La caída

domingo, 6 de julio de 2008

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como el dolor sordo del miembro ausente.

Contempló el rostro como dormido, el gesto apacible, la piel clara salpiada de pecas contra las pestañas doradas. Había acariciado mil veces aquel rostro, besado aquellos párpados durante una eternidad, pero la piel era fría ahora, como un insidioso recordatorio de que aquellos ojos no se volverían a abrir.

¿Dónde estás?

Se maldijo diez veces en la vieja lengua, en la intimidad de su mente. La amargura era como una bestia ansiosa, rasgando los precarios muros de una entereza que hasta entonces había sido su bastión más poderoso. ¿De qué le servía? Maldita fuera tres veces ¿De qué le había servido? ¿Por qué Elune le había dado su Don si no iba a poder salvar a la otra mitad de su alma?

Vacío.

Silencio.

Nada.

Como una tortura cruel e infinita los recuerdos volvieron a ella, colmándola de amargura.

No se esforzó por evitarlos, no luchó contra ellos. Les dio filo y veneno. Dejó que laceraran su alma como cuchillos bien templados, el dolor no importaba ¿qué importaba ya luchar? Los brazos inertes, la mirada perdida. El cabello siempre pulcramente trenzado a su espalda, desmañado ahora, en largos mechones sobre sus hombros.

"Se ha ido" se dijo. Y repitió "Se ha ido, se ha ido, se ha ido, se ha ido..."

Para siempre. No volvería a ver la sonrisa tímida en aquellos ojos que tantas veces habían sido el reflejo de su propio ser, ni podría acariciar las cicatrices de aquel espíritu atormentado para aliviar su carga y su soledad. La garganta le ardía de ganas de gritar y de llorar, como había gritado y llorado cuando sintió que de pronto aquello que siempre había estado ahí, había desaparecido para no volver. Todavía eran patentes las marcas de su rostro y en su cuello, allí donde las uñas habían quebrado la piel en su pueril intento te mitigar el dolor de su corazón trasladándolo a su cuerpo, mera herramienta. Más no había servido de nada, más que para convencer a los que la rodeaban de que debían contenerla antes de que se dañara más a sí misma. Pero ellos no entendían, no podían entender que ya nada podía herirla más de lo que ya estaba. El dolor era tan intenso que apenas sí podía respirar, mil veces más insoportable que todo el dolor que había aliviado en su labor como Bálsamo...

Vacío.

Silencio.

Nada.

En el Hospital, alguien lloraba con desgarrador desconsuelo.

La sensación de ahogo no se había mitigado con los días, seguía sintiendo como si un puño terrible le atenazara el pecho, privándole del aire para respirar. Perdida en su propia mente, sumida en el desasosiego, permanecía sentada junto a la ventana, ajena sin embargo a lo que sucedía ante sus ojos mientras, a su alrededor, el mundo continuaba su rutina cautelosamente.

No hay comentarios: