En los Confines de la Tierra VIII

viernes, 6 de noviembre de 2009

Aquella noche no durmió, se mantuvo en pie por la fuerza de su determinación. Los párpados le pesaban, pero no dejaba que se cerraran. Se afanaba con resolución en la tarea impuesta por Zorg, dispuesta a no dejarse vencer.

No comerás ni beberás, ni podrás dormir siquiera hasta que vea con mis propios ojos que eres capaz de golpear al muñeco dos veces seguidas sin bajar el arma.

Sin bajar el brazo... Si pensaba en ello sentía que desfallecía. El brazo derecho le ardía y apenas podía levantarlo después de haber intentado golpear sin éxito todo el día. Afortunadamente, Cobra no había vuelto a acercarse con su mirada burlona y sus sinuosos movimientos. El que sí que había regresado era el troll, que se sentaba contra el muro a su espalda y la observaba con interés. Había decidido no prestarle atención y se había afanado con el muñeco, concentrada en golpearlo y no soltar la espada, acalambrados como tenía brazo y mano. Durante horas no cejó en su empeño, sin conseguir nada que no fuera estar mucho más cansada y dolorida.

De pronto, absorta como estaba, sintió como le arrebataban el arma sin esfuerzo. Sobresaltada, se volvió con gesto furibundo y se encontró con la mirada divertida del troll que la miraba desde arriba y que sostenía la espada muy por encima de su cabeza.

- Devuélvemela.- siseó con la garganta seca, tratándo de alcanzar el arma. El troll sonrió y alzó la espada un poco más.

- ¿Pa´qué, colega? ¿Pa´seguih bailandoh con ella?

Irinna no respondió. Se limitó a mirarle tratando de no mostrar su frustración, sus ganas de que se llevara el arma bien lejos y la dejaran descansar. Malinterpretando su silencio, el troll se carcajeó.

- La lucha en lah arenah no eh calculah, colega- sus ojos brillaban, divertidos- Acción, reacción. Si quiereh quitarme el arma, hazlo. Nadie da nada por nada, p´queño mono.

Los ojos de Irina se estrecharon, irritada. Trató de alcanzar de nuevo el arma, saltando y estirando los brazos por encima de su cabeza. Sus dedos rozaron la empuñadura antes de que el troll, sin inmutarse, la alzara de nuevo fuera de su alcance antes de ponerse a bailotear ridículamente, alejándose de ella.

- Ya basta- siseó Irinna- Devuélveme el arma y vete al infierno.

El baile del troll cambió visiblemente, sus movimientos se volvieron más amplios y profundos, más cadenciosos, y la sonrisa de sus labios se volvió sinuosa y mezquina. Su voz se tiñó de evidente burla.

- Pa´ece que Cobra tie razón- canturreó sin dejar de bailar, manejando el arma con tal destreza que parecía una extensión de su brazo- Ereh torpe e inútil como un múrloc manco y cojo. Y seráh un murloc manco, cojo y muerto si no me quitah el arma y Zorg se encuentra con que le has hecho perder el tiempo. Ereh menoh que un animal, y al animal lisiado se le sacrifica, y Cobra se dará un gran banquete con esas patitas tuyas tan blanditas.

Irinna, que no estaba dispuesta a seguir tolerando burlas y burdas amenazas, dejó que la ira y la determinación se llevaran el agotamiento y, con un bufido de rabia, cargó contra el roll, ya sin más intención que hacerle callar y borrarle aquella sonrisa de los labios.

El troll, que en aquel momento le daba la espalda, se dio la vuelta con sorprendente agilidad y abrió los brazos de pronto, como si quisiera recibirla en un inmenso abrazo. Irinna contuvo el aliento al comprender lo inevitable de la presa, pero reaccionó demasiado tarde y sintió los poderosos brazos del troll cerrándose entorno a ella, apresándola. Decididida a no dejarse vencer, se retorció, volviendo la presa inestable, y aprovechó para deslizarse penosa pero efectivamente fuera del abrazo, huyendo por un costado y aupándose contra la rodilla del troll para encaramarse a sus hombros.

Escuchó la carcajada sumamente divertida del troll y de pronto el mundo se inclinó y el suelo voló a su encuentro, y se sintió impulsada hacia delante. Tratando de evitar lo inevitable, entrelazó ambas manos entorno al cuello grueso y firme, y cuando su cuerpo voló, lanzado hacia delante, la presa la retuvo, arrancándole al troll un jadeo de sorpresa y haciéndola aterrizar con las rodillas plegadas contra el inmenso pecho tatuado. Y antes de darle tiempo a reaccionar, estiró las piernas bruscamente, empujando al troll y saltándo hacia atrás, bien lejos de su oponenete, con la respiración agitada, todavía agazapada como una fiera a punto de saltar.

El troll se enderezó y durante uno instantes se observaron en silencio, evaluándose mutuamente y luego, para sorpresa de Irinna, rompió a reir con carcajadas francas y alegres y le arrojó la espada para que la empuñara, antes de revolverse el pelo con las manos, sin dejar de reir.

- Ereh rápida, pequeño mono, y escuriddiza- dijo, y declarando el final del combate, la tensión de su cuerpo se desvaneció.

- No soy un mono.- respondió Irinna, tratando de recuperar el aliento, clavando la espada en el sueño y acuclillándose.

El troll la miró un instante, entretenido.

- Está bien, colega. No ereh un mono pero te escurreh y trepah ¿Qué ereh entonceh?

- Una comadreja.- respondió Irinna sin pensar, y se arrepintió de inmediato, tan pronto como las palabras abandonaron sus labios.

Comadreja era el nombre con el que su tío la había llamado siempre cariñosamente. De pronto, el último reducto de su mundo, que permanecía inviolable, estaba expuesto. No dejó que aquello la venciera y hundiera. Recogió los fragmentos de sus recuerdos y sus pasados y los guardó a buen recaudo con la dulce Irinna. Ya no había sitio para ella en aquel lugar.

El troll entrecerró los ojos, como si pudiera percibir el cambio que acababa de operarse en ella.

- Comadreja.- repitió, como para sí- ¿También bailah, pequeña Comadreja? ¿Quiereh bailah? Zay´Jayani te enseñará a bailah, bichito, pero primero tieneh que descansah.

Comadreja frunció el ceño y Zay´Jayani se acercó a ella, la sujetó de las axilas como si fuera una muñeca y la puso en pie. Luego cogió la espada del suelo y se la puso en la mano.

- Sujetala como si fuera un cayado, una maza... ¿una cazuela?

Los ojos de Comadreja brillaron y de pronto sus dedos encontraron la posición correcta en la empuñadura. Había sido tan sencillo, y ella había estado tan ciega... Sonrió con fiereza y, con un grito de júbilo, golpeó el muñeco que tenía delante dejando que el eco de sus golpes llenara el amanecer del campo de esclavos.

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