En los confines de la Tierra X

jueves, 17 de diciembre de 2009

Aquella noche cayó rendida en cuanto se tendió en el duro camastro. El oscuro barracón estaba sumido en el particular sonido del sueño de los reclusos: ronquidos, respiraciones pesadas, quedos sollozos, ventosidades, algún gemido...

Tras el entrenamiento de aquel día y la extraña tarde con Zai´jayani se encontraba en un extraño estado de ánimo. Su cuerpo quería dormir,agotado, pero su espíritu estaba alterado, exultante por la inmensa sensación de avance que le había trasmitido aquel último día. Ya no sabía cuanto tiempo llevaba en aquel lugar, convertida en uno más de los esclavos luchadores de Athos de Mashrapur, limitada su vida a aquella rutina de entrenamientos constantes, comida proteínica y exigua, el ambiente cargado de polvo, la disciplina en la instrucción y los enfrentamientos en los momentos de descanso. Cada día el mismo ciclo. Cada día vuelta a empezar. Por alguna extraña razón, Zai´jayani había decidido adoptarla como mascota, lo cual hubiera resultado humillante de no ser porque aquello le había evitado convertirse en el blanco de todos los ataques e insultos dirigidos a la única representante de la raza humana en aquel campo de concentración.

Pese a todo, Cobra manifestaba abiertamente su desprecio hacia ella; aunque no había recurrido a la violencia fuera de los entrenamientos, la había convertido en el objetivo de sabotajes de variada gravedad. Estaban los más simples, pero no por ello más inofensivos, como la ocasión en que untó de aceite la empuñadura de sus armas, haciendo que resbalaran de sus manos durante las maniobras, pese a la arena y el magnesio. En otra ocasión, sin embargo, había encontrado alacranes en el humilde arcón en el que guardaba sus escasas pertenencias. Afortunadamente solo uno de ellos le había picado y la cantidad de veneno inyectada había sido mínima. Aún así,la mano izquierda - la más lenta en reaccionar- había enrojecido violentamente, palpitando de dolor, y se había inflamado de tal modo que no pudo flexionar los dedos hasta que Zai abrió un corte sobre la herida y sorbió el veneno antes de aplicarle unas extrañas hierbas mascadas.
Por lo demás, Zai´jayani no intervenía en conflictos de ningún tipo. Su sola sombra bastaba para ahorrarle problemas, pero no era algo que hiciera conscientemente, de modo que dejaba que se enfrentara ella sola a los riesgos que no salvaba su compañía.

Suspiró y se dio la vuelta en la cama y de pronto, allí frente a ella, se encontró con los ojos color fuego de Zai´jayani, mirándola fijamente desde la oscuridad.

- ¿Qué...?- sususrró, pero el troll se llevó un dedo a los labios, indicándole silencio.

- Vi´tete. T´espe´o fue´a.- fue su respuesta, y dicho esto se fundió de nuevo con las sombras.

Intrigada, Comadreja se incorporó en el camastro y tanteó en busca de su túnica. Una vez la ciño a su cintura con el cordón, bajó los pies al suelo y salió sigilosamente del pabellón.

Zai esperaba fuera, una sombra más en la oscuridad. Sin decir nada, echó a andar hacia la sombra que proyectaban los edificios a la luz de la luna, y le siguió. Avanzaron en silencio, al amparo de la oscuridad, cruzando todo el campo hasta llegar a la alta empalizada que delimitaba el recinto y la siguieron. Cada vez más intrigada, la muchacha fue tras su guía, esforzándose por permanecer en silencio mientras las preguntas se agolpaban contra sus labios. Llegados a un punto la empalizada quedó oculta por un granero, dejando un espacio tan estrecho para pasar que debían avanzar completamente aplastados contra la pared. Al cabo de unos instantes, el estrecho camino desembocó en un pequeño espacio en el que no hubieran cabido más de tres personas entre el granero y la empalizada, debido a unos tablones y otros materiales de construcción apoyados contra el muro. Zai volvió a hacerle señal de silencio y comenzó a retirar, uno a uno, los pesados tablones para apoyarlos en la pared del cobertizo. Y entonces, lo imposible.

En la empalizada de altura imposible se abría un pequeño hueco, suficiente para pasar estrechamente, conseguido sin duda con la extracción de uno de los postes que la componían. Más allá, el infinito de la noche esperaba en silencio.

Comadreja no pudo reprimir un jadeo ante aquella revelación, y se volvió hacia Zai con los ojos llenos de sorpresa y gratitud, pero el troll negó con la cabeza y le indicó con un gesto que pasara al otro lado. Con el corazón saltando en su pecho, la muchacha cruzó hacia su libertad y esperó con impaciencia a que su compañero hiciera lo mismo. Una vez fuera y antes de permitirle hablar, Zai´jayani señaló un diminuto cúmulo de rooibos y matojos y ambos corrieron agazapados hasta su refugio. Cuando se encontraron por fin ocultos en aquella exigua espesura, Comadreja se volvió hacia su compañero para darle las gracias, pero encontró al troll mirándo hacia algún lugar al oeste, donde un resplandor rojizo se intuía en el horizonte.

- Vamos- dijo por fin el guerrero.- Nos están espe´ando.


***

El resplandor estaba más lejos de lo que había intuido pero en algún momento de la marcha hacia el oeste comenzó a oir los timbales. Resonaban en la noche, primero como un sordo rumor y luego, según se acercaban, comenzó a distinguir el ritmo salvaje y desenfrenado que invocaban. Zai caminaba en silencio, con los ojos fijos en el resplandor de la lejanía, y avanzaba con una determinación que rozaba el fanatismo y que Comadreja no se atrevía a interrumpir con sus preguntas.

Durante aquel silencioso camino Comadreja fue haciéndose poco a poco consciente del lugar en el que se encontraban. Era un paraje salvaje, árido como habría intuido en el corral de Mashrapur, pero allí había árboles dispersos, y algunos pequeños cúmulos de vegetación que resplandecían a la luz de la luna. Sabía que había visto un paisaje como aquel, pero no conseguía recordar donde, y de todos modos no se paracía nada al vergel exultante en el que Mashrapur tenía su palacio.

Hacía calor.

Aunque según sus cálculos debían encontrarse a las puertas del invierno, vestía solo con aquella túnica corta, con las piernas y los brazos desnudos, y no sentía frío. El ambiente seco y cálido recordaba más al verano en las tierras del sur, y se preguntó en qué lugar del mundo las estaciones tenían tan poco efecto sobre el entorno. También la vida nocturna de aquel lugar atraía su atención. De cuando en cuando, al mirar hacia una zona especialmente arbolada o hacia unos matorrlaes, podía ver el brillo de unos ojos en la oscuridad, o una sombra diminuta correr rauda hacia el resguardo de unas rocas.
Durante el resto del camino, permaneció atenta a su entorno, exultante de poder correr en campo abierto, dejando cada vez más atrás el campo de esclavos de Athos de Mashrapur. No había sido consciente de lo que ansiaba dejar su mirada vagar por el horizonte hasta que la infame empalizada había rodeado todo su mundo. Ahora corría hacia la libertad, podría recuperar su pasado, todo lo que le había sido arrebatado...

Al cabo de unos minutos, ascendieron una suave loma y ya desde su cima, contempló el lugar hacia el que se dirigían.

En una depresión del terreno, unas silueta oscuras se recortaban contra el resplandor de una gran hoguera cuyas llamas se elevaban a gran altura. Giraban entorno al fuego con movimientos rítmicos y grandes saltos mientras, unos metros más allá, otro grupo parecía marcar el ritmo desenfrenado de los timbales, que se escuchaban desde allí de manera mucho más clara. Una voz se elevaba por encima del estruendo de los tambores, y aunque podía distinguirse una cadencia casi musical, Comadreja no pudo distinguir lo que decía, o si cantaba o declamaba.
Los ojos de Zai´jayani, fijos en la escena, reflejaban el fuego de la hoguera dándoles un brillo sobrenatural.

- Ya hemos llegado.- dijo el troll, sonriendo por primera vez desde que se marcharan- ¡Vamos!

Bajaron corriendo la loma, agrandes zancadas henchidas de libertad. Brincaron de tal modo que bien hubieran podido descender rodando por la ladera, bajo el cielo estrellado sin más cadenas que sus propias convicciones. Llegaron a la hoguera sin aliento, resollando como caballos, y ya allí, con el calor de la lumbre lamiéndoles el rostro, la muchacha contempló con fascinación aquella extraña reunión.

Eran diez, tal vez doce trolls, vestidos únicamente con vistosos taparrabos, con los torsos tatuados, y los brazos, y los rostros. Sus pieles variaban de tonalidad de unos a otros, pero el resplandor del fuego los bañaba a todos en un resplandor dorado, y bailaban rítmicamente entorno a la hoguera, alzando los brazos y saltando, riendo y gritando, imbuidos de un exultante espíritu de libertad. Otro troll, vestido con una túnica de vistosos colores, de cabello rojizo como el de Zai, se mantenía a cierta distancia del fuego y agitaba rítmicamente un objeto que sostenía en las manos. Era este el troll al que había escuchado desde la loma, y aunque ahora si podía afirmar que cantaba, su ritmo se acercaba más al de algún tipo de invocación y, definitivamente, no podía entender lo que decía. Eran tres los trolls que, junto a él, golpeaban rítmicamente los tambores, invocando aquella cadencia desenfrenada. Estaba tan absorta en aquel ambiente febril que tardó unos segundos en darse cuenta de que Zai´jayani se había acercado al troll que cantaba y esperaba con gesto humilde a que terminara.
Sintiéndose pequeña y extranjera en aquel ritual, se acercó un poco a ellos, manteniéndose a parte los suficiente para no invadir la privacidad de su encuentro pero no tan lejos como para sentirse desamparada. Se sentó discretamente, dejando que aquel ritmo resonara en su cabeza y en su pecho, llevándoselo todo. Quería preguntar a Zai qué harían, a donde irían ahora que habían dejado atrás la esclavitud, pero el troll parecía concentrado en el baile entorno a la hoguera, en su humilde espera, e irradiaba tal impresión de poder que no se atrevió a interrumpirle.

Al cabo de unos minutos el canto cesó pero no la música ni el baile. Zai intercambió unas palabras en su lengua con el otro troll y este le puso las manos en los hombros con paternalismo. No pudo entender lo que decían, pero acto seguido Zai sacó de un saco otra túnica y se deslizó en su interior, ocultando así los tatuajes y las cicatrices, y la terrible marca que le señalaba como esclavo. De este modo, se acercaba mucho más a la percepción que había tenido de él aquella tarde, cuando le había enseñado a gritar.
Luego, a una señal de su compañero, ambos retomaron el canto, adaptando sus voces en distintos tonos, elevándolas y bajándolas coordinadamente, con los ojos febriles fijos en la hoguera, arrebatados sus espíritus por aquel delirio mistérico.

Aquella celebración de la libertad llenó la noche durante horas, y en ningún momento descansaron ni los danzantes ni los músicos. Solo cuando se intuyó el claro resplandor del amanecer en el horizonte, como una fina linea incadescente perfilando la loma, se dejaron caer exhaustos en el suelo.

Comadreja despertó. No recordaba haberse quedado dormida, pero cuando abrió los ojos, la hoguera había desaparecido, y también los bailarines. Se puso en pie aturdida, sacudiendo el polvo de su ropa, y buscó a Zai´jayani con la mirada, para encontrarlo un poco más allá, sin la túnica ya, con la espalda surcada de cicatrices y la marca de su hombro como un grueso trazo de plata en su piel azul. Se acercó a él todavía entumecida por el sueño, arrastrando los pies, con el negro cabello revuelto. El troll se volvió hacia ella y sonrió con tristeza.

- Es hora de volver.

Comadreja arqueó las cejas, todavía adormilada, sin entender.

- Es hora de volver.- insistió Zai, señalando con la cabeza en dirección a la loma por la que habían llegado.

Aquellas palabras se enredaron en la conciencia adormilada de Comadreja, quien primero parpadeó, luego arrugó la frente y por último frunció el ceño con incomprensión y rabia al comprender.

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