Theramore, esta noche

jueves, 17 de septiembre de 2009

La noche era clara en Theramore y las calles estaban sumergidas en silencio, ajenas al caos de la llegada de la comitiva del Alba de Plata tras la emboscada. Sentada a una de las mesas, Irinna leyó una vez más la carta y colgó su mirada del vacío.

¿Por qué era todo tan complicado? Tantos meses sin aparecer por su vida, y de repente, Baner entraba en la taberna y volvía a ponerlo todo patas arriba. No es que no quisiera verle, más bien al contrario, su corazón se aceleraba cada vez que recordaba aquel paseo por el puerto, el baño hasta el Faro, la conversación a la luz de la luna, desnudos, empapados y deliciosamente inalcanzables...

Suspiró.

¿Por qué tenían los hados tan.. tan.. tan mala baba? ¿No podían haber mandado a Gaerrick en otro momento? Unos meses antes hubiera bastado, una de esas tantas veces en que Baner desaparecía de su vida... O solo unas horas después, cuando Baner hubiera terminado de exponer su indiferencia y se hubiera marchado... Pero allí estaba: Baner frío y distante, indiferente a todos sus intentos de seducción, y Gaerrick, rudo y tan sexy, susurrándole al oído cosas que no podía ignorar...

En qué mala hora decidió ceder ante el mago para despertar el interés de Baner... En qué mala hora, porque lo que ocurrió en el sótano escapó de su control desde el mismo momento en que el hechicero la sujetó por la cintura... Luego todo había sido... ¡Arg! ¿Por qué no podía dejar de pensar en ello?

Porque había sido aterradoramente adictivo.
Pero Baner la odiaba ahora, y Gaerrick estaba siempre tan cerca que...

- ¿Hola?

Sobresaltada, Irinna levantó la vista y reparó en la menuda figura que acababa de entrar en la taberna, pero tan pronto como distinguió los rasgos de la recién llegada, sintió que su corazón se aceleraba.

- ¿E... eres Irinna?

Dos ojos inmensos, verdes como rabiosas esmeraldas, traspasaban las corrientes del tiempo para clavarse en su pecho privándola del don de la respiración, dos ojos como los que había amado tantísimo, enmarcados en un rostro que era un retrato perfecto de aquel que había visto tantas veces a la luz de la lumbre en las noches más tranquilas, o teñido de aquel tinte verde que parecía venir de todas partes, a la sombra del Roble...

- ¿Es.. está aquí Angeliss?

Plantada en medio de la taberna, Averil empezaba a sentirse incómoda ante el insistente escrutinio de la tabernera. Era una muchacha no mucho mayor que ella misma, pero abismalmente diferente: la melena era negra como el ala de cuervo, salvaje y rizada, sujeta a la nuca con una cinta, y sus ojos, dos inmensas lunas enmarcando un rostro de ángel, coronando un cuerpo joven y generoso, un cuerpo como el que gustaba a los hombres. De pronto, se sintió desgarbada e infantil, y concentró su atención en las puntas de sus zapatos mientras enganchaba, nerviosa, un mechón de cabello rebelde detrás de la oreja.

- ¿Zoe?

La muchachita levantó la vista e Irinna contuvo la respiración. Era ella, sin lugar a dudas... Zoe...
Se puso en pie lentamente y dio un paso hacia ella, y por un momento tuvo la impresión de que la joven retrocedía un paso, asustada.
Tomo aire y sonrió amigablemente.

- Disculpa, sí, soy Irinna. ¿Tú eres Averil, verdad?

La muchachita asintió con una timidez tan genuina que Irinna sintió el impulso de tomarla de las manos e infundirle confianza.
Era all mismo tiempo tan Liessel, tan Dishmal y tan.. ninguno de los dos... Era un milagro, tal y como había vaticinado Trisaga: una esperanza perdida y devuelta. Sus inmensos ojos verdes la miraban sin saber cómo reaccionar.

Conmovida, Irinna dio dos pasos más hasta quedar frente a ella y luego, sin poder evitarlo, la rodeó con los brazos, la estrechó contra sí y rompió a llorar sobre su hombro.

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- ¿Cómo la conociste?

A la luz de la lumbre, las dos muchachas tomaban pequeños sorbos de cerveza tibia, sentadas en el suelo, con las faldas extendidas como halos a sus pies. Ambas tenían la vista fija en las llamas y por un instante, Irinna pareció estar lejos, muy lejos de allí. Luego, por alguna razón, regresó y señaló una de las pequeñas mesas más alejadas de la chimenea.

- Estaba sentada allí, entró en silencio y no me di cuenta que estaba allí hasta que me acerqué a recoger una de las mesas de alrededor.

Tomó un pequeño sorbo.

- Yo tenía más o menos tu edad por aquel entonces, y al principio me dio algo de reparo acercarme, no parecía querer a nadie cerca... Pero me sonrió, así que me acerqué. Era joven, un poco más mayor que yo ahora, y tenía el pelo corto como un muchacho, del mismo color que el tuyo.

Instintivamente, Averil se llevó las manos a la cabeza y tanteó suavemente su propio peinado. No le había pasado desapercibido el modo en que Tristán la había mirado cuando se había cortado la melena. Ahora lo entendía.

- Y... ¿Cómo era?

Irinna suspiró y dio otro sorbo a su cerveza.

- Al principio resultaba hermética y muy misteriosa: no hablaba con nadie y no se metía en los asuntos de los demás. Solo era una sombra sentada a la mesa, con sus papeles y su cerveza - sonrió con nostalgia- Le gustaba especialmente la Gran Reserva Luna Negra.

Se acomodó la falda bajo los pies y continuó.

- Era evidente que era una mujer dura, una mujer fuerte. Ese tipo de mujeres son cada vez más habituales, pero por aquel entonces, era algo poco habitual, al menos en el modo en que lo era Liessel. Tenía una mirada fría, supongo que entrenada especialmente para ello, dado su oficio. No, no pongas esa cara, Bellota. Puede que tu madre no fuera una figura de Luz y Gloria, pero era una pieza imprescindible en el puzzle que es el mundo de hoy. Era buena en su trabajo, la mejor, una maestra de espías, experta en infiltración. No hablaba de su trabajo, esto es algo que aprendí con el tiempo y que deduje de las conversaciones que oía entre ella y mi tío.

Averil suspiró: sabía la suerte que había corrido Brontos Algernon por su amistad con Liessel.

"Por mi culpa" se dijo

- ¿Entonces eran muy amigos? - inquirió al fin.

Irinna entrecerró los ojos y sonrió. Señaló la mesa más cercana a la chimenea.

- Cuando venía, al cerrar, ella y mi tío se sentaban aquí, ponían las botas encima de la mesa y se pasaban la noche fumando puros, bebiendo cerveza y metiéndose con los paladines. Polillas, les llamaban, porque siempre giraban entorno a la Luz.

Ambas muchachas rieron alegremente. Irinna suspiró.

- Siempre pensé que hacían buena pareja, tenían un carácter parecido y Liessel parecía olvidarse de los problemas cuando estaba con mi tío... Pero estaba enamorada de Dishmal.

- Mi padre...

Irinna miró al suelo: el hechizo se había roto. Inquieta, se puso en pie y se sacudió la falda con las manos.

- ¿Qué...? - Averil percibió el cambio, sin entender la razón.

La joven tabernera la miró con sus ojos grises como lunas. Ya no sonreía.

- Hay cosas que es mejor que averigües por tí misma, Bellota.

Y dicho esto, se dio la vuelta y desapareció escaleras arriba.

***

- Irinna hubiera podido contarle absolutamente toda la historia, pero en una demostración de gran juicio, tuvo la prudencia de no hablar demasiado: Averil era una muchacha muy joven que no conocía la maldad del mundo y debía asimilar sus descubrimientos poco a poco, lentamente. El Caer Visnu formaba parte del pasado tras el paso de los filos de Liessel y el fuego de Dishmal. No había razones para apesadumbrarla con historias del pasado, ahora que tenía una vida, que era una muchachita normal. Estaba enamorada de Shano Angeliss y era correspondida y, pese a los descubrimientos sobre su pasado, su ingenuidad era tal que incluso así era feliz. Tenía el alma alegre y despreocupada.

Trisaga sonrió al recordar y suspiró.

- Todo esto tuvo lugar antes de que Imoen y Kloderella me encontraran y por eso pudieron recurrir a esta extraordinaria revelación para hacerme volver. Regresé con ellas al mundo, al bastión de Theramore donde el Alba de Plata se había establecido. Allí pude descansar y recordar quien era y cual era mi misión en el mundo, ahora impelida por una nueva causa, magnífica e inesperada: cuidar de Zoe, el último legado de Liessel.

Por mi parte, algo había cambiado, y fui consciente de ello desde el mismo instante en que Tormento se marchó y tuve ante mí a Klode e Imoen. De pronto podía ver, ver de un modo en el que jamás había visto, como si leves trazos de luz unieran a las personas, creando una inmensa red, un tapiz tejido con los hilos del destino. Con esta visión, de pronto, podía ver el amor incondicional que Klode sentía por Imoen y el que Imoen sentía por Klode sin saberlo, o con aquel lazo pulsante, la conexión entre el mestizo Angeliss y mi inesperada protegida. De pronto gozaba de unos conocimientos que nunca antes había tenido, un entendimiento de los entresijos del mundo como si fuera capaz de ver con mis ojos el entramado de este tapiz…

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