La búsqueda del Guardián VIII

miércoles, 2 de junio de 2010

El cuerpo en llamas, la piel escarchada.

Unas ruinas blancas en la selva. Eldre´thalas. Dos elfos. Una inmensa biblioteca. Un vórtice...

Angeliss, vencido en el suelo a merced de Alphonse, con su capucha de lobo cruel. Un orbe, la maldición... ¡No!

Un irbis de denso manto moteado surgiendo de la espesura como una exhalación...
"¡Ahora!"

¿Mamá?

El suelo acercándose vertiginosamente a través de las ramas de un roble... ¡Cuidado!

El fuego de una posada, el hechizo de unos ojos grises como lunas ... ¿Y mi padre?

Agua salada en los pulmones, la costa cada vez más lejos, lejos, lejos... ¿Se han ido?

Te quiero

Bu.

Ba.

"Quien sabe a qué sueños se entrega envuelta en la magia de Finarä"


¿Bálsamo?¿Trisaga?

"Quien sabe cuanto tiempo más será sagrado este robledal para los druidas."

Una bruja de cabellos rojos en una ciudad olvidada "Tu madre te llamó Zoë por mí"

Mi madre...

Imágenes inconexas revoloteaban en su mente como mariposas esquivas, sin que pudiera atraparlas... Tampoco quería atraparlas, era gracioso verlas volar libremente con sus colores vivos y sus olores cercanos. Podía dar pasitos leves en el agua tranquila y hacer que sus patas despertaran ecos en el agua, para que cantaran imágenes, y bailar con ellas en un giro incesante de sus plumas azules... La danza era graciosa, llena de ligereza y color, con aquella música inaudible que provenía de las imágenes. Danzó con ellas durante cinco vidas, deleitándose en la fugacidad de sus detalles. Un momento y ¡Pluf! Ya no estaban...
De pronto, después de un milenio, las imágenes comenzaron a desvanecerse, a desdibujarse en la negrura, inalcanzables si trataba de llegar a ellas para retenerlas. Corrió durante días para intentar conservar algunas, pero se marchaban, sin poder hacer nada, se marchaban. Todo se quedó a oscuras, el tiempo se deformó, el olor a sal invadió sus fosas nasales. ¿Donde estaba? Aún con los ojos cerrados, sentía que todo daba vueltas. Un crugido, un gemido de madera. Pasos leves en el suelo.

- Mmmgh...

Bulkar se volvió sobresaltado hacia la puerta, esperando que aquel bastardo de Krog´nash no hubiera escuchado la voz de la humana. Seguía escuchando su conversación con Reggar, amortiguada por las paredes, de modo que todavía podía demorarse un poco más. Se acercó al camastro con paso furtivo: la prisionera se estaba despertando, vio sus pestañas temblar levemente. Vio un atisbo de sus pupilas vidriosas en aquel enrejado de oro.

- Mmmgag...- la niña humana miraba sin ver, alzó las manos ante ella como si tratara de alcanzar algo que no estaba allí.- Aghag...

Los sonidos brotaban de su garganta con debilidad, con un matiz de sequedad que le hizo comprender. Deslizó un brazo bajo la cabeza de la muchacha para incorporarla y, tomando la jarra que había traído, derramó algo de agua en su boca entreabierta. Ella bebió y se encogió sobre sí. Entonces rompió a llorar, despacio, bajito; su pequeño cuerpo se estremecía debilmente, y las lágrimas caían de sus ojos cerrados.
El joven orco permaneció un instante inmóvil, temeroso de dejarla de nuevo en el lecho, pero al mismo casi conmovido por aquella indefensión que era común a los cachorros de todas las razas...

Las voces que llegaban del pasillo le alertaron de que la conversación llegaba a su fin y depositó a la muchacha con cuidado en el jergón, donde se ovilló como un gatito.
Caminó presto hacia la puerta y desapareció por el pasillo antes de que los pasos de Krog´nash comenzaran a descender las escaleras.

***

Durante los días siguientes, consiguió algunos momentos fugaces para regresar. La niña humana seguía teniendo mal aspecto, pero ya abría los ojos y podía hablar. Aquella tarde, Krog´nash había abandonado el camarote a toda prisa y con gesto enfurecido, momento que aprovechó para volver con la muchacha y darle agua, o compañía.
Exigüo consuelo.

- ¿Có...cómo te llamas?

Bulkar miró su rostro demacrado e invadido por aquellos tétricos zarcillos. Lo más inquietante era aquel ojo amarillo rodeado de oscuridad que le miraba tan triste y cansado como el otro, limpio y resplandeciente de verde.

- Bulkar - respondió en voz baja, con un común torpe y renqueante - ¿Y tú, pajarillo?

Ella respiró hondo, como si le doliera. Cerró los ojos lentamente, como si mantenerlos abiertos le costara un esfuerzo sobrehumano. y por un momento temió que fuera a quedarse dormida de nuevo. Sin embargo volvió a abrirlos y le miró.

- Averil - su voz era un murmullo leve- pero me... me llaman Bellota...

El joven orco frunció el ceño ¿Bellota? No sabía que los humanos pusieran esos nombres a sus hijos. Eso era cosa de los elfos...

- ¿D-donde vamos?- la muchacha arrugó el ceño en un gesto de dolor.

Bulkar miró hacia la puerta. Ni rastro de Krog´nash.

- Estamos cruzando el mar.- no se atrevió a decir más. Tal vez el su siniestro pasajero estuviera escondido, escuchando.

La niña suspiró y se giró dolorosamente en el lecho, para quedar tumbada sobre el costado y mirarle de frente.

- ¿va.. vais a matarme?

El joven orco rehuyó la mirada de aquel inmenso ojo verde: no podía responder a aquella pregunta sin saber si estaba mintiendo. ¿Qué planes tenía Krog´nash para ella? Le estaba curando las heridas, y le daba de comer. No parecía que la quisiera muerta, después de todo. Pero aún así...

- No.- respondió sin mirarla, evasivo.

Le respondió una voz tétrica, chirriante y llena de cruel diversión.

- Oh... ¿De veras?

Sobresaltado, miró a su alrededor buscando el origen de aquella voz, y cuando por fin miró a la niña a la cara, él, un guerrero curtido, reprimió un grito. El ojo amarillo se había contraído en un rictus malvado y estaba clavado en él. Los labios de la niña se habían torcido en una mueca llena de desdén. Bulkar retrocedió dos pasos precipitadamente: no era fácil asultarle, pero algo en aquel ojo era demasiado oscuro... demasiado antigüo... En un reflejo atávico de su juventud, hizo la señal chamanística para alejar el mal, y abandonó la habitación a la carrera.

- Qué lástima...- continuó la voz con cruel desdén.- Me hubiera gustado verlo...

La risa que brotó entonces de aquella garganta fue metálica, como si estuviera arañada por cientos de alfileres, chirriante y cortante, y al mismo tiempo enloquecedora, y su sonido le acompañó hasta que llegó a la cubierta, y muchos años después.

Cuando Krog´nash volvió, su prisionera seguía inconsciente

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