Reflexiones en escarlata

miércoles, 7 de abril de 2010

Hace poco más de un mes:

Tumbada en el jergón, Aurora cruzó las manos tras la cabeza y contempló desapasionadamente el techo. La pequeña habitación de la posada tenía las vigas bajas y algo resquebrajadas, pero al menos estaba limpio y el colchón no tenía pulgas. No las había tenido todas consigo cuando cruzó el umbral envuelta en su capa y pidió cena y alojamiento para la noche; era más que consciente del odio que despertaba su Orden en los Reinos del Este, y no descartaba que alguien la reconociera en el atestado comedor.
Aquellas reflexiones la fueron sumiendo lentamente en un estado de duermevela.

Aunque los muros del monasterio eran gruesos y la celda de aislamiento no tenía ventanas, el clamor rompió la quietud del claustro y los pasillos y traspasó la gran puerta de roble, despertando a Aurora de su sueño.
Frunció el ceño. Habían sido ya largas semanas de aislamiento para su reinserción en la Cruzada antes de volver al servicio en Rasganorte, semanas de soledad y silencio, de reflexión y oración. Era el momento para plantearse las cosas, para reponer fuerzas (pese a las exiguas comidas), para redefinir el camino que quería seguir. Ahora escuchaba el clamor en los pasillos sin comprender qué podía ser tan importante para romper la quietud y la férrea disciplina del Monasterio Escarlata.

Los golpes retumbaron en la puerta y la sobresaltaron. Se puso en pie, alarmada.

"¡El Traidor ha caído!" bramó la voz al otro lado, aporreando las puertas de las celdas en una carrera frenética, alejándose por el pasillo "¡El Traidor ha caído!"

Las voces, incrédulas, exultantes, emocionadas, enloquecidas de triunfo, corearon la noticia, alejándose por los pasillos.

¡El Traidor ha caído! ¡El Traidor ha caído!

Aurora Lightpath, llamada la Rosa de Alterac, teniente del Embate Escarlata, cayó al suelo de rodillas, incapaz de pensar. Las voces se alejaban por el pasillo.

¡El Traidor ha caído! ¡El Traidor ha caído!


Abrió los ojos, estremecida por aquel recuerdo, e inspiró profundamente. Por mucho que lo intentara, todavía no conseguía asumirlo: Arthas muerto, el Rey Litch exterminado y los restos de la Plaga en evidente repliegue y declive. El triunfo absoluto de la lucha de toda una vida, la más grande de las victorias. Sí, pero... El fin de la única vida que conocía, al fin y al cabo, del único objetivo en su destino, un destino por el que había renunciado a tanto, por el que había padecido tanto... El dolor, la penuria y el miedo no la habían echado atrás porque siempre había un objetivo por encima de todo, una causa, una auténtica razón para luchar.

¿Y ahora? ¿Cómo asumir el vacío absoluto, el fin de la vida tal y como la conocía hasta aquel glorioso y fatídico día?

Y no solo eso. ¡Ah! ¡Si tan solo hubiese sido eso!

Cierto era que nunca se había cuestionado las órdenes, puesto que de haber sido indisciplinada nunca hubiera ascendido en el ejército. Cierto es que no había dudado cuando el príncipe Arthas ordenó la carga contra Stratholme, ni cuando se tomaron las medidas más salvajes contra aquellos que venían de las tierras infectadas. Había creído en ello, en la necesidad de que alguien hiciera lo correcto por duro que fuera, de que alguien mantuviera la firmeza necesaria para hacer frente a aquel horror. Poco le habían importado las acusaciones de fanatismo y el rechazo, porque hacía tiempo que había comprendido el gran sacrificio que significaba luchar contra la Plaga. Y sin embargo...

¿Cuando había nacido la primera duda? ¿Cuando?
No lo había olvidado ¿Cómo hacerlo?

El Alba Carmesí... Cuando Abbendis les hizo retirarse del combate e ir a luchar al Norte, con la sombra de Acherus proyectándose sobre Nueva Avalon... ¿Qué sentido tenía dejar que arrasaran la Mano de Tyr para ir a defender Rasganorte? Y luego, en el Embate ¿Caballeros de la Muerte? ¿Sacedotes sombríos? Había luchado por seguir confiando en sus líderes, en Abbendis y Viento Oeste, pero ¿Donde habían quedado los preceptos de la Orden?
Y después, el ataque a la Mano, las palabras de Lady Doria... ¿Por qué reconstruir el fuerte? ¿Atacar a la Alianza? ¿A la Horda? ¿Desviar tantos recursos y efectivos a zonas no afectadas por la Plaga?

Sí, ahí su firme disciplina había comenzado a tambalearse, su lealtad. De vuelta en Azeroth había visto confirmadas sus sospechas, y la tortura...

Se estremeció.

Todavía sentía arcadas cuando pensaba en ello, recordaba las quemaduras (¿cómo olvidarlas, a la vista de las cicatrices?), la forma en que la miraban, como si fuera una fiera enloquecida, algún tipo de monstruo exótico y desconocido... ¿Cuando habían dejado de luchar por el mismo objetivo? ¿Cuando?

"¡Mirad a la traidora escarlata!" había gritado el mariscal mientras la paseaban encadenada por la plaza más concurrida de Ventormenta.

"¡Monstruo!" había gritado la multitud, lanzándole toda la inmundicia al alcance de su mano.

¿Cuando se habían convertido en el enemigo? ¿Cuando se habían vuelto tan ciegos?

Solo podía rezar, encomendarse a las Tres Virtudes, rogar a quien fuera que escuchara que ahora, convertida en desertora de la Cruzada Escarlata, odiada por Alianza y Horda por igual, no muriera abandonada en tierra de nadie...

Rogó por ser fuerte fuera del campo de batalla, fuerte para afrontar la vida sin el escudo de su convicción.

Para sobrevivir.

A sus labios regresó una vieja oración de su niñez...

"Luz Bendita, no me abandones aunque yo te abandone... No me pierdas aunque yo te pierda..."

1 comentario:

Percontator dijo...

Gracias por ponerte con ella. Lo vale, por supuesto.