En los confines de la Tierra XI

viernes, 18 de diciembre de 2009

Capítulo sexto:

No entendía. El mundo se extendía a su alrededor sin ningún tipo de fronteras, nada les detenía. Solo tenían que seguir caminando. Tratando de convencerse de que había entendido mal las intenciones del troll, respiró hondo antes de hablar.

- No te entiendo.- dijo al fin, la voz le temblaba- ¿Volver? ¿Al corral?

Zai´jayani asintió, como si estuviera ya acostumbrado a aquella situación y Comadreja negó vehementemente con la cabeza, ansiosa.

- ¡Estamos fuera, Zai! ¡Somos libres!- exclamó- ¡Solo tenemos que correr!

El troll negó lentamente, de pronto parecía viejo, muy viejo. Comadreja miró a su alrededor, buscando con la mirada a aquellos que habían bailado entorno a la hoguera. Sus siluetas desaparecían en la lejanía, hacia el este. Alterada, dio unos pasos hacia atrás, alejándose de Zai. Este suspiró como si le doliera y la miró con ojos implorantes.

- No lo entiendes, Comadreja.- dijo- No hay mane´a de escapah de Athos de Mash´apur. Si ansias tu libe´tad, tendrás que luchá pa ganá la espada roma. Esa se´á tu libe´ación.

Encogida como un gato a punto de saltar, la muchacha negó con la cabeza, incapaz de creer lo que oía.

- No pienso volver.- siseó, repentinamente sin aliento.- No voy a volver. Podemos huir, podemos correr y escondernos, no nos encontrarán.

Zai se acercó a ella, mostrando las palmas de las mano hacia arriba, como si se acercara a una criatura salvaje a la que intentara apaciguar. Comadreja retrocedió y el troll frenó su avance.

- Este- dijo llevándose la mano a la marca del hombro- es el p´ecio po dese´tar. No sabes hasta donde se e´tiende la sombra de Mash´apur. Lo ve to, lo sabe to, del este al oeste sus ojos vi´ilan. Tié hombres en cada rincón, en cada aldea. Eh temido y re´petado, nadie quié enemista´se con él. Pués correr, esconde´te, pero ta´de o temp´ano tendrás que ir a una aldea, y entonces te traerán de vue´ta.

- ¡No nos encontrarán! ¡Llevamos una noche entera de ventaja!- Comadreja miraba hacia el oeste y retrocedía, tendiéndole las manos, incitándole a seguirla, pero el troll permanecía inmóvil.- ¡Zai!

Zai´jayani suspiró y su gesto se turbó como si cientos de pequeños alfileres se clavaran en su pecho. Había compasión en la mirada.

- Vuelve conmigo, Comadreja.- rogó- Juntos encont´aemos la fo´ma de seh lib´es. Si esta mañana no estás en el patio, Broca manda´á a busca´te. Sus homb´es son brutales, bichito, y no t´atan bien a los dese´tores. Te atacaran, te ama´aran como si fue´as una bestia... Te marcarán, po dent´o y po fue´a. Si no eres útil, no duda´án en mata´te. Vuelve conmigo, po favó.

Comadreja contempló a su compañero con ojos implorantes. No pensaba regresar, era algo que no admitía discusión, pero no quería dejarle allí. Quería la salvación, la libertad para ambos. Podía ver también la misma lucha de Zai, aunque no la entendiera. Sencillamente no lograba concebir que pudieran atraparlos si huían juntos. Zai tenía un amplio conocimiento de la fauna y la flora de la región, era algo que había podido comprobar personalmente cuando sucedió el incidente de los alacranes. Y lo más importante ¡Ya estaban fuera! Solo tenían que elegir en qué dirección huir y moverse con discreción, evitando las poblaciones... Miró hacia el oeste, en dirección contraria al campo. Allí todavía faltaba para el amanecer, todavía era seguro.

- Por favor.- la voz de Zai la hizo volverse.

El troll seguía allí, con aquel gesto apesadumbrado, con las manos tendidas hacia ella, implorantes. Su cuerpo tendía hacia el este, como si la urgencia del regreso tirara de él pero la muchacha le retuviera. Se miraron, se rogaron en silencio que cada uno claudicara y siguiera al otro, mientras en el este, el sol ascendía en el horizonte, partiendo el cielo en dos, haciendo huir a la oscuridad hacia poniente, siempre hacia poniente. Comadreja se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no veía amanecer más allá de la empalizada. De nuevo el anhelo de libertad tiró de ella hacia un lado, la lealtad hacia el otro. De pronto, el sonido del cuerno atravesó el amanecer, la señal que anunciaba el comienzo de un nuevo día en el campo de Mashrapur. En cuestión de minutos, todos los esclavos se presentarían en el patio. No quedaba tiempo. Comadreja tomó aire y miró al que había sido su maestro y compañero los últimos meses.

- Lo siento.- murmuró, y tras llevarse la mano al corazón, comenzó a correr.

Zai´jayani contempló su silueta alejarse en la estepa polvorienta, hacia donde el cielo todavía era oscuro.

- Sue´te, pequeña Comadreja.- susurró, y emprendió de nuevo el camino hacia la cautividad.

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