Narraciones

martes, 8 de julio de 2008

16 de Marzo, 32 A.P

Siéntate, por favor, no te quedes de pie. Pediste que te contara mi historia, nuestra historia. Una historia que he guardado en mi corazón durante los últimos años. Ahora que has conseguido que por fin la libere, será mejor que te pongas cómodo, porque es una historia larga, una historia triste, una historia oscura...

Entiende que lo que te cuento, Dremneth, no proviene de mis propios recuerdos. En el tiempo comprendido entre su muerte y mi recuperación, mi mente fue un yermo azotado por vientos inclementes. Todo es oscuridad y dolor, todo es tormento... Con el tiempo he podido reconstruir algunos hechos, pero sigue siendo confuso...

Sé que permanecí en el Hospital, donde me encontraba cuando percibí su muerte, hasta que vinieron a buscarme para el funeral de Liessel. Me sentía como si de repente, me hubieran arrebatado el aire para respirar, como si mi mundo se hubiera trastornado por completo, faltaba una pieza imprescindible en mi vida y yo no conseguía situarme... No sé si la sensación te será familiar, porque tú no eres como yo. Nosotros, los sintientes, lo llamamos desasosiego. Desesperanza... No sabes a donde volverte, no sabes qué hacer para aplacar el dolor, no sabes de donde vienen los golpes y sabes, de una manera terriblemente absoluta, que nunca, jamás, te recuperarás. No hay consuelo posible... Es...

Solo dame un momento....

Joseph Argéntum era en aquella época magistrado del Alba de Plata, un poder en la sombra. Aunque nunca había tratado a Liessel desde un punto realmente personal, era una de esas personas que parecen ver el interior de las personas, a pesar de los escudos. No, no como tú o como yo, pero de algún modo llegó a apreciarla, a respetarla. Y cuando murió, fue un duro golpe para él. Y mientras yo estaba completamente anulada por el dolor, él tomo las riendas de todo, organizó las exequias, convocó a todos, amigos y aliados, a la última despedida.

Sabía que Liessel amaba el mar, porque todos oían el gemido del barco, el rumor del agua, y reconocían en ella el olor a cuero y sal que siempre la acompañaban. Concertó el funeral en la Bahía de Feralas.

No recuerdo como llegué allí, solo sé que de pronto estaba de pie en el embarcadero, sintiendo el aire frío del mar en el rostro, aunque estábamos en lo más cálido del verano. Fui vagamente consciente de la gente a mi alrededor, pero sé que reconocí a algunos que hacía años que no veía, gente que pensaba que había olvidado a Liessel o que le había dado la espalda, o que la propia Liessel había alejado de sí, como era costumbre.

Allí estaba Zorea, quien Liessel sospechaba que era otro fragmento de su alma... Zorea, que había sido poseída por demonios, por quien Liessel siempre había luchado... Allí estaba Tidnar, su maestro, quien perfeccionó su formación cuando regresó de las tierras de mi pueblo. Allí estaba Galador, el campesino convertido en caballero de la Luz, y Kurgar, el temible enano en compañía de Maguila, su incomparable compañero. Liessel adoraba a Maguila. Siempre se le dieron mejor los animales que las personas...

Había mucha gente, muchísima. Creo que de algún modo me sosegó darme cuenta de que, realmente, la propia Liessel se hubiera sentido sorprendida y conmovida al ver cuánta gente venía a darle su última despedida... Sí, se hubiera sorprendido... Y para disimular, se hubiera vuelto aún más huraña...

Todos esperaban en el embarcadero la llegada del barco donde se oficiaría la ceremonia.
Y entonces llegó Imoen...

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