Los Hilos del Destino XLVI

lunes, 12 de abril de 2010

12 de Abril

Apenas puedo escribir, mis manos tiemblan violentamente. Ni siquiera el poderoso cuerpo de Dretelemverneth , que carga conmigo, me infunde fuerzas. Pero debo escribir, aunque sea por no perderme en el delirio, aunque sea por no sucumbir. Sobrevolamos las verdes estepas de Mulgore en camino hacia Claro de la Luna, donde Anacronos ha ordenado que entreguemos las muestras para que el venerable Rémulos pueda estudiarlas y elaborar la cura, si existiera, para mi adorada Zoë.

En una urna mágica elaborada por las Escamas de las Arenas, descansan las muestras de corrupción que tantas penurias me ha costado obtener. El eco del delirio de los dragones, su agonía y su dolor, resuenan en mi cabeza, como si mi Don tuviera dificultades en asimilarlo y liberarlo.

Fue necesaria la ayuda conjunta de los druidas, los magos y el Vuelo para poder cumplir esta misión, para que los hilos del destino no se rompieran al moldear el espacio y el tiempo para permitirnos acometer esta prueba, pero al fin los cuatro dragones descansan, libres de su tormento, y Zoë se encuentra más cerca de la salvación.

Esta tarde llegaremos a Claro de la Luna y entregaré las muestras a Rémulos, que presenció el asesinato de Finarä y no hizo nada por salvarla, que no...

No, la locura de los dragones intenta invadirme, pero he de ser fuerte, he de arrancar estos pensamientos oscuros y llenos de rencor de mí. No son propios de un Bálsamo. No son propios de mí.

Siento la mente de Dretelemverneth tanteando suavemente la mía, pero no debo dejarle entrar. Temo que la corrupción pase a él antes de que consiga neutralizarla... Está preocupado, pero no puede hacer nada más por mí, salvo llevarme con alas raudas a los pies de aquel que habrá de salvarnos....

Que Elune nos asista.

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