En los Confines de la Tierra VI

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Dos semanas más tarde:

El agua olía a rosas, y pese a la humillación que sentía, no pudo evitar el agradecimiento por aquel baño que le permitía quitarse la suciedad y el cansancio acumulados tras dos semanas en el campo de Frinch. No pudo evitar apartar el rostro con gesto brusco cuando una de las sirvientas, la más joven, le frotó el cabello con aceite perfumado. Vio el rostro de la muchacha, no mucho mayor que ella, preocupado y asustado por su reacción.

- Lo siento.- murmuró, arrepentida por su brusquedad. La muchacha asintió bajando la mirada- Lo haré yo.

La sirvienta se retiró con la mirada baja y otra de más edad tomó su lugar para ayudarla a salir de la bañera. No tenía sentido rechazarla a ella también, ya debía ser suficientemente humillante servir a una esclava, como para encima recibir órdenes de una. Se resignó: no la trataban como a una señora. La limpiaban y adornaban como quien lustra la plata antes de un banquete.

Dejó que la perfumaran y empolvaran su piel con suaves afeites, y que delinearan sus ojos con pinceles oscuros. Habían dejado su ropa sobre la cama y, de pie en la rica alfombra, dejó que la vistieran con aquellas prendas, alzando los brazos como si fuera una muñeca dócil. Vio en el amplio espejo del ropero como transformaban a la sucia esclava que había llegado al palacio, en una exquisita criatura de piel alabastrina y ojos brillantes, envuelta en sedas y brocados, con el cabello negro y resplandeciente ceñido por una diadema de plata. Ella nunca había tenido ropas tan lujosas, ni en sueños.

- No soy yo- se dijo, y de pronto aquel pensamiento la llenó de una inesperada sensación de paz.- No soy yo.

Estaban calzándole los pies con sandalias enjoyadas cuando sonaron dos golpes discretos en la puerta. La sirvienta más joven acudió a abrir: dos guardias armados, vestidos con librea, esperaban al otro lado.

- Está lista.- dijo la sirvienta mayor, y la empujó levemente, como se empuja a un potrillo en sus primeros pasos.

Los guardias la escoltaron en silencio a través de los salones blancos adornados con plantas y tapices hasta lo que parecía un ala privada en el palacio. Los aposentos de Athos Mashrapur, su nuevo señor.
Allí los pasillos estaban adornados con vaporosas cortinas y alfombras de vivos colores, y al pasar junto a un patio interior conectado con el exterior, puso ver como más allá, en los amplios jardines, pastaban y descansaban exóticas bestias que solo había visto en los libros de historia natural. Tras recorrer largos pasillos, los guardias al fin se detuvieron ante una gran puerta de madera, profusamente tallada con motivos selváticos, y llamaron con dos discretos golpes. Abrió la puerta un hombre pelo cano y gesto severo, que la estudió durante unos instantes con una mirada claramente despectiva. Uno de los guardias le dio un leve toque en el hombro indicándole que entrara, el hombre se retiró de la puerta e Irinna cruzó el umbral.

Si la sala en la que la habían adornado le parecía lujosa, aquella en la que se encontraba ahora estaba más allá de cualquier descripción. Era amplia, no, inmensa, y por toda ella había repartidas columnas de alabastro conectadas entre sí por hermosos velos que hacían las veces de paredes, y adornadas en su base con frondosas plantas. Había alfombras y cojines, a cada cual más hermoso, amontonados por los rincones, como si aquella sala no fuera más que una inmensa y lujosa tienda de campaña en mitad de la espesura selvática. Olía a incienso y la luz que entraba por entre los velos del techo se teñía de colores imposibles creando un ambiente onírico.

Athos de Mashrapur, su nuevo dueño, estaba recostado con languidez en lo que parecía un lecho circular adornado con vaporosas cortinas. En lugar del traje de monta manchado de polvo que había llevado cuando le vio la primera vez en el mercado, vestía ahora una holgada túnica de seda blanca, bordada con hilo de oro, y unos amplios panalones del mismo color, e iba descalzo. Llevaba el cabello largo y oscuro recogido en una sencilla coleta en la nuca, y el hermoso rostro se le antojó apacible y distendido. Aquella sencillez en mitad de todo el lujo no hizo más que acrecentar la sensación de irrealidad y opulencia.

- Acércate - dijo con voz autoritaria pero suave.

Con el severo criado a su espalda, Irinna se acercó hasta quedar a varios pies de la cama. Mashrapur se levantó entonces con elegancia y caminó lentamente a su alrededor, evaluándola y, de cuando en cuando, asintiendo con aprobación. Irinna permaneció inmóvil, con la mirada fija al frente, hasta que su nuevo dueño volvió a situarse frente a ella con una sonrisa de satisfacción.

- No me equivocaba.- dijo entonces, mirándola con evidente deseo- Eras hermosa en la jaula, cubierta de polvo, , pero limpia y vestida lo eres aún más. Esos colores resaltan el verde de tus ojos ¿te gusta tu nuevo traje?

Sabía que tenía que apreciar aquella amabilidad: el señor no tenía por qué ser siquiera cortés con sus esclavos, pero alzó la vista y le miró a los ojos, serena.

- ¿Vas a violarme?

Mashrapur parpadeó un instante, sorprendido por su franqueza y osadía, y luego rompió a reir, divertido y condescendiente. Luego, al ver que ella no bajaba la mirada ni mostraba rubor alguno, arqueó las cejas y una sonrisa sinuosa se dibujó en su rostro.

- No necesariamente. Es tu elección- respondió.- ¿Cómo te llamas?

- Irinna. ¿Cómo es posible que pueda elegir?

Mashrapur sonrió y mostró las palmas abiertas.

- Puedes entregarte voluntariamente o puedes resistirte. De cualquier modo el resultado será el mismo así que ¿por qué no disfrutar del amor?

Los ojos de Irinna se clavaron en los suyos.

- ¿Por qué hablas de amor?

El hombre parpadeó.

- ¿Qué?

- No hay amor en esto. - contestó Irinna con fiereza- Me has comprado como una bestia en el mercado y ahora quieres obtener placer a expensas de la poca dignidad que me queda.

Athos de Mashrapur se acercó a ella y la sujetó por los brazos, con la ira deformando sus hermosos rasgos.

- ¡No te he llamado para que discutas conmigo, puta! Harás lo que te diga.

La empujó con fuerza hacia atrás, haciendola tropezar con la cola de su vestido, que se rasgó con un susurro. El criado la agarró por los hombros, apretando tanto que sentía los dedos clavándose en su carne.

- Desnúdala- espetó Mashrapur a su criado, que asintió con solicitud, aflojando la presa para arrancarle los velos que la cubrían.

- No- murmuró Irinna y de pronto su codo voló hacia atrás, golpeando al criado en el rostro con fuerza y haciéndole retroceder, tropezando. La sangre fluía de su nariz y se llevaba las manos al rostro con gesto de dolor. Giró sobre si misma y aprovechando el vestido roto, alzó la pierna dandose impulso con el giro y golpeó con fuerza al criado bajo el mentón, lanzándole hacia atrás y haciéndole caer con estrépito sobre una mesa repleta de jarrones.

- ¡Guardias!- bramó Athos de Mashrapur.

Irinna se volvió rápidamente hacia la puerta, buscando por la mirada alguna posible ruta de escape, pero en apenas unos segundos la puerta se abrió con brusquedad y los dos guardias aparecieron en el umbral, listos para la lucha.

"Piensa" se dijo "Rápido".

Los guardias se lanzaron a por ella al unisono, grandes como osos, con los brazos alzados prestos a apresarla. Por un instante se quedó paralizada por el miedo al verles precipitarse hacia ella, pero de pronto se dio cuenta de que en realidad eran lentos y pesados, que tenía tiempo para esquivarlos. Como si el tiempo transcurriera a cámara lenta, se inclinó hacia su derecha flexionando la rodilla y, cuando casi la habían alcanzado, pivotó sobre sí misma, poniéndose fuera de su alcance. Como un flash, recordó los entrenamientos en la Ciudadela Garrida, ahora lejanos, y casi sin pensar, deslizó la pierna extendida bajo su cuerpo, y lo atravesó en la zancada del guardia más cercano. Como un tronco cortado desde la base, el guardia se inclinó hacia delante y cayó estrepitosamente sobre el vientre, soltando un gruñido a causa del impacto. El otro guardia se volvió al mismo tiempo que ella se erguía, e Irinna dejó que los latidos de su corazón marcaran el ritmo de la lucha. Él la acosó, ella le esquivó. Ella lanzó un golpe, él lo rechazó. Danzaron aquella violenta danza durante un segundo, dos, tres. Cien. Durante unos instantes tuvo la impresión de que su sangre se inflamaba y la impelía a luchar. No se dejaría prender, no. Antes moriría que ser tomada por la fuerza. Un golpe, una finta, un salto. El guardia le hizo una presa, sujetándole el brazo contra la espalda, forzando tanto la articulación de su hombro que un gemido de dolor escapó de sus labios.

"No" se dijo "¡No!"

El dolor hizo que se le doblaran las rodillas. Apretó los dientes, intentó liberarse. Nada. El guardia ejerció presión en su brazo hasta que estuvo completamente arrodillada y con la otra mano la obligó a mirar al suelo. Vencida.

Los pies descalzos de Athos de Mashrapur aparecieron ante sus ojos, ofensivamente limpios. No podía alzar la vista para mirarle, el guardia le mantenía la cabeza baja. Apretó los dientes.

- Una lástima- suspiró Mashrapur. Se inclinó sobre ella y le alzó el mentón, obligándola a mirarle. Tenía una sonrisa irónica en el rostro.- Que hermosa estúpida eres, Irinna. Qué tonta. Me gustabas, de veras. Hubieras vivido rodeada de lujos, hubieras tenido comida en tu plato todos los días ¿Y todo a cambio de que?- suspiró con fingida afectación- Con fingir un poco de amor. O ni siquiera amor, hubiera bastado con ser fría pero dócil...

Le soltó la barbilla bruscamente y se llevó las manos a la espalda, donde las unió. Caminó pausadamente por la sala.

- Hubiera sido tan fácil si hubieras querido, Irinna. Hubieras vivido tranquila, tal vez incluso hubieras llegado a amarme, pero no... Tenías que ser fuerte ¿verdad? Tenías que ser ridículamente heróica... Bien, te daré la oportunidad de ser todo lo heroica que puedas... - bufó con burla- O que te dejen.

El guardia la puso en pie de un tirón.

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