La búsqueda del Guardián VII

domingo, 30 de mayo de 2010

30 de Mayo, Colinas Pardas

- ¡Soooo, Sardinilla! - exclamó una voz en el bosque- ¡Mira, un trébol de cuatro hojas!

El inmenso castrado negro olisqueó con curiosidad la planta que le mostraba su jinete y decidió que era un buen almuerzo.

- ¡Pero no te lo comas! ¡Mira que eres bruto!- exclamó Averil tirándo de las riendas- Quita, quita, glotón ¡Los tréboles no se comen así como así!

Desmontó con agilidad, sin soltar las riendas de su montura, y se arrodilló en el suelo para comprobar que su vista no le había engañado.

- ¡Ajá! Lo que yo te decía: un trébol de cuatro hojas ¿Sabes que son señal de buena suerte?- el castrado cabeceó lentamente- Mira, haremos una cosa. Lo cortaremos y me lo voy a poner aquí en la solapa para que nos de buena suerte en el camino a Valgarde ¿te parece?

Dicho y hecho: con un suave tirón, cortó el trébol y se lo enganchó al ojal de su camisa. Luego volvió a subirse a su caballo. Montura y jinete reemprendieron la marcha, siguiendo siempre el camino que se internaba en la espesura. El sol empezaba a ponerse y los árboles proyectaban sombras danzantes en la senda.
En pocas horas el sol se pondría por completo y reinaría la oscuridad en el bosque. Aún no había olvidado los horrores de las Colinas, aunque ahora aquellos hechos parecieran lejanos como una vida. Sabía de Arroyoplata, y de lo que había más allá de la costa, en las islas...
Reprimió un escalofrío. No, no quería que la noche la sorprendiera en el camino.

- Venga, perezoso, aviva el paso: tenemos que encontrar un refugio antes de que se ponga el sol...

Como respondiendo a su comentario, un lobo aulló en la lejanía y otro contestó escalofriantemente cerca. Sardinilla, inquieto, piafó y se revolvió. La muchacha tiró suavemente de las riendas, presionó con los talones.

- Calma, chico- murmuró en su oído con suavidad- Solo avanza, no pares. Avanza.

El caballo aceleró el paso, impelido por aquella inquietud y por las palabras de su jinete. Juntos avanzaron por el camino sembrado de sombras mientras el sol iniciaba su lento descenso hacia el horizonte. Caminaban en silencio, con los ojos puestos en los bordes del camino, cuando de repente un ciervo brincó sobre la senda y sobresaltó al caballo, que se puso sobre dos patas y relinchó con fuerza.

- ¡Sooo! ¡Sooo, chico!- exclamó Averil luchándo por controlarlo mientras el ciervo, espantado, desaparecía en la espesura- Sooo...

"Como Malorne.." pensó en un instante Averil, que no entendía por qué le venía aquel pensamiento a la cabeza ni quien era Malorne. Siguió mirando el punto por el que había desaparecido el ciervo mientras bregaba distraidamente con las riendas de su caballo, que seguía piafando, inquieto.

- Bueno, tontorrón, ya está bien- dijo volviendo su atención al camino- Vamos a...

Las palabras murieron en sus labios: una figura había había surgido de la espesura, cortándole el paso. Se trataba de un hombre inmenso y fornido, totalmente embozado en ropas oscuras y con el rosto cubierto por una capucha. Dos filos resplandecientes colgaban de sus caderas.

- Vaya, vaya, vaya- dijo la figura, todavía una sombra bajo los árbols y la luz del crepúsculo- Mira lo que tenemos aquí.

Averil tiró de las riendas de Sardinilla y estudió al recién llegado con inquietud. Algo en aquella figura le resultaba extraño, algo en sus palabras, tal vez fuera la extraña hechura de sus hombros, o su inmensidad... Aquella incertidumbre revoloteó en su mente como una mariposa esquiva, sin que acertara a atraparla.

- Este es un camino muy solitario para que una jovencita lo recorra sola - continuó el individuo, mientras Bellota le observaba con suspicacia.

Su común era más que correcto, pero tenía un acento extraño, sí, gutural, como si todas las consonantes brotaran de la garganta, duras, rasposas... Atisbó entonces los ojos claros entre la capucha, desmesuradamente grandes, demasiado redondos para ser humanos...
La mariposa cayó en su red ¡Un orco! El corazón comenzó a martillearle con fuerza en el pecho. Buscó con la mirada algún lugar por el que seguir avanzando, pero aquel ser bloqueaba el camino con su gran envergadura. Las dagas resplandecían en la luz del crepúsculo. Sardinilla, contagiado de la inquietud de su jinete, se revolvía nervioso.

- No tengo nada de valor - intentó la muchacha- No llevo joyas, ni dinero...

Y cierto era: sus ropas eran sencillas, prendas cómodas para viajar, y los arreos de su caballo, de simple cuero curtido. ¿Qué haría el bandido con ella si descubría que su asalto había sido inútil?

- No quiero hacerte daño.- dijo entonces- Baja del caballo

Averil aferró las riendas con fuerza, se irguió en la silla, lista para emprender el galope en cuanto viera una oportunidad. Negó con la cabeza.

- Creo que no...- dijo, pero la voz le traicionó, temblando, y añadió- De verdad, no tengo nada de valor, solo soy una peregrina... No me haga daño, por favor...

El orco tensó los músculos.

"Piensa, piensa, piensa, piensa" martilleaba el corazón de Bellota mientras repasaba a toda prisa los preceptos que había aprendido en la Academia."¿Puedes hacer una traslación horizontal con montura?"

- Pequeña, no me hagas repetirme. - insistió el orco, con un tono de precaria paciencia velada de amenaza- Baja del caballo y hablaremos tranquilamente.

Como si el miedo la hubiera convertido en una muñequita carente de voluntad, Averil se encontró, para su digusto y sorpresa, desmontando con cuidado, con las rodillas temblorosas y reprendiéndose en el interior de su mente "¿Qué haces?¡Súbete al caballo, estúpida! ¡Carga contra él!" pero su cuerpo descendió de la montura y sujetó las riendas con fuerza.
El caballo percibió su miedo, se revolvió. Averil le acarició el lomo, trató de calmarle, sujetando las riendas.

- Sooo, chico, sooo, Sardinilla...- le susurró. Luego se volvió hacia el asaltante- Déjeme marchar. Por favor...

"¿Y tú has estudiado en la más prestigiosa Academia de Dalaran?"

El orco, frente a ella, sonrió con satisfacción.

- Buena chica.- sus labios se torcieron con malicia- Es un bello caballo.

Se acercó lentamente, con paso seguro pero sin prisa. Tendió una mano más parecida a una garra hacia Sardinilla, que piafó rehuyendo el contacto. El cuerpo de Averil se tensó con violencia. ¿Qué iba a hacer con ella?

- Hermosa criatura - insistó el orco, acariciando al animal.

Averil se estremeció ante la espeluznante cercanía de aquella garra que parecía rota.

- Pue... puedes quedártelo si quieres- invitó, desesperada- Yo... puedo seguir a pie... Es un poco temperamental, pero corre mucho...

De pronto, el orco gritó salvajemente y azotó con fuerza a Sardinilla, que se encabritó de pronto, aterrado. Averil, sujeta a las riendas, trató de controlarlo, pero la bestia estaba aterrorizada y la zarandeó como una muñeca de trapo hasta que no tuvo más remedio que soltarlo si no quería acabar bajo sus cascos. Libre por fin de la presa de su jinete, Sardinilla se alejó en un galope desbocado por el camino.

- ¡NO!- gritó Averil, todavía inestabe por la súbita danza con las riendas- ¡SARDINILLA!

El caballo desoyó la llamada, el sonido de sus cascos se perdió en el bosque y Bellota se encontró de pronto sola con el aterrador orco, que sonreía con maldad.

- Hermoso, pero algo asustadizo ¿No crees, pequeña?

La joven se encogió.

- ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?- inquirió, con la sangre latiéndole en las sienes.

El orco clavó sus ojos rojos como la sangre, ¿no eran claros cuando los vio?, en la muchacha, como si la estuviera evaluando. Caminó lentamente a su alrededor, deleitándose en su desasosiego.

- No te acerques a mí.- trató de sonar resuelta, valiente, pero le temblaba tanto la voz...

- Esta es una zona en conflicto, pequeña - siseó el orco con una sonrisa torcida- Nadie se extrañaría de un grito en el bosque. Nadie movería un dedo por un poco más de sangre derramada...

"¡Reacciona, niña estúpida! ¡Reacciona!"

- ¡No sabes quien soy yo! ¡No sabes con quien te las estás viendo!- exclamó con toda la seguridad de la que fue capaz- ¡Soy una tremendísima hechicera del Kirin Tor!

Las carcajadas del orco resonaron con crueldad en el bosque. Sus palabras sonaban satisfechas... Hambrientas...

- Hueles a miedo, te tiemblan las piernas, tus pupilas se dilatan...

En realidad hubiera pagado con su alma por no demostrar aquel miedo, pero sabía que tenía razón. Estaba aterrada hasta la médula. Se sentía embotada, torpe...

- ¡Puedo hacerte arder de la cabeza a los pies! ¡No te acerques!

El orco chasqueó la lengua con pesimismo, pero en sus ojos había burla.

- Oh - dijo con una parodia de pesar- No me gustaría llegar a eso... Tú y yo podríamos ser amigos, pequeña.

Sus ojos la observaron con interés, como si encontraran su reacción tremendamente divertida.

- Yo creo que no...

Averil retrocedió despacio, lentamente, mientras negaba con la cabeza. Algo brilló en las manos del orco. Un cuchillo había aparecido en sus manos.

- Ni lo intentes- siseó con crueldad, con una voz que contenía promesas de dolor infame.

La joven se detuvo, como un pajarillo asustado, y tragó saliva dolorosamente. El orco asintió satisfecho, con aquellos ojos rojos clavados en ella.

- ¿Cómo te llamas?

"Miente, miente, miente"

- A... Averil

"¡Niña estúpida!"

- Vaaaaaaya- exclamó el orco, con gesto abiertamente burón- Precisamente el nombre de la chica que andaba buscando...

Averil comprendió de pronto: El Caer Visnu... De algún modo, la habían encontrado. Aquel orco debía ser un enviado para hacerse con ella.. Pero ¿El Caer Visnu no aceptaba solo druidas? ¿Tenían druidas los orcos?

- Muéstrame tu rostro.- espetó entonces aquella criatura.

Averil se caló la capucha con brusquedad.

- No.- y esta vez su voz sonó firme.

No iba a dejar que aquellos fanáticos terminaran con su búsqueda nada más empezar, no después del precio pagado, no después que aquella historia se hubiera cobrado una vida tras otra...
El cuchillo centelleó en las manos del orco. De pronto, apuntaba directamente hacia ella y parecía ansioso por volar a su encuentro.

- Vamos ¿No prefieres que seamos amigos? - insistió el orco con una voz que desmentía terriblemente sus palabras- No me gustaría que sufrieras daño alguno.

Aquella voz se le metía en los huesos, le hacía temblar aún más.

"Gana tiempo"


Retiró la capucha lentamente mientras trataba de recordar las palabras para algún hechizo que pudiera servir de ayuda, pero estaba tan nerviosa....

- No me hagas daño, por favor- murmuró, tratando de que no se diera cuenta de lo que planeaba en realidad, tratando de ganar tiempo- Te daré lo que quieras...

Lejos de demorarse, el orco se acercó a ella con dos pasos y de pronto su garra oscura la sujetaba por el mentón y le volvía el rostro, como si comprobara la dentadura de un caballo. Apretó los diente, contuvo las arcadas.

"¡Piensa!"

- Estos zarcillos tan horribles, marcando una joven belleza de por vida...- dijo el orco, evidentemente satisfecho con el examen- Haciendo que los demás, sin entenderte ni comprenderte, te tachen de monstruosidad...

Averil negó lentamente mientras rebuscaba en su memoria ¿Qué necesitaba para una explosión pequeña? ¿Cual era la palabra? ¿Cual era?

- ... condenándote a una vida de soledad y tristeza- continuaba el orco con aquella voz repentinamente cercana, invitante- Pero yo puedo ayudarte, pequeña, yo veo más allá y veo un alma noble y valiente...

Se oyó decir:

- Déjame marchar, no me importa lo que digan de las marcas...

El orco desoyó su ruego y acarició lentamente, con aquella terrible garra, el rostro de la muchacha mientras sus ojos brillaban con una luminosidad fantasmagórica, casi sobrenatural.
El dolor llegó de pronto, como una súbita llamarada en el rostro, rompiendo cualquier atisbo de concentración que hubiera llegado a reunir y casi arrojándola al suelo. Se llevó la mano al lugar donde el dolor palpitaba intensamente, el cuello protestó por la fuerza del golpe. El mundo se volvió inestable. De entre los árboles danzantes, surgió una garra oscura que se cerró entorno a su cuello y la alzó sin dificultad hasta que sus pies colgaron a dos palmos del suelo.
No podía respirar, la garganta comenzó a arderle y comenzaron a aparecer pequeños puntos de luminosidad, como infinitas hadas danzando ante sus ojos. Su conciencia amenazaba con esfumarse, pero aún podía rebelarse.

"¡Pelea! ¡Defiéndete, niña boba!"

Se revolvió como pudo, sin tener apoyo en el suelo. Agitó las manos buscando los ojos, dispuesta a hundírselos con los pulgares.

Las risas el orco resonaron con crueldad.

- Eso es... lucha... revuélvete... Si no, no sería tan divertido...

Se revolvió con fuerza, como un pez arrojado en la tierra seca en busca de aire, pataleó con violencia, tratando de alcanzarle, tratando de que la soltara... No podía respirar... No podía pensar.... Su rostro parecía estar tan lejos... Luchó y luchó con cada atisbo de conciencia que se mantenía precariamente.
Oyó una maldición y cayó al suelo de pronto, sin fuerzas apenas para mantenerse en pie. El aire regresó a sus pulmones como una llamarada y no esperó. Trató de correr, casi a gatas, en cualquier dirección. Notó la espesura arañarle el rostro, pero no se detuvo, sigió corriendo y gateando por entre los matojos y los árboles, con las rodillas y las manos magulladas, mientras ante sus ojos todavía las hadas le impedían ver el camino. Sintió el dolor de una rama arañándole el rostro y se quedó sin aire cuando tropezó con una raíz y cayó estrepitosamente en una hondonada.

- Vamos, Bellota ¡Corre! - se animó con una voz que parecía papel de lija.

Se obligó a correr, todavía incapaz de erguirse completamente. Se ayudó de los troncos, de las ramas, de las piedras. Ignoró el dolor en las manos y las rodillas, el dolor en los pulmones y en el rostro. Solo podía pensar en huir, en dejarle atrás... Su respiración resonaba como un fuelle.

- Te veeeoooo- canturreó una voz a su espalda, demasiado cerca ¡Demasiado cerca!

Un gemido de terror brotó de sus labios, y de pronto estaba sollozando, sin parar de correr entre los árboles, en la densa espesura del bosque. Siguió corriendo, pero no se atrevía a mirar hacia atrás. Corrió durante lo que le pareció una vida, se le rasgó la ropa en aquella desbocada carrera, las ramas se le enredaron el pelo dándole dolorosos tirones. Se quedó enganchada en unas particularmente retorcidas y peleó contra ellas desesperadamente, mirando a su alrededor frenéticamente, buscándole con la mirada...

- No puedes esconderte de mí.- rió divertida la voz, esta vez en algún punto por delante. ¿Cuando había pasado por su lado?

- ¡DÉJAME EN PAZ!- bramó con toda la fuerza del miedo, y liberándose de las ramas, continuó su carrera desbocada.

Le pareció ver un camino entre los árboles, una zona más clara de tierra en la espesura. Corrió hacia allá con el corazón latiendo dolorosamente en el pecho. Se arrojó a él con la loca esperanza de que algún jinete pasara por allí. Cayó de rodillas, sin aire para respirar.

- Por favor... por favor..- sollozó- Ayuda...

Se puso en pie torpemente, estaba en un cruce. No se veía a nadie en ninguna dirección y giró sobre sí misma, desesperada, rabiosa...
La voz sonó a su espalda.

- Bú.

Brincó hacia atrás con una fuerza que no sabía que le quedara. El miedo se revolvió en su interior como una marea de rabia... Sus manos se movieron solas, en sus dedos crepitaron las llamas. El hechizo comenzó a formarse en su mente.

- Te lo advierto- siseó con la voz rasposa, con los ojos llenos de odio- Déjame en paz o te juro que sentirás mucho, mucho dolor...

Retrocedió lentamente sin dejar de mirarle

- ¡SOCORRO!- gritó con la esperanza de que alguien la escuchara.

De pronto, un resplandor metálico cruzó el aire como un rayo y se clavó en su hombro, arrancándole un grito y deshaciendo el hechizo. Se llevó la mano a la empuñadura que le sobresalía, pero de pronto no tenía fuerza para arrancarla...

- ¡SOC...!- la voz le falló, de pronto las rodillas amenazaban con tirarla al suelo.

¿Por qué se movía todo? ¿por qué estaba todo tan oscuro?
Se tambaleo. Oyó la voz cruel del Orco cerca, muy cerca.

- Has sido una chica muy mala- la voz retumbó en su cabeza, con una mezcla de diversión y deleite teñida de crueldad.

Trató de enfocar la vista, alzó las manos ante ella, incapaz de ver nada, tratando de tocar algo de referencia, pero fue en vano. Sentía la lengua pastosa en la boca.

- ¿Qué... qué me has hecho?- murmuró, cada vez más débil, mientras caía de rodillas, ciega, incapaz de pensar con claridad.

La respuesta llegó como el suave aleteo de un pájaro, un susurro malvado.

- Me has obligado a hacerte daño, pequeña.

Todo había sido en vano, cada muerte, cada sacrificio... Todo lo que habían hecho por ella, ahora se deshacía a una velocidad vertigiosa, como un montón de ceniza bajo un golpe de viento. Una niña estúpida... Angel tenía razón...
Sintió las lágrimas caer por sus mejillas, escocer en los arañazos. Un gemido brotó de sus labios. Quería ponerse en pie, quería poder hacerle frente, pero el mundo se desvanecía a su alrededor.

_ No...me... Luz- jadeó, cayendo como una muñeca de trapo- Angel...

Las carcajadas del orco retumbaron en el bosque: brutales, triunfantes, ensordecedoras, y se tragaron el mundo.


Krognash se sentía exultante: había sido tan fácil, tan ridículamente sencillo... Observó a la niña humana tendida en el suelo, con la respiración débil y el mango de su puñal brotando de su hombro en un ángulo espeluznante. Sonrió y se arrodilló a su lado.

- Duerme, pequeña, duerme- dijo, triunfante- Va a ser un viaje muy duro...

Con la rapidez que da la experiencia, tomó la cuerda que llevaba al cinto y ató a la muchacha de pies y manos diestramente. Una redoma apareció en sus manos y vertió su repugnante contenido verde en la boca inconsciente.

"Esto mantendrá tu "magia bajo control
" pensó, satisfecho.

Arrancó entonces con fuerza el puñal del hombro herido y lo guardó en su cinta. La sangre comenzó a brotar con fuerza, corrupta por el veneno, y creó un pequeño charco que crecía con cada segundo.
El olor le golpeó de pronto, enloqueció sus sentidos. Sus ojos se abrieron bruscamente en busca del rojo elixir y sus músculos se contrajeron rítmicamente con espasmos de deseo. Desenvainó las dagas...

- Sería tan fácil...- jadeó, luchando contra el impulso- Sólo un poco... sólo otro corte...

"¡NO!"se obligó a resistir, "No debo comprometer la misión"

Con gran esfuerzo, luchó contra el deseo de la sangre, contra aquella sed acuciante. Poco a poco sus ojos retomaron el color habitual, los músculos dejaron de palpitar dolorsamente.

- Hoy no.- dijo al fin, cuando sintió que la sed desaparecía.

Tomó entonces a la muchacha y la cargó sobre su hombro como la presa de una triunfal cacería. No había tiempo que perder, debía llegar cuanto antes hasta aquel barco de suministros que se había procurado a golpe de sobornos y amenazas, para el largo viaje hacia los Reinos del Este...

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