Asuntos Pendientes XXV

martes, 8 de junio de 2010

Por Imoen

Superada la sorpresa, Imoen esquivaba los golpes y estocadas en una daza tan aparentemente caótica como mortal. A la luz vacilante del orbe, Imoen distinguió lo que Liessel empuñaba: Un abrecartas. El primer cuchillo de desollador que tuvo, convenientemente embotado para no cortarse accidentalmente. Un regalo de Ruiseñor. No dejaba de ser una ironía, dado que Liessel la odiaba.

- ¿Liessel? ¿Por qué?

La estocada que le pasó rozando la mejilla hizo que dejara de intentar razonar con su atacante. Era evidente que estaba furiosa, pero eso no había hecho que perdiera los nervios, al parecer. También le llamaba la atención que no hubiera matado a Niura, su persona de confianza. ¿Un agente de Shaw? Ya habría tiempo para averiguarlo. Ahora tenía que ocuparse de cosas más urgentes.

Saber contra quién luchas tiene sus ventajas, sobre todo si es alguien conocido. Hacía mucho tiempo que Imoen no veía a Irbis en acción, pero recordaba los detalles. Liessel era una experta en infiltración y espionaje. La mejor en su campo. Ese tipo de gente mata rápido y en silencio a víctimas desprevenidas y Liessel estaba jugando con ella como el gato y el ratón. Quería que sufriera, pero ¿por qué?

El intercambio de golpes seguía por momentos. Imoen esquivó un tajo con el abrecartas que le habría arrancado la oreja de haber llegado a su destino.

“¡Ahora!”

Atrapó la muñeca derecha de Liessel con la suya propia y la giró en una dolorosa llave para golpear a continuación el codo de su atacante, haciéndole soltar el arma. El golpe que recibió en la sien milésimas de segundo después le hizo ver las estrellas.

“Liessel es zurda, idiota. Te la ha colado como a una novata”

Los papeles volaron por todas partes cuando Imoen fue proyectada sobre el escritorio. El ruido que hizo al astillarse se confundió con el crujir de su columna vertebral.

“Otro golpe como ése y no podré volver a levantarme. Esto tiene que acabar…y rápido.”

La patada lateral de Liessel le habría partido el cuello si llega a impactar. Pero Imoen ya no estaba allí. Su propia patada alcanzó a Liessel justo en la rodilla, haciendo que cayera al suelo. Aprovechando el impulso del giro, Imoen se colocó a su espalda y bloqueó el flujo de aire de Irbis presionando su cuello y amenazando con partírselo en el proceso.

“Sólo tengo que sujetarla unos segundos y quedará inconsciente. Sólo un poco más…”

Liessel forjeceaba para librarse de la llave de Imoen sin conseguirlo.

- Liessel, no quiero tener que matarte.

“Vamos, pierde el sentido de una vez, maldita sea.”

- Llegas tarde, chico.

“¿Cómo que llego tarde? Eso no tiene sentido. A menos que…”

Aflojó su presa por un segundo y arrancó la capucha de la cabeza de Liessel.

- ¡Oh, Dioses!

Liessel aprovechó para zafarse y lanzarla hacia atrás de una patada en el estómago.

Otro golpe para Imoen, esta vez contra la pared. Empezaba a notar cómo le faltaba el aliento y cada inspiración hacía que las costillas le dolieran. La luz del orbe iluminaba a la asesina que se encontraba frente a ella. En su rostro destacaban unos ojos brillantes y una sonrisa torcida que la miraban fijamente desde una cara demacrada. Una no-muerta. Un engendro similar a los que arrasaron su pueblo, se llevaron a su madre y destrozaron su vida.

- ¿Te gusta lo que ves?

El tono de Liessel era desafiante, provocador…

- Tú....vosotros os llevasteis a mi madre. Vosotros me lo quitasteis todo.

Imoen sintió crecer la ira en su interior, renovando sus fuerzas y lanzándola hacia adelante con la fuerza de un ariete.

La velocidad del ataque cogió desprevenida a Liessel que, de repente, se vio proyectada sobre la estantería.

- ¡Te mataré, maldita bastarda!

Imoen comenzó un machaqueo sistemático de Liessel, sin respiro, sin tregua, sin piedad…La joven descargó sobre ella toda la ira y el miedo acumulados durante años: La noche en que perdió a su familia, las interminables jornadas de entrenamiento en el SI:7, las humillaciones que había sufrido en tierra kaldorei, las mentiras constantes a los demás y a sí misma para ocultar su profesión...todo el rencor de una vida de sufrimiento que ahora se enfocaba en alguien concreto.

Minutos después, Liessel yacía desmadejada en el suelo y moviéndose con dificultad. Imoen, sin quitarle la vista de encima, rebuscó entre de los restos de la cama hasta encontrar su daga. Acercándose, apoyó el filo sobre el cuello de Liessel.

Por un momento, Imoen dudó de lo que iba a hacer. Iba a matar a sangre fría a un oponente indefenso, su antigua compañera de armas. Alguien que le había confiado su vida en muchas ocasiones, haciendo ella lo propio.

“Sería tan fácil…”

Recordó la incursión a Entrañas, la noche en que Liessel murió, el sepelio en Feralas.

”Sólo tengo que apretar un poco...”

El dolor infinito de Trisaga por la muerte de su Falka. La búsqueda y rescate con Klode, las vicisitudes hasta averiguar que Liessel vivía. La promesa sincera que Imoen le hizo en Pino Ámbar.

La promesa…

- Confié en ti… - la creciente ira diluyó sus dudas en una marea roja – Confié en ti y tú has querido matarme.

Imoen se dispuso a seccionar el cuello de Liessel, las dudas relegadas al fondo de su ser.

- No lo hagas, Mirlo.

La voz resonó en su cabeza, tan dulce y clara como la recordaba, deteniendo su mano en el último instante y haciéndola levantarse y mirar a su alrededor.

- ¿Trisaga? No es posible, estás...
- …muerta.

La voz, como salida de ultratumba, venía de la figura que yacía a sus pies.

Muerta, muerta, muerta.

Imoen se apartó de Liessel como si fuera la mismísima parca, mientras la angustia y la incertidumbre crecían en su interior. La sensación que había precedido a la llegada de las voces en otras ocasiones apareció dentro de su cabeza. La habitación daba vueltas a su alrededor y terminó cayendo sobre sus rodillas.

No podía ser, seguro que había oído mal. Trisaga estaba esperándola en Astranaar. Le había escrito una carta, quería verla…

Liessel se arrastró trabajosamente hacia Imoen, acusando la brutal paliza que acababa de recibir. Lenta pero inexorablemente, redujo la escasa distancia que las separaba y cuando ambas estuvieron a no más de un paso de distancia, se incorporó trabajosamente, como si le costara un esfuerzo sobrehumano, hasta situar sus ojos brillantes a la altura de los de Imoen. La joven, por su parte permanecía quieta, mirándola con unos ojos cargados de incertidumbre.

Entonces, y sólo entonces, volvió a hablar, sus palabras cayendo como una losa sobre cualquier esperanza de tener una vida normal que pudiera haber tenido Imoen.

- Tú la mataste.

El odio y el rencor habían desaparecido. En la voz de Liessel se mezclaban ahora el dolor, la derrota y una pena infinita

- Tú... tenías que cuidar de ella.

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