El viejo molino II

lunes, 8 de noviembre de 2010

Aldea Bruma Dorada, Bosque Canción Eterna:

Isilwen Gandarin saludó a su esposo con una sonrisa cuando llegó, y continuó observando a su hija desde la puerta.

- ¿Qué trama hoy?- inquirió Theanar, tras besarla con dulzura en la sien.

Nanala estaba en el claro, a la sombra de los árboles, y parecía estar peleándose con alguno de sus inventos.

- Eldaran estrelló el carro esta mañana y se quejó de que no podía volar.- respondió la madre de sus hijos con una sonrisa paciente- Nana está resuelta a resolver ese inconveniente cuanto antes.

Theanar arqueó una ceja y preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

- ¿Sin magia?

Isilwen asintió.

- Sin magia.

Con un suspiro y una sonrisa, el elfo entró en la casa familiar. A la fresca penumbra que reinaba en el interior, Theanar distinguió todas y cada una de las siluetas de los inventos de su hija. Ni uno solo se había servido de magia arcana para su fabricación y funcionamiento, y pese a todo, eran tan útiles como las herramientas mágicas traídas de capital. Él, por su parte, siempre la había alentado, puesto que Eldaran era demasiado joven para ayudarle en su trabajo y Nana mostraba al mismo tiempo destreza y entusiasmo de sobra para echarle una mano. Además, siempre era divertido ver en qué nuevo invento estaba trabajando, como aquella vez que, cansada tras largas horas sentada en el pescante del carro familiar, había decidido idear una máquina que le permitiera desplazarse a una velocidad mayor y de manera independiente. Dos ruedas, una polea que activar con los pies, y un timón para guiarlo: era tan sencillo que le había dado ganas de reir, y todavía se había reído más al ver las caras de los vecinos cuando Nana cruzó la aldea rauda como el rayo, activando frenéticamente los pedales de su nuevo invento.

Había creado prensas para las flores de su madre, y un sistema de elevadores basados en cestas y cuerdas que permitían desplazar pequeños objetos de una planta a otra de la casa y que había acabado sirviendo para hacerle llegar la comida al taller cuando se pasaba días enfrascada en un nuevo invento. Lejos de lo que se esperaba de las muchachas de su edad, Nana era tenaz, de caracter fuerte, cabezota y decidida, cálida con su familia y con una personalidad cordial con aquellos que la rodeaban. Pasaba más tiempo trepando a los árboles o encerrada en el taller que simulando ser una pequeña dama de la capital en compañía de las muchachas de su edad. No le importaba deslizarse debajo de un carro y llenarse de barro, ni tiznarse la nariz de hollín. Era una buena trabajadora.

- ¿Qué tal fue con los hombres?- Isilwen se había deslizado en la penumbra del interior con aquel sigilo tan característico en ella y que precisamente había legado a su hija.

Se volvió para abrazarla y le besó la frente.

- Vino uno de los capataces de la ciudad, están buscando gente para trabajar en Quel´danas. Andan algo escasos de personal en todo lo referente a mantenimiento de la infraestuctura en la isla y alguien tiene que ocuparse de ello. Los magisteres y los devotos de Belore no deben abandonar sus estudios.

Isilwen arrugó levemente el ceño y le miró, interrogante.

- ¿Tienes que irte?

Theanar le acarició el rostro con suavidad.

- Será solo una temporada, y podremos volver a casa regularmente, no debes preocuparte por eso.

- ¿Podremos?- la mujer se desprendió de su abrazo lentamente y retrocedió un paso para mirarle.

El elfo suspiró.

- Quiero que Nana venga conmigo -su mujer fue a protestar, pero con un gesto le pidió que le dejara continuar- Es una gran oportunidad, Isilwen: servir en la isla, tan cerca de la corte, puede reportarnos grandes ventajas y beneficios. Nana es muy joven, pero es diestra y trabajadora y estoy convencido de que podrá desarrollar sus destrezas mucho mejor que aquí en la aldea. Aquí solo estoy yo para enseñarle, pero en Quel´Danas encontrará maestros mucho más capacitados y, si trabaja bien, puede acabar haciéndose con una posición destacada entre los técnicos ¡Imaginate! ¡Si tan joven empieza a instruirse de manera seria, cómo será cuando llegue a la edad adulta! Además, tan cerca de la Fuente puede acabar revelando una cierta afinidad con la magia. Si eso sucediera aquí, pasaría desapercibido pero allí... Algún magister podría cogerla como discípula y eso... eso no puede dejarse pasar...

La elfa de cabello oscuro guardó silencio y se dirigió a la ventana. Desde allí podía ver a su primogénita todavía inclinada sobre su invento. Adivinaba la determinación en la tensión de sus hombros, en la firmeza de sus manos. Sabía que su esposo estaba en lo cierto, pero no conseguía hacerse a la idea de como sería tenerla lejos. Nunca había salido de la aldea, siempre había estado correteando por la casa y trasteando infernalmente en su taller... En cualquier caso, Theanar tenía la última palabra.

- ¿Cuanto tiempo?- fue lo único que preguntó, sin volverse.

Theanar miró a su esposa y luego a su hija a través de la ventana.

- Solo diez años, Isil. La tendrás de vuelta antes de darte cuenta de que se ha marchado. Seguirá siendo tu niña entonces.

Se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Aspiró el aroma de su cabello, percibió el leve temblor que había hecho presa en ella. Le dolía verla así, la amaba con toda la fuerza de su corazón, pero sabía que no debía ceder, no ante una oportunidad como aquella.

- Será mejor que se lo digas ya- dijo ella lentamente, acariciándo la mano posada en su vientre- antes de que se meta en algún nuevo proyecto infernal de los suyos.

Theanar le besó la coronilla con infinita ternura, la estrechó un instante más entre sus brazos y salió de la casa es pos de su hija. Al cabo de un instante, Isilwen le vio aparecer en su campo de visión, al otro lado de la ventana. Caminaba decidido, todavía con la ropa de trabajo y la larga cabellera recogida en la nuca en una coleta suelta. Nanala tardó un instante en percibir que le tenía a la espalda. Isilwen la vio alzar el rostro y ponerse en pie, sacudiéndose los pantalones. La vio escuchar atentamente las palabras de su padre y mirar, durante un instante, la figura de su madre recortada en la ventana. Tras un instante de duda,la muchacha saltó a los brazos de Theanar y se encaramó a su cuello con evidente regocijo e Isilwen, desde la ventana, secó la primera de sus lágrimas.

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