirsele de los brazos. Alzó la vista y vio a un hombre grande como un coloso, con una poblada barba negra y las ropas quemadas y ensangrentadas, sosteniendo entre sus brazos como toneles a la criatura, sujetándola como si fuera un náufrago que se aferra a la última tabla de su navío.

- ¡Irinna!

El hombretón estrechó a la niña con desasosiego, cubrió su cara de besos y suspiró con un suspiro que bien hubiera querido un león como rugido, como quien ha recuperado aquello que le es más querido en el mundo.

Garlan observó el reencuentro y fue el primero en percibir la incomprensión más absoluta en el rostro del coloso cuando este alzó la vista, vio el lugar en que se encontraba y exclamó:

- ¡Por todos los dioses! ¿Qué hacen? ¿No comprenden que van a quemarlos vivos aquí dentro? ¡Tienen que salir de aquí!

[...]

Muchos recordarían, mucho tiempo después, como el Gran Oso había avanzado contra la marea de gente, arrancando a los hombres del suelo como si no tuvieran peso, con los ojos encendidos de ira, el rostro congestionado por la furia y su voz como un rugido. No distinguía ciudadano o soldado: no había nadie que se cruzara en su camino y que no fuera arrojado varios metros más allá por los poderosos brazos del coloso. Todo en él parecía emanar peligro e ira, resplandecía como una poderosa hoguera, y avanzaba, avanzaba, avanzaba...

Pero no tanta gente recordaría que tras él, un pequeño grupo de personas le seguía, con las manos entrelazadas, tan juntos los unos a los otros como si fueran uno solo. Garlan Eisenhorn, el que fuera el último discípulo del Arzobispo Alonsus, encabezaba la comitiva tras el gigante. En brazos sujetaba un duende de oscuros cabellos y ojos de luna, de gesto tan decidido que no podía ser sino una criatura sobrenatural. Tras ellos, media docena de hombres y mujeres que avanzaban mirando sobrecogidos a su alrededor, confiando en el gigante que les abría el paso pero sin saber si el destino al que los llevaba era mejor o peor que el de perecer quemados vivos en el interior de la capilla.

[...]

Había hombres en la plaza, hombres armados. Sostenían sus picas ante ellos como a la espera de poder usarlas, y varios jinetes patrullaban la zona. Desde las sombras, Brontos vio la puerta de la taberna entre abierta y rezó en su interior todas las oraciones que sabía, rogando que por favor no hubiera entrado ninguno de ellos. Se volvió hacia el grupo que esperaba acurrucado en la oscuridad. Se dirigía al sacerdote, el hombre que sujetaba a la niña en brazos, pero nadie hubiera podido decir si era a la criatura o al adulto a quien hablaba.

- Tenéis que llegar hasta la puerta tan rápido como podáis. Cruzaréis la plaza y entraréis todos, y cerraréis la puerta. Quiero que uséis la llave dorada, la que tiene tres dientes iguales con uno opuesto. La metéis en la cerradura y la volvéis, una vuelta a la derecha, tres a la izquierda, dos a la derecha. ¿Entendido?

Irinna miraba a su tío con los ojos llenos de lágrimas. El Gran Oso, roto por dentro, frunció el ceño con severidad.

- ¿Entendido?- insistió.

La niña asintió, también el sacerdote.

- Bien, yo los entretendré. Cuando salga, contad hasta diez y cruzad corriendo todos juntos.- Garlan miró la plaza y de nuevo al hombre.

Había sido testigo de su fuerza y de su fiereza en el avance a través de la ciudad, pero aquellos eran hombres armados, por lo menos una docena, y varios jinetes... En el fondo de su alma lamentó el sacrificio de aquel alma noble que tenía ante él, pero supo que era necesario si querían salvar a alguien en aquella masacre.

Brontos se puso en pie y se arrancó la camisa de un tirón, descubriendo el poderoso pecho y los brazos amplios como toneles. Miró una última vez a Irinna y susurró:

- Uno... Dos... Tres... Vamos allá, Leo.

Y saltó hacia adelante como un aterrador rugido, con los brazos abiertos invitando al combate.

Como uno solo, los soldados y los jinetes se lanzaron sobre él. Ni sus gritos ni los relinchos de sus caballos pudieron eclipsar el rugido del Gran Oso, que se elevó sobre los tejados y alcanzó el cielo oscurecido por el humo y la ceniza.

Diez segundos después, el pequeño grupo encabezado por Garlan e Irinna, atravesó la pequeña plaza rápido, en silencio, y desapareció trás la puerta entreabierta.

[...]

"Tardad lo que queráis, os esperaremos la vida entera"

Un grito de agonía proveniente del exterior le sacó de su ensimismamiento. Garlan se descubrió mirando fijamente el pequeño cuadro que rezaba aquella bienvenida, colgado sobre la barra. Volviendo en sí, miró a su alrededor buscando a Irinna con la mirada. La encontró acurrucada tras la puerta, tan pequeña que perfectamente pudiera no haberla visto. Recogía las piernas plegadas contra el pecho y ocultaba el rostro contra las rodillas.

Recordó las palabras de Brontos, la insistencia y el detalle en sus indicaciones sobre la puerta que tenía ante él. ¿Qué sentido tenía cerrar aquella puerta en lugar de cerrar la de la capilla? ¿Acaso no iban a morir todos en aquel lugar?

No, había algo en aquella taberna, algo en el aire, algo en el modo en que el sonido llegaba a través de las paredes, algo que le hacía pensar que allí había algo que no entendería jamás pero que podía salvar la vida de todas aquellas personas.

- ¡Irinna! ¡La puerta!

La niña levantó el rostro, donde las lágrimas habían dejado sinuosos surcos en el hollín. Aterrada por algun pensamiento propio, la criatura miró a Garlan y después la puerta, y se estremeció. El sacerdote no necesitó más para comprender que en aquella llave estaba el auténtico sacrificio.

- ¡Irinna, usa la llave!- gritó- ¡Vamos!

Temblando, con gruesos lagrimones cayendo por sus mejillas, la niña se puso en pie con las llaves en la mano. Con pulso tembloroso buscó una llave de entre aquellas decenas de llaves, al parecer todas iguales, que había en el llavero. Como si aquella búsqueda fuera una tortura infinita, Irinna separó al fin una llave del llavero y, sollozando, la introdujo en la cerradura. Apretando los dientes, la niña se dispuso a girarla hacia la derecha cuando de pronto con un bandazo la puerta se abrió y una inmensa mole se deslizó al interior, arrancando gritos de los que esperaban junto a la chimenea.

- ¡Ayudenme a cerrar!- bramó Brontos, cuyo rostro aparecía bañado de sangre y que mantenía el brazo derecho colgando inerte contra el cuerpo- ¡Vamos!

Garlan se arrojó contra la puerta para descubrir que desde el otro lado alguien pugnaba por entrar. Con un gruñido, descargó todo su peso contra la puerta de madera. Al verle, los demás hombres se unieron a él y todos empujaron con todas sus fuerzas para evitar que la puerta cediera.

- ¡La llave!- el grito de Brontos pareció sobresaltar a la niña, que le observaba como quien contempla una aparición, con un alivio indescriptible en el rostro- ¡Irinna! ¡Por la Luz! ¡La llave!

Deslizándose como un rodeor entre las piernas de los hombres que luchaban por mantener la puerta cerrada, Irinna llegó hasta la puerta y, sin dudar ahora, introdujo la llave dorada en la cerradura.

- Derecha - gruñó Brontos sin apartar la vista de su sobrina pero sin dejar ni un instante de usar toda su fuerza en contener la puerta- izquierda, izquierda, izquierda.... - El chasquido de la llave lo llenó todo, tragandose el rugido del fuego del exterior- Derecha, derecha...

Click.

[...]

El rumor de las Corrientes del Tiempo apenas atravesaba las paredes de la Taberna de los Tres Soles, y sus fantásticos colores ondeaban al otro lado de las ventanas como cientos de banderas. Apoyado en la barra, Brontos permitía pacientemente que Irinna le limpiara la herida en el brazo con un paño y unas hierbas.

Agotado, Garlan levantó el rostro de los brazos, donde lo había ocultado sobre la mesa, y miró a su alrededor. Sí, su intuición no le había engañado. No sabía en qué lugar estaba, salvo que parecía una posada más de las miles de posadas que poblaban Azeroth. Su fuego crepitaba en el hogar y las mesas, aunque alguna parecía dañada por el fuego, esperaban pacientemente que alguien viniera a ocuparlas. Parecía, y todos sus sentidos lo confirmaban, un lugar seguro. Quizá la Luz supiera por qué, pero era un lugar seguro.

Se dio cuenta de que Brontos susurraba algo al oído de Irinna y que esta se estremecía, frunciendo su gracioso ceño, mirando las llaves sobre la barra.

- Está bien, Comadreja, solo busca una llave que te guste.- oyó que el gigante le decía a su sobrina.

Dubitativa, Irinna cogió el llavero y caminó con sus pequeños y desgarbados pasos hacia la puerta. Garlan se incorporó para seguirla con la mirada. Vio como la niña cogía una llave de entre todas las del llavero y la metía ne la cerradura, girándola en un sentido y otro hasta que escuchó el "click".

La luz cambió, también el sonido. Parecía que era el sol de mediodía el que se colaba por las ventanas, y que eran pájaros lo que se escuchaban al otro lado de las paredes. Con cuidado, Irinna abrió la puerta, dejando apenas un resquicio por el que pasara la luz para asomarse al exterior. Luego, satisfecha, abrió la puerta de par en par y se volvió con una sonrisa orgullosa hacia su tío.

- Buen trabajo, Comadreja.- dijo el enorme tabernero.

El olor de la hierba fresca y los sonidos de la apacible campiña de Trabalomas lo llenaba todo.

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