Asuntos Pendientes XXIV

martes, 8 de junio de 2010

8 de Junio, Ventormenta

Encaramada como una gárgola en la muralla, Liessel estudió la ciudad desde las alturas. El sol se había puesto y ahora las calles parecían decoradas por motas de oro, habiéndose prendido las antorchas que iluminarían Ventormenta en las horas nocturnas. Moverse sería entonces más sencillo, aprovechando las sombras danzantes en los adoquines. Sí, no sería la primera vez que tenía que entrar en aquella ciudad de maneras poco lícitas. Parecía haber pasado toda una vida- y en el sentido estricto de la palabra, así había sido- desde que aquella orden de arrestro recorriera cada calle y taberna, convirtiendo cada paso en una amenaza real. Una vida desde que cruzara aquellas puertas a caballo, siguiendo el interminable torrente de héroes que se dirigían al casillo para informar al Rey Varian de la traición de los boticarios, ignorantes de quien les acompañaba.

"Y heme hoy aquí, el regreso del hijo pródigo"

Se preguntó si repararían en ella si entraba tranquilamente por la puerta, como una ciudadana más. No eran pocos aquellos que iban cubiertos por yelmos y capuchas, pertrechados para la batalla, e incluso los temidos Caballeros de la Muerte gozaban ahora del privilegio ciudadano. Sabía que determinados paladines podían detectar la presencia de agentes de la Plaga por aquella incierta virtud suya pero... ¿Qué diferencia había entre un temido caballero de Acherus y una renegada más? Muertos, al fin y al cabo.

Muertos y retornados.

Tal vez residiera la diferencia en la causa principal de aquel regreso. Los Caballeros de la Espada de Ébano habían sido lugartenientes de Arthas en su macabra conquista, mientras que ella misma era la prueba "viviente" de que el discípulo superaba al maestro.

Aquella ciudad le traía tantos recuerdos... Las oscuras salas del IS:7, la turbia mirada de Shaw cuando se negó a revelarle donde estaban sus hermanas, la Sala de los Ruegos, donde había sido temida y respetada, el sótano del Cerdo Borracho, donde había acabado por hacerse amiga de las ratas, cuando su mayor problema era el despecho, cuando beber todavía era divertido. El taller, el cruel placer de las conversaciones con los incautos que solicitaban los servicios de la maestra de asesinos de la Rosa Negra, el día que conoció a Rictus, a Soren, a Tidnar... El Gran Salón, donde se había mostrado al fin como una mujer rota, como un despojo humano...

Sacudió la cabeza: no era ni el momento ni el lugar de dejarse asaltar por aquellos pensamientos, aquella vida había quedado atrás desde el momento en que una espada le abrió el vientre. Sujetó el cuchillo entre los dientes y se descolgó muralla abajo.

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Undead Shadowcraft - Gustav Rosborg(Uppsala, Swede... - 15/09/06

[...]

El taller estaba en penumbra pero no importaba: la oscuridad siempre había sido acogedora y ahora sus pupilas detectaban el mínimo resplandor que se flitraba entre los postigos cerrados. Sorteó una de las cubas, silenciosa como un gato, y los olores de la curtiduría penetraron en sus fosas nasales y se le clavaron dolorosamente en el recuerdo. Se detuvo y respiró hondo, aunque no fuera más que un reflejo: paladeó el olor acre de los caldos de curtido, de la piel a medio trabajar, del cuero grabado al fuego... Ella misma había poseído un lugar como aquel, hacía tanto, tanto tiempo. Un vano intento de llevar una vida normal, de olvidarse de las sombras, de los filos, de las conspiraciones. Había parecido tan fácil entonces... Tan alcanzable...

El sonido de la guardia haciendo ronda en el exterior la devolvió al presente. Maldijo para sí: había tardado un desesperado mes en llegar desde Rémol con un objetivo claro, un objetivo en el que no cabían - no debían caber- los sentimientos, pero ahora cada paso que daba era una trampa de recuerdos que no deseaba. Sorteó con presteza el resto de cubas y utensilios del taller hasta alcanzar la puerta oscura en la pared del fondo y tras abrirla con el mayor de los sigilos, entró.

Permaneció inmovil un instante y escuchó, atenta a cualquier cambio en los sonidos del ambiente, por leves que fueran. El ruido de la calle llegaba amortiguado a esta habitación trasera, pero nada delató su entrada, ni el más leve crugido, ni el más sutil cambio en la respiración dormida de su objetivo. Cuando estuvo segura de que no había sido descubierta, miró a su alrededor: el taller había quedado atrás, en el umbral, y ahora se encontraba en lo que parecía ser una trastienda. Un armario, un sillón gastado pero forrado con buen cuero, una alfombra cálida para alejar la gelidez del suelo... Lo que parecía ser un escritorio se apoyaba en la pared, bajo una ventana cerrada: los papeles estaban ordenados con cuidado y una inspección superficial le reveló el origen de los documentos: facturas, albaranes, hojas de pedido... Sí, desde luego el negocio prosperaba. Una hoja llamó su atención y la cogió con manos temblorosas: una mano helada atenazó su muerto corazón al tiempo que reconocía aquella caligrafía.

Un gemido ahogado y escalofriante hendió el silencio.

[...]

Imoen se despertó desorientada cuando un dolor agudo le recorrió la nariz y le hizo llorar los ojos y comprendió de que se había estrellado contra la estantería. De pronto, unas manos firmes volvieron a agarrarla de la ropa y la lanzaron por encima de la cama con violencia. La madera estalló bajo el impacto, le arrancó un gemido, y todavía desorientada, trató de ponerse en pie, localizar a su atacante.

"Nos atacan..." alcanzó a pensar "Nos at..."

- Tú...- la voz de su atacante estaba teñida de rabia, de una furia desbocada. Una furia dirigida.

La patada se le hundió en el estómago hasta las costillas con fuerza brutal, arrebatándole el aire de los pulmones, haciendola caer de costado.

"Reacciona, Imoen"

Se puso en pie de un salto en posición de guardia, y con un gesto reflejo, buscó las dagas a su cintura. Sus dedos unicamente encontraron la tela de lino con la que dormía.

"Joder"

Entrecerró los ojos tratando de distinguir algo en la oscuridad, pero todavía se movía todo a su alrededor. Un puño enguantado voló desde algún lugar a su derecha y se estrelló dolorosamente contra su rostro. Sintió la piel abrirse por el impacto y la sangre cálida deslizarse hasta su cuello. Aquel dolor la despejó e interceptó el segundo puño antes de que la alcanzara. Su mano se cerró rápidamente entorno a un brazo firme, cubierto en cuero. Notó la inconfundible textura de las escamas de una armadura de infiltración.

"Mierda, mierda, mierda"

La habían encontrado, fuera quien fuera, habían descubierto su tapadera. Más les valía matarla primero, porque de lo contrario...

La llave se ejecutó sola, como si hubieran pulsado un resorte. Flexionó las rodillas, giró bajo el brazo que sostenía y lo dobló dolorosamente. Escuchó un jadeo de su atacante y oyó como cambiaba de pie el peso de su cuerpo. Saltó hacia atrás justo a tiempo para ver la patada pasar de largo. La silueta negra de aquel invasor se perfiló contra la oscuridad cada vez menos densa, desequilibrada. Imoen se lanzó hacia la almohada, donde descansaba un cuchillo.

- Ni se te ocurra- dijo la voz, y las manos la arrancaron del suelo y la estrellaron contra la pared.

Aturdida, se puso en pie. Cerró los ojos, escuchó. El sonido de su atacante moviéndose a su espalda llegó claro y con un rápido giro, lanzó una patada al lugar en el que calculaba que debía estar. Sintió el impacto firme, con fuerza, y su contrincante voló por la estancia para aterrizar en los restos de la destartalada cama. Aprovechó para tantear a su alrededor en busca de algo con lo que defenderse y sus manos dieron con una silla, que interpuso como escudo ante ella. Con dos largas zancadas llegó hasta la cama y descargó brutalmente la silla contra su enemigo. Quien fuera acusó el golpe y aferró las patas con rabia. Forcejearon en la oscuridad, violentamente, disputándose aquella nueva arma por precaria que fuera. Trató de atisbar algo en aquel rostro sepultado en las sombras todavía más profundas de una capucha, pero solo distinguió el fugaz brillo de unos ojos. De pronto la silla fue proyectada lejos de su alcance y una mano se cerró entorno a su garganta con fuerza. Aferró el brazo de la presa y golpeó, obligándole a soltarla. Los puños volaron entre ambos con rapidez y precisión, con fuerza desatada, e Imoen supo que se enfrentaba a un asesino entrenado pero... ¿Por qué no la habían matado ya?¿A qué venía aquel baile torpe y ruidoso?

Un golpe le partió el labio, y a cambio, sepultó el puño en su mandíbula. Escupió la sangre que se le colaba en la boca y buscó su cuello con ambas manos. Sintió doblarse las piernas de su atacante demasiado tarde y se vio impulsada hacia atrás, lejos de la cama. Vio la silueta oscura enderezarse de un salto, la oyó jadear. Imoen calculó rápidamente cuantos pasos había que cubrir para alcanzar el cajón de las herramientas. Su contrincante se secó con el brazo lo que debía ser la boca pero que no distinguía.

- ¿Quién eres? - inquirió, preparada para evadirse si volvía a intentar agarrarla.

- Pregunta incorrecta.- fue la respuesta. Tenía algo en la mano.

De pronto la puerta de la trastienda se abrió y el suave resplandor de un orbe mágico iluminó la estancia.

- ¡Jefa!- exclamó Niura entrando con gesto alarmado- ¿Qué...?

Oyó un jadeo de sorpresa en su atacante pero no tuvo tiempo de avisar. La figura encapuchada- ahora la distinguía con claridad- cargó contra su ayudante con una velocidad asombrosa. Todavía más asombrosa fue la velocidad a la que reaccionó su pequeña compañera ante el súbito ataque. Imoen asistió confusa a aquel repentino combate en el que la figura lanzaba feroces golpes y patadas y en el que Niura danzaba para esquivarlos.

- ¿Qué...?- el murmullo se escapó de sus labios.

De pronto el cuerpo de Niura se desplomó en el suelo. A la suave luz del orbe, vio un hilillo de sangre deslizarse desde su sien. ¿Muerta? No, respiraba... Para su sorpresa, la figura, se agazapó sobre la muchacha como un animal, le apartó el cabello del rostro y chasqueó la lengua

- ¿Ahora te compinchas con los agentes de Shaw, chico?

El reconocimiento la alcanzó como un rayo.
Liessel cargó de nuevo.

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