Los Hilos del Destino XLVIII - El Sueño

martes, 13 de abril de 2010

Llovía.

Se refugió en un hueco del tronco y sacudió profusamente las plumas. Había pasado el día entero sobrevolando el bosque, sin ningún objetivo, solo volando. La libertad había sido absoluta, descendiendo entre el follaje cuando sentía hambre, o descendiendo a tierra cuando tenía sed, para aplacarla con algunas gotas de rocío. El ala herida le palpitaba, aún lejos de sanar, y la negrura que cubría uno de sus ojos titilaba con nerviosismo, pero ya estaba acostumbrada. Ahora una deliciosa sensación de agotamiento hacía presa en su pequeño cuerpo y se arrebujó para dormir, resguardada de la lluvia.

Cerró los ojos y el sueño le sobrevino de inmediato.

Supo enseguida que algo no iba bien. Estaba en una especie de cueva de madera extrañamente formada, lisa como la superficie del agua en un día de calma. Estaba sentada, no... ¿extendida? en una superficie mullida y blanca. No tenía sus plumas, sino extraños apendices con dedos sin garras. Sin embargo, algo en su mente le dijo que conocía aquello, le dijo que se llamaban manos y que eran suyas.
¿Había estado alguna vez en aquel lugar? ¿Por qué le resultaba tan familiar?

- No te vayas.- escuchó, y no era un graznido ni un pitido, sino una voz dulce, musical.

Entendía lo que decía... Y comprendió que había sido ella.


Despertó con un brinco, con el diminuto corazón martilleándole contra el pecho. ¿Qué eran aquellas visiones que la asaltaban cuando cerraba los ojos? Desde luego, el vuelo debía haberla agotado más que de costumbre. La herida del ala palpitó con fuerza y se estremeció. Trató de permanecer despierta, pero estaba tan cansada...

De nuevo, aquel extraño hueco de madera pulida. De nuevo aquel cuerpo extraño.

- No me dejes sola. No puedo dormir si estoy sola.- repitió la voz, su voz.

- No me voy.- respondió de pronto otra voz, una voz grave.- Me quedo aquí, contigo.

Aquella voz reverberó en su pecho, la estremeció. Despertó en ella un anhelo que desconocía, la henchió de una extraña sensación.


Abrió los ojos inquieta. El eco de aquellas extrañas emociones rebotó en las paredes de su cabecita, aturdiéndola. La sensación de familiaridad persistió aún unos instantes en su mente, pero se fue desdibujando poco a poco hasta desaparecer por completo. Miró a su alrededor: seguía en el hueco del tronco, y fuera llovía. Olía a tierra mojada, a tormenta. Iba a tener que quedarse allí un buen rato. Sacudió de nuevo las plumas, paseó por el angosto espacio del hueco en el tronco. Se asomó fuera y cuatro gotas rebotaron en su pico, salpicándole los ojos. Se sacudió de nuevo, enganchó con el pico una oruga incauta y se la tragó con avidez. Estiró las patas, abrió y cerró las garras. No quería volver a dormirse, no quer...

- Averil...- dijo la voz grave.

Provenía de un hombre ¿Un hombre? ¿Por qué reconocía a aquella criatura? ¿Por qué le resultaba tan vagamente familiar? ¿Y por qué recordaba también aquel sonido? ¿Averil? El hombre estiró los labios. Unos dientes blancos resplandecieron en la mueca.

- Te puedo asegurar una cosa.- continuó, con una ¿sonrisa? torcida en la cara- Desde una semana después de conocerme, nunca dormiste sola.

Sintió un cosquilleo en el pecho.

- ¿En serio?

- Ehm...¿sueno como un maniaco obsesivo?

Sus propios labios ¿Ya no era un pico? se curvaron suavemente hacia arriba. Sintió que la cara le ardía. La escondió con timidez tras los ¿brazos? plegados ante si.

- No, me gusta...

Un trueno la sobresaltó, haciendo que su pequeño cuerpo brincara. Por un instante, fue incapaz de mantener el equilibrio sobre las patas, como si de pronto hubiera olvidado como equilibrarse con las alas. El ronquido del trueno reverberó en el bosque en cientos de ecos mientras la lluvía incrementaba su intensidad. Desde luego, aquella tormenta tenía todo el aspecto de ir a durar todo el día.
El ala herida palpitó dolorosamente y se estremeció. El ojo oscurecido se cerró involuntariamente y se abrió de nuevo. Podía sentir cada nervio, cada zarcillo en su cuerpo... Se había acostumbrado, sí, pero en las últimas horas se comportaba con extrañeza.

Estaba en otro lugar, aunque era muy parecido al anterior. Seguía en un hueco de paredes pulidas, pero este era más amplio y no era firme en absoluto. Se mecía suavemente, al compás de las olas, y de todas partes llegaba el crugido de la madera, el tañer de una campana... Había mesas, mesas con pequeñas lámparas, literas en los costados ¿Cómo sabía el nombre de todas aquellas cosas? Ahora estaba erguida, y no tenía alas, sino de nuevo aquellas manos escuálidas y carentes de plumas. Estaba mirando por la entrada del hueco, al mar tranquilo. Qué grande era, que aterrador...

- Ángel- dijo antes de reconocer que volvía a ser ella quien hablaba.

¿Ángel? Sí, recordaba aquel nombre. Lo recordaba ¿Donde lo había oído? Sí ¡Sí! ¡Lo conocía! No era Ángel... No.. Era...

Angeliss apoyó los brazos cruzados sobre la mesa y recostó la cabeza sobre ellos.

- Dime.

- Te quiero.- dijo ella, y supo que era verdad.

También supo que a su espalda, él sonreía.

- Bu- rió él.

- Ba.


Fue incapaz de enderezarse cuando abrió los ojos. Permaneció así, acurrucada en su hueco del tronco, temblando sobrecogida por unas emociones que no eran suyas, que parecían llegar de muy lejos, demasiado. Pero... ¿Cuando había tenido ella constancia de las emociones? ¿Cuando había dejado de ser salvajemente libre, consciente solo del horizonte, la lluvia, la tierra y los árboles?

- Pe... pero...- inquirió, carcomida por la curiosidad- ¿Quien es él?

Klode, morena y risueña como siempre, sonrió. Angeliss estaba allí, inclinó la cabeza como un pájaro y la miró con curiosidad. ¿Era una sonrisa burlona lo que había en sus labios? ¿Por qué la miraban así?

- Es ella.- respondió Kloderella al fin- Es una chica.

Averil frunció el ceño.

- Pero...- Klode le sonreía con paciencia, como quien sonríe a un niño pequeño, mientras Averil luchaba por asimilar lo que oía- ... es una chica...



Klode, Klo-klo, Kloderella...

Angel, Angeliss, Zángano...

Aquellos nombres tiraban de ella. Intentó gritar cuando volvió a abrir los ojos, pero solo un graznido brotó de su garganta. ¿Qué ocurría? ¿Donde estaba? ¿Qué era aquel hueco tan angosto? Trató de ponerse en pie, pero no tenía piernas, solo escúalidas patas descarnadas. Se tambaleó precariamente y volvió a caer al suelo... ¿Qué ocurría? Su instinto se abrió paso en su mente poco a poco. Una pata, después la otra. Las alas para equilibrarse. Su pico, sí, su pico. Estaba en el hueco en el tronco, oía el rugido de la tormenta, veía la cortina de agua caer ante la entrada. El ala y el ojo le palpitaban dolorosamente. Aquel hueco estaba maldito, tenía que salir de allí... Brincó hasta el borde del hueco y saltó.

Un rostro moreno, unos ojos duros, ardientes. Una mirada dolida, cruel, que la impelía a seguir luchando. Daala...

- Si no fuera por el respeto que tenía por tu madre te habría dado ya unos azotes.


El ala herida le dio un doloroso calambre que estremeció su cuerpo mientras volaba bajo la lluvia, y quedó paralizada, pegada al cuerpo. Cayó en picado, agitando frenéticamente el otro ala sin efecto alguno. El dolor era terrible.

Si no fuera por el respeto que tenía por tu madre...

Gritó. Unas manos firmes la sujetaron por los hombros contra el suelo. Siguió cayendo entre los árboles, incapaz de levantar el vuelo. Las copas de los árboles desaparecían a una velocidad vertiginosa, hacia arriba, siempre hacia arriba...

- Averil...

Sí, quería responder, pero seguía cayendo, el ala se negaba responder y el suelo se acercaba tan, tan deprisa... No, el suelo ya estaba allí, podía sentirlo mullido y fresco bajo su espalda. Y sin embargo caía...

- Zoe...

Trató de extender las manos para sujetarse a alguna de las ramas que pasaban vertiginosamente a su lado, pero no tenía. Solo podía ver aquellas alas de largas plumas azules, inertes...

- Abre los ojos, Bellota...

Rebotó en las ramas dolorosamente durante su caída, pero las manos en sus hombros eran firmes, y aquella voz tiraba de ella con suavidad, la sostenía por encima del estruendo de la tormenta, tranquila, pausada...

- Despierta, Averil.

Caía, caía...

***

Trisaga apartó un mechón rubio del rostro dormido con extrema suavidad. Contempló con compasión la corrupción de aquel cuerpo inocente, la negrura que trepaba por su brazo, abarcaba su pecho e invadía ya la mitad del rostro como una máscara macabra. Los zarcillos que brotaban bajo la piel palpitaban levemente, se estremecían como si tuvieran vida propia. La tenían, en realidad. Había visto el rostro corrupto contraerse con maldad, en contraposición a la mitad del rostro que permanecía limpia, apacible, con aquel gesto infantil que dibuja a todos el sueño, ajena a todo.

- Despiera, criatura...- murmuró, manteniendo aún una mano sobre el hombro sano de la muchacha mientras ella temblaba, presa de su extraño sueño, tratando de infundirle sosiego.

Ahora Dremneth hablaba con la Guardiana del Jardín, apartados en un rincón de la espesura, y de cuando en cuando miraban hacia ella, mientras el Dragón del Tiempo explicaba a su hermana del Vuelo Verde los avatares sucedidos en los últimos meses.

Volvió a mirar a Averil, dormida, inquieta en el lecho de hierbas y flores que el jardín había creado para ella, a la sombra de los árboles, a los pies del lago. ¿Por qué no había desaparecido la infección? ¿Había funcionado realmente el ritual? ¿Toda aquella búsqueda? ¿Todo el dolor? Había pasado medio año sumida en aquel sueño, con la infección avanzando en su cuerpo, contenida únicamente por su permanencia en el Sueño, en el Santuario, según le había dicho Sayera. Como ocurriera con su madre cuando pasó por el mismo trance, su cabello había crecido imposiblemente y yacía desparramado en la hierba como una aureola. También su cuerpo había cambiado, dejando atrás las formas de la niñez y definiendo ya las curvas y recodos de un cuerpo de mujer. Iba a ser tan hermosa...

Pero estaban aquellas marcas...

Estaba absorta en aquellos pensamientos, con la mirada fija en la nada, cuando sintió un repentino escalofrío y se sobresaltó. Una inquietud sin nombre se apoderó de ella y un grito tomó forma en su garganta y atenazó su pecho cuando miró el rostro de Averil. En aquel rostro dividido entre luz o oscuridad, tenía lugar la transformación más aterradora. Mientras el rostro limpio seguía dormido, descansado, salpicado de pecas y sudor, el rostro corrupto había cobrado vida de nuevo.

Y no solo vida.

Contraído en un gesto de absoluta maldad y odio, el ojo estaba abierto y la miraba con crueldad. Un ojo malévolo, de un amarillo insalubre, y maléfico, que clavaba en ella su mirada, llenándola de pavor. Pero no era una mirada de ira, ni siquiera de rabia... Era una mirada tan oscura, tan ajena a los temores de los mortales... Era desdén lo que había en aquella mirada antigua y terrible, odio, desprecio y la absoluta certeza de que aquella no era la última batalla.

- Una defensa valiente, duende de la noche... - dijo una voz mezquina y cruel, rechinante, helada, con aterradora autosuficiencia- Has ganado esta batalla, pero esto no terminará aquí. La Hija del Roble será mía..

Trisaga se estremeció, apretó los puños, se obligó a hacerle frente. No había llegado tan lejos para dejarse vencer ahora. Sayera y Dremneth, alertados por las estridencias chirriantes de aquella voz, corrieron hacia ella y contemplaron el ojo antiguo que se clavaba en la sacerdotisa. Su presencia infundió en ella las fuerzas que necesitaba.

- ¿Quien eres?- preguntó con tanto aplomo como pudo darle a su voz, aunque por dentro temblaba.

El ojo cruel sonrió con maldad. Los labios de Averil se torcieron en una desagradable sonrisa torcida y escalofriante.

- Un viejo amigo, duende de la noche, pero no te preocupes...- chirrió de nuevo la voz, deleitándose en un futuro que solo él veía.- ...volveremos a vernos...

Con una última mirada, el ojo amarillo se cerró lentamente, brillando con malicia, como si riera una broma privada. Luego, de repente, el rostro oscuro se relajó por completo, adoptando la misma tranquilidad que la mitad apacible y limpia. La mueca de los labios desapareció, volvían a ser los rosados labios de la niña que dormía frente a ella.

Trisaga sintió como un peso terrible se evaporaba de sus hombros y comprendió que, fuera quien fuera el dueño de aquel ojo y de aquella voz, se había marchado.

En el suelo, Averil se sacudió en un breve espasmo y abrió los ojos. Por un momento pareció desorientada, pero entonces en sus ojos - el verde y limpio y aquel otro ojo, amarillo y corrupto pero ya sin maldad- se pintó el reconocimiento.

Y luego ante la exaltada mirada de Trisaga, Sayera y Dremneth, se desperezó larga y pesadamente, como un gato recién despertado de su siesta matutina...

- Jo...-gimió en pleno éxtasis felino de desperezamiento- He tenido un sueño rarísimo...

Trisaga se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar.

1 comentario:

Percontator dijo...

... Qué alivio...¡Mil gracias! *-*