Narraciones

lunes, 7 de julio de 2008

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Realmente recuerdo aquel tiempo entre nieblas muy difusas. La muerte de Liessel fue absolutamente devastadora para mí, tanto que...

No, no es fácil para mí hablar de aquello. Ni de aquello ni de lo que ocurrió después.

Solo sé que las cicatrices que llevo ahora son recordatorios de entonces, y que el vacío que apareció en mi alma en el momento en que Liessel cerró los ojos por última vez, está aquí dentro, y seguirá aquí por siempre.

¿El colgante? No sé como conseguí pensar en él en aquel momento. Imagino que pese al tormento, aún había un pedazo de lucidez en mí.
Al nacer su hija, Liessel había mandado hacer un colgante, una gargantilla que era en realidad dos piezas distintas. Ambas piezas encajaban en un diseño de hojas de una delicadeza exquisita. Llevaba una inscripción, repartida en ambas partes.

Decía: "Si me necesitas, ya sabes donde estoy. Los árboles no caminan"

Colgó al cuello de Zoe una de las mitades, y ella misma llevaba la otra. Ambas resplandecían levemente, no sé si imbuidas de algún tipo de magia. Tras la desaparición y muerte de Zoe, aquel colgante había sido para Liessel como un madero para un náufrago, como la única prueba de que aquella niña había existido realmente. Era como si temiera enloquecer y olvidarla... O como si tuviera miedo de descubrir que todo había sido un delirio...

Estoy bien, no te preocupes...

Cuando trajeron el cuerpo al hospital de Shattrath para prepararla, el colgante no estaba. No sabía si se había perdido, si estaba en el Susurro sobre las Aguas, donde vivía, o si en un arranque de rabia lo había arrojado por la borda, tal era su costumbre.

Sí, recuerdo aquella costumbre con mucho cariño...

Liessel tenía, como todo miembro del Alba de Plata, un comunicador gnómico que permitía a toda la Orden mantenerse en contacto a distancia. Aquello implicaba que siempre se estaba localizado, a todas horas, y, al tener la obligación profesional, como oficial, de tenerlo siempre encendido, no tenía más remedio que escuchar todo tipo de conversaciones...

Siempre tuvo un carácter muy difícil, era complicado tratar con ella. Era cortante, fría, inquietante y odiosa para todo aquel que no la conociera realmente.

Y, haciendo gala de aquel carácter de mil demonios, cogió costumbre de arrojar por la borda el comunicador cuando no deseaba seguir escuchando. No era poco frecuente escuchar "chof" cuando las conversaciones tomaban rumbos... poco profesionales. La intendencia de la Orden le hacía llegar siempre comunicadores nuevos, cientos de ellos, que indefectiblemente acababan reposando en el fondo de la Bahía de Baradín.

Supe más tarde, casi dos años después, que un visitante cayó al agua desde la borda del navío. Cuando salió del agua, empapado, sus ojos no podían abrirse más a causa de la sorpresa.
Había encontrado bajo el barco un extraño arrecife...

No me mires así, Vagabundo. A veces yo también merezco sonreír...

- Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...
Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

¿Por qué me marché?

Mentiría si te dijera que lo sé. Solo sé que para mí el mundo no tenía sentido, pero no en el modo en que no tiene sentido para los amantes que se separan. Eso sí puedes entenderlo, tú que eres eterno. Me habían arrebatado parte de mi propio ser, me habían arrancado la mitad de mi alma. Ya no era una persona, era menos que una persona, menos que un alma... El mundo ya no tenía nada para mí, yo, que existía porque ella existía, no tenía razón de ser. Recordaba las palabras de su diario, aquellas que me habían sacado de mi estupor, que me habían hecho reaccionar y recoger el diario que había caído de las manos de Imoen durante la lectura...

[...]Pero si cierras los ojos cuando estés junto al mar, puede que me escuches en el canto de las olas, en el susurro del viento. Piensa, hermana de mi alma, que el salitre en tus labios es en realidad, mi beso en la distancia. [...]

No, no era solo eso. Sé lo que estás pensando...

El nombre no te es desconocido, tú también lo has visto, acechando en los márgenes de mi mente como una fiera ansiosa.
Tormento

Tú eres antiguo, Dremneth, tú eres sabio. Tú puedes entender los dones de mi pueblo. Tú comprendes el que era mi don, por el que fui ordenada Bálsamo. Algo en mi presencia alivia los dolores del cuerpo y del alma, sosiega a los desesperados, apacigua a los exaltados... Bálsamo para mí era mucho más que un rango o un título. Bálsamo es lo que era, lo que me definía en este mundo. Es lo que soy ahora de nuevo, pero no sin esfuerzo... Mi educación estuvo basada en una férrea disciplina. Ningún ser vivo nace para ser ajeno a las emociones y las pasiones, y el instinto aleja a toda criatura del sacrificio por sistema. Mi educación me preparó para eso mismo: para caminar muy por encima de las emociones y las pasiones, para ser imperturbable, para servir de apoyo, de faro, de paz... Construí en mi interior un poderoso bastión de entereza que me permitía usar mi poder, absorber el mal ajeno, aliviar de la carga a los desgraciados.

Cuando Liessel murió, cuando mi Falka se marchó del mundo, algo se rompió en mí, dando paso a un dolor infame acrecentado por los dolores arrebatados a miles de almas desgraciadas...
Cambié. Mi aura mutó. En lugar de sosegar, se oscureció, como si extendiera mi dolor a todo aquel que se encontrara cerca de mí. Era aberrante y doloroso. Porque pese a todo, de algún modo yo seguía allí, yo era consciente del mal que hacía...

No podía permitir que nadie se acercara a mí.
De modo que como Bálsamo hice mi último gesto, arrebatando las voces de la mente de Imoen. Luego ya no pude contenerla más.

Tormento lo llenó todo y yo desaparecí.

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