En los Confines de la Tierra XXVIII

viernes, 2 de julio de 2010

Cuando los sonidos de la jungla y la espesura se desvanecieron de su mente enfebrecida, Mangosta parpadeó ante el resplandor de la hoguera como si, de pronto, no hubiera sido consciente de ella durante el baile. Los tambores y los cánticos habían enmudecido. Alguien la había tomado de las manos y tiraba de ella hacia hacia el lugar donde los chamanes aguardaban. Sentía los músculos palpitantes, el sudor deslizarse por su cuerpo y el rostro ardiente por la cercanía del juego, pero todavía se sentía envuelta por un manto de irrealidad. Las manos la detuvieron al fin y al alzar la vista, vio el rostro pintado de Zun´zala frente a ella. Los ojos le brillaban con fuerza y también el sudor se deslizaba por sus sienes, arrastrando la pintura roja y azul hacia el rojo y azul de su toga ceremonial y sus plumas. Zai´jayani estaba en pie junto a él, en silencio pero con un brillo de de orgullo en la mirada que Mangosta no entendió.

El viejo chamán puso entonces sus inmensas manos ajadas sobre los hombros desnudos de la guerrera y dijo algo en la lengua de los trolls, alzando el rostro para que su voz llegara a aquellos que se encontraban más lejos de la hoguera. Los trolls contestaron a coro en su lengua materna, una exclamación afirmativa incluso para aquellos que no entendieran su lenguaje. Con un asentimiento, Zun´zala hizo una señal a Zai´jayani y este la tomó de las manos y la obligó a dar la espalda a los chamanes. Sus labios contenían una sonrisa casi furtiva, y sus ojos resplandecían aunque daba la espalda a la hoguera. Todavía febril, Mangosta le miró sin entender, pero el gesto de su mentor le indicaba que aguardara y nunca le había dado razones para dudar de él. Con el pecho todavía agitado por la danza, la muchacha contempló la inmensa silueta de su amigo y maestro recortada contra el fuego, expectante. De pronto, un doloroso pinchazo en el homóplato izquierdo la sobresaltó e intentó volverse, pero Zai´jayani, sujetándola con fuerza por las muñecas, la retuvo. Mangosta le dirigió una mirada interrogante, pero los ojos del troll le decían que no se preocupara. Un segundo pinchazo, casi encima del primero, le hizo apretar los dientes y apretó las muñecas de Zai con fuerza. Zorro asintió con aprobación y entonces, como un centenar de aguijones, los pinchazos se sucedieron frenéticamente, haciendo que le ardiera el homóplato. Sintió el finísimo aguijón penetrar en la piel, casi clavarse en la carne, y percibió la calidez de la sangre deslizándose por la curva de su espalda. Se dio cuenta entonces de que de nuevo, los trolls cantaban. Su cántico era casi un zumbido, un sordo rumor que acompañaba el martilleo de la aguja.

Zai´jayani no apartaba la mirada de ella ni soltaba sus muñecas firmemente sujetas, y fue precisamente aquella insistencia en su mirada y su presa lo que hizo que fuera consciente, poco a poco, de la extraña solemnidad de aquel acto. Enderezó la espalda, alzó el menton y aflojó la presa en las muñecas de su mentor. Tomó aire, consiguió convertir el dolor en un rumor tan sordo como el cántico. En el abrasador calor que bañaba su homoplato, dejó de sentir el constante aguijoneo de la aguja. Se concentró en el cántico de los trolls, en el misticismo que rodeaba toda aquella celebración. Ahora era evidente que no se trataba solo de una noche de hoguera de la tribu. La inmensa hoguera, la gran afluencia de trolls de todos los campamentos, aquella danza tan distinta y al mismo tiempo tan familiar. Las manos de Zun´zala en sus hombros, la mirada de aprobación de Zai...

Sí, algo importante estaba sucediendo.

Sintió como deslizaban un paño húmedo por la zona abrasada por la aguja y por los surcos que la sangre había trazado en su espalda. Sintió un escozor leve y supo que el paño contenía algún tipo de medicina como la que Zai había usado con ella cuando el látigo le había abierto la espalda. Su mentor le soltó entonces las manos y asintió ante su mirada interrogante, de modo que Mangosta retorció el cuerpo para alcanzar a ver qué habían hecho con su piel y reprimió una exclamación.

Sobre la piel curtida por el sol, trazado encima de los surcos plateados de sus cicatrices, resplandecía un ideograma troll en un caleidoscopio de delirantes colores. Sorprendida, se volvió hacia Zai´jayani, que sonreía.

- ¿Qué...?- atinó a decir.

La sonrisa de Zai se ensanchó, sus ojos brillaban.

- Bienvenida a la tribu - dijo Zun´zala a su espalda- Mangosta de los Pies de Arena.

El estallido de cánticos llenó la oscuridad hasta la salida del sol.

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