Los Hilos del Destino XLVII

martes, 13 de abril de 2010

13 de Abril

Volamos hacia la Aurora Boreal, las eternas luces del norte. Bajo nosotros, el mar helado se desliza como una inmensa placa de metal acerado, y el viento frío me muerde las extremidades.
En este preciso instante, Dretelemverneth sugiere que volemos más bajo para evitar el frío, pero me siento tan exaltada que ni siquiera me importa. Llevamos toda la noche volando, y tengo la esperanza y la fe de alcanzar las costas del Cementerio de Dragones antes del mediodía. Amanece, la cálida luz del sol brota por nuestra derecha y se derrama sobre el mundo como si fuera líquida. Dremneth vira en su vuelo y se mantiene cara al sol durante unos instantes, el tiempo suficiente para que ese tímido calor me reconforte durante el vuelo. Ahora endereza el rumbo de nuevo, volvemos a volar hacia el norte.

Soy presa de tal exaltación que ni siquiera soy capaz de narrar ordenadamente lo que ocurrió ayer, que me llena al mismo tiempo de maravilla, temor y gratitud... Intentaré empezar por el principio. Quien sabe si Averil, en algún momento, desee leer por sí misma lo que sucedió durante su Sueño...

Dremneth y yo llegamos a Claro de la Luna poco antes del crepúsculo. Con el fin de no alertar a los apacibles druidas que habitan Amparo de la Noche, tomamos tierra en un pequeño claro, discreto y alejado. Él permaneció en el claro descansando por el largo vuelo que nos había llevado hasta allí desde las ardientes arenas de Tanaris, y yo me interné en la espesura en busca de Rémulos para entregarle las muestras, por orden de Anacronos. Sin embargo, me sentía inquieta, como si una inmensa sombra se cirniera sobre mí. Lo atribuí a la corrupción que emanaba de las muestras, y avancé pese a todo, convencida de que la ayuda de Rémulos quitaría esa carga de mi corazón. Cual fue mi sorpresa cuando, al llegar al Santuario, encontré frente a mí a un hermano kal´dorei, pertrechado con armadura y armas, que permanecía en la entrada, en silencio.

El hombre, que se hizo llamar Leshrac, parecía atormentado, pero habló de una corrupción que había presentido y que le había llevado hasta allí. En mi fuero interno temí que la corrupción de las muestras que yo portaba en mi vuelo sobre Kalimdor hubiera alertado a otras criaturas, pero el kal´dorei no parecía saber definir el origen de la amenaza. Me estremecí, puesto que describía con acertadas palabras lo que yo misma sentía. Mi sorpresa fue aún mayor cuando un caballero humano, defensor de la Luz, entró en el Santuario también con el ceño fruncido. Se presentó como el Caballero Fiergast y afirmó, él también, haber percibido la amenaza, aunque confiaba ciegamente en el poder de la Luz para neutralizarla. Allí estabamos los tres, de pie en el santuario, tan distintos entre nosotros como la noche y el día, reunidos por aquel presentimiento, aquella percepción de un mal que se avecinaba...

Confiando en que la desaparición de las muestras serviría para tranquilizarnos, las entregué a un asistente de Rémulos. Juntos, maestro y asistente, inspeccionaron aquellos fragmentos de corrupción con gesto grave. Mientras esto sucedía, llegó un nuevo visitante al Santuario, otro hermano kal´dorei acompañado por su amigo animal. También él había percibido la amenaza. También él había acudido a la llamada.

- Estamos cerca - dijo Rémulos entonces, mientras un fuego fátuo abandonaba su mano y se lanzaba raudamente hacia el oeste, desapareciendo en la lejanía. - Las muestras prueban que existe la salvación para todos aquellos que son presas de la Corrupción de la Pesadilla. Sin embargo, es necesario un sacrificio más. Para probar la efectividad del ritual que he planeado, debemos invocar a otro ser corrupto a través de un portal directo desde el Sueño Esmeralda. He mandado un mensajero a Tyrande, por si ella pudiera acudir para bendecir nuestro ritual. No obstante, no será fácil. Es posible que la criatura que invoquemos esté tan corrupta que suponga un grave riesgo para Claro de la Luna.

Los cuatro visitantes nos miramos, repentinamiente inquietos, y yo me vi asaltada con la respuesta a mi temor: aquello parecía ser la sombra que había intuido pero ¿cómo? ¿Un portal desde El Sueño?
Antes de que pudiera pensar nada más, Rémulos abandonó corriendo el Santuario en dirección a Amparo de la Noche, y nos vimos obligados a montar para alcanzarle. Traté de avisar a Dremneth, pero cuando quise darme cuenta, alguien tiró de mi con fuerza y me vi de pronto montada en el lomo de un sable de la noche y aferrada con fuerza al pecho del cazador.

Nunca olvidaré el terror que me invadió en aquella cabalgada salvaje, el temblor del suelo bajo los cascos de las monturas, el bosque deslizándose raudo a ambos lados de nuestro camino, siguiendo a Rémulos, que en su inmensidad avanzaba mucho más deprisa que nosotros. Yo me aferraba con todas mis fuerzas al jinete, temiendo caer de la montura a causa de lo salvaje de aquella carrera, más no caí. Cuando llegamos a Amparo de la Noche, los guardias se vieron súbitamente alertados por la precipitada entrada de Rémulos en la ciudad y todos se pusieron en guardia.

No tengo fuerzas para revivir aquello en una narración, de modo que solo diré que el ritual funcionó y que no regresó solo una criatura del Sueño. Regresaron cientos, miles. Invadieron las calles de Amparo de la Noche como una marea, atacando a los ciudadanos, abalanzándose sobre nosotros... Un inmenso dragón del vuelo verde apareció en el cielo, enardiendo a aquellos atacantes, enloquecido por la Corrupción de la Pesadilla.
Desesperados, corrimos a auxiliar a la población, atrayendo la atención de las Sombras. Mi corazón gritaba de dolor por cada alma que caía bajo el ataque, e intenté salvar a tantos como pude con el Don que Elune me dio, pero muchos caían, demasiados, y el suelo de Amparo de la Noche pronto se vio cubierto de heridos y muertos... Leshrac, Fiergast y el cazador luchaban con fiereza y arrojo, podía verles entre la marea de Sombras, entre los guardias enardecidos. Oía la atronadora voz de Rémulos entonando el cántico de su ritual. Oía la burlesca respuesta del dragón, mofándose de sus esfuerzos... Gritos, sangre y aquel zumbido tan intenso que hacía que mi cabeza pareciese a punto de estallar...

¿Cuanto duró aquel combate? Lo desconozco, para mí fue tan eterno como la Guerra del Mar de Dunas. Volqué hasta el último atisbo de mi energía en proteger a los inocentes que se habían visto envueltos en aquella pesadilla, y al cabo mis rodillas flaquearon y me vi de pronto arrodillada en el suelo, sin aliento, tan débil que apenas podía mantenerme erguida. Veía a mis compañeros soportar con estoicismo las embestidas de las Sombras, pero cuando el dragón descendió del cielo y arremetió contra ellos, de veras creí que moriríamos en aquella batalla. Me obligué a concentrarme, a reponerme, a seguir auxiliando a los luchadores, y de pronto, cuando ya parecía que todo estaba perdido, sentí como una fría ola imbuyéndome de energía, dándome fuerzas con un ímpetu tal como no he visto jamás...
De la nada surgieron docenas de sables blancos como la nieve, y en sus lomos, mis hermanas, cientos de sacerdotisas de Elune que acudían en nuestro auxilio, y a su cabeza, digna y venerable.... Tyrande, Suma Sacerdotisa del Culto de Elune, que no dudó en desmontar y comenzar a auxiliar a los combatientes.
Aquella repentina llegada me llenó de esperanza y alivio y me puse en pie, uniéndome a mis hermanas, compartiendo con ellas la energía que nos imbuye, ora rezando, ora enviando oleadas de energía a los heridos...

De pronto, Rémulos dio un último grito triunfal, el zumbido en mi cabeza desapareció y el dragón detuvo su ataque, como si hubiera quedado congelado. Todos permanecimos expectantes, alerta. Nadie bajó las armas, ninguna de las sacerdotisas dejó de curar a los heridos. El dragón entonces se derrumbó en el suelo, resollando pesadamente. Rémulos se acercó a él con paso confiado, y observó al dragón con fiereza. Este, lentamente, abrió los ojos y miró aturdido a su alrededor, a nosotros.
Por un momento no supimos si volvería al ataque o desfallecería, pero entonces sus ojos dorados se clavaron en Rémulos.

- ¿Qué ha sucedido? - gruño el dragón, debilitado, como quien despierta de un largo sueño.

Rémulos sonrió.

- Bienvenido a casa, hermano.

Todo Amparo de la Noche estalló en júbilo y yo caí de rodillas llena de agradecimiento y de tristeza por los caídos, a los pies de Tyrande, Elune encarnada. La Suma Sacerdotisa puso sus manos sobre mis hombros.

- Eres una digna servidora de Elune, Trisaga, llamada Lágrima de Plata. Los Bálsamos tienen en tí al más firme de sus representantes. - me dijo- Ponte en pie ahora, Bálsamo, y ve a buscar lo que tanto dolor y esfuerzo te ha costado. Nosotras nos haremos cargo de los heridos.

- Pero Venerable...- traté de decir, pero la Suma Sacerdotisa clavó sus ojos en mi, unos ojos antiguos, testigos de la historia del mundo, y tuve que callar y obedecer.

No hubo más palabras ante nosotras. Tyrande se dedicó de inmediato a la curación de los heridos mientras los guardias retiraban los cadáveres. Yo me puse en pie y busqué con la vista a los compañeros que se habían visto envueltos en aquel ataque. Leshrac se alejaba en silencio, en dirección a la salida de la aldea, y comprendí, pese a todo, que no deseaba ser seguido.

- Debes descansar, Bálsamo.- dijo Fiergast poniéndome una mano en el hombro.

Negué con la cabeza.

- Debo hablar con Rémulos. Si no he descansado hasta ahora, no descansaré hasta que cumpla mi misión. Gracias de corazón por vuestro apoyo, Fiergast.- me volví hacia el cazador, que permanecía junto a su compañero en silencio- De veras, gracias.

Ambos me respondieron con una inclinación de cabeza y se dejaron atender por los sanadores para que curaran sus heridas.

Yo, por mi parte, me volví hacia Rémulos, que descansaba junto a la Poza Lunar mientras dos druidas se afanaban en sanarle una herida en una de las patas delanteras. Suspiró cuando me vio acercarme, pero en sus ojos había calidez. No me atrevía a hablar, temerosa de que, pese a lo que habían visto mis ojos, el ritual hubiera fallado de alguna manera, pero entonces Rémulos tendió sus puños cerrados hacia mí, lentamente giró para dejar los dedos hacia arriba y los abrió.
En su palma, las cuatro muestras que fueran negras y purulentas, descansaban ahora blancas y limpias como pedazos de luna y nubes, rodeadas por un suave resplandor nacarado. Limpias.

Curadas.

Si antes no había hablado por miedo, ahora no podía hablar de emoción. El nudo en mi garganta llegó tan de repente que mi mano acudió a mi cuello y mis ojos se llenaron de lágrimas. Una cura... La salvación de Averil, de la dulce Bellota, de la hija de la mitad de mi alma... mi redención... El objetivo único de mi vida desde mi retorno del Tormento... Las emociones me sobrevivieron una intensidad que me era desconocida, ajena como he vivido siempre a ellas.

Rémulos lo percibió, clavando sus ojos en los míos. Sospecho ahora que tal vez la alegría que me invadió ondeó a mi alrededor como antaño lo hizo el desconsuelo convertido en alas de sombra.

- Hemos dado un gran paso hoy aquí, Trisaga- dijo entonces.- Tu ayuda ha sido inestimable en esta lucha, en el inmenso avance en la recuperación del Sueño Esmeralda...

Asentí, temblorosa, sin poder pensar con claridad. Toda yo temblaba, presa del alivio más inmenso que pudiera imaginar. Una conmoción recorrió el aire entonces y me volví sobresaltada. La gratitud que me invadió entonces no tuvo fin.

Dretelemverneth, ante los atónitos ojos de los ciudadanos y las sacerdotisas, descendió sobre la plataforma de madera que había a nuestra derecha. Verle allí, resplandeciendo con sus escamas broncíneas en la noche, reflejando una luz que parecía venir de todos lados, me llenó de alegría. Su visión era gloriosa, allí, dorado en la plataforma, como un dios regresado de un tiempo antiguo.

- Ve ahora - dijo Rémulos- alguien está a punto de despertar y necesitará que estés a su lado.

Tan dignamente como pude, conteniéndome para no arrojarme a sus pies en agradecimiento, me incliné ante él. Seguía siendo incapaz de decir una palabra, pero no era necesario, lo vi en sus ojos. Y luego, como una chiquilla impaciente, corrí hacia la plataforma, donde mi compañero, Dretelemverneth, esperaba.

No nos hemos detenido desde entonces, el sol ya resplandece sobre nuestras cabezas...
Algo se perfila en el horizonte.
Una costa nevada, la sombra violácea de un templo en la lejanía.

Averil, ya llegamos...

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