Fuerte del Triunfo

viernes, 26 de noviembre de 2010

Supo que algo había cambiado antes incluso de abrir los ojos y en cuanto percibió que no estaba en el suelo sino en algún tipo de catre, se incorporó bruscamente, creyendo que de nuevo la habían apresado los hombes de Broca.

- Shhhh- dijo una voz grave a su derecha- No te preocupes, ya pasó todo...

El que había hablado era un enano de cabello oscuro que descansaba sentado en una banqueta junto al catre. Estaban en lo que parecía ser una pequeña tienda de campaña y una luz amable se filtraba por la lona.

- Descansa, estás a salvo.- insistió el enano.

No era un gladiador: su rostro era apacible y aunque la piel parecía curtida por el viento, no estaba tan castigada como la de un luchador. Además, parecía tratarse más bien de un bronceado reciente al curtido de las pieles en las arenas. Su toga estaba limpia y era de buena calidad y llevaba el cabello trenzado. Todavía desorientada, Mangosta volvió a recostarse sin apartar la vista del enano. Reparó entonces en que la habían lavado y que una venda le rodeaba el costillar. Levantó la manta que la cubría para descubrir que estaba desnuda pero que también le habían vendado la pierna herida.

- ¿Donde estoy?- inquirió al fin, mirando a su acompañante.- ¿Cómo he llegado aquí?

- Te encuentras en Fuerte del Triunfo, de la avanzadilla de la Alianza.- respondió el enano, incorporándose para arroparla- Nuestros exploradores vieron los buitres volando en círculos a dos días de viaje de la Gran Falla. Se adelantaron para quemar el cadáver y evitar que atrajera a más carroñeros y te encontraron. Por cierto, soy Mordecai Yunquefirme, pero puedes llamarme Mordecai.

Mangosta reparó en sus manos: eran suaves y estaban limpias ¿Qué clase de hombre vivía en una tienda de campaña y tenía semejantes manos?

- ¿Eres médico?

El enano cabeceó brevemente en asentimiento.

- Estabas agotada y deshidratada. -explicó- Tenías algunas quemaduras de gravedad, y cuatro costillas rotas. He hecho lo que buenamente he podido y creo que podrás caminar en pocos días. Pero eres fuerte y no parece que estas hayan sido las peores heridas que hayas recibido hasta ahora ¿Eh?

Un dedo grueso y amable se deslizó por la marca de su hombro. Seguro que la había identificado, y las marcas del látigo en la espalda tampoco dejaban mucho lugar a dudas. La muchacha apretó los labios y apartó la mirada.

- Yo... no recuerdo.

Mordecai Yunquefirme apartó la mano con suavidad y la miró un instante en silencio. Mangosta supo que no la creía, pero cuando el enano asintió para sí y volvió a su banqueta, sintió una ola de gratitud hacia su discreción.

- ¿Tienes nombre? - preguntó el médico mesándose la barba.

Mangosta dudó. Podía decirle su nombre pero ¿Y si Athos de Mashrapur la seguía buscando? O lo que era peor... ¿Y si Boney Boone descubría que había vuelto al mundo? Necesitaba tiempo para pensar. Negó con la cabeza y bajó la mirada: no se veía capaz de mentirle mirándole a los ojos.

- Lo siento, no recuerdo nada.

Con un suspiro, el enano detuvo la mano en su barbilla y la estudió durante unos segundos. También él pensaba, y a toda velocidad, adivinó la muchacha.

- Hum, entonces, si te parece bien, podemos llamarte Lora como mi difunta esposa, hasta que recuerdes algo ¿Sí?

Mangosta deseó que su mirada pudiera transmitirle todo el agradecimiento que sentía.

- Lora- asintió.

El enano sonrió cálidamente.

- De acuerdo, Lora - dijo- Ahora que has despertado avisaré en el fortín por si pudieran encontrar algo de ropa apropiada para tí, aunque fuera de algunas de las mujeres de la cocina. El cataclismo ha sacudido el mundo hasta la décima generación y por eso he tenido que atenderte en esta tienda en lugar de en el botiquín.

Esta vez, la extrañeza de Mangosta fue genuina.

- ¿Cataclismo? ¿En todo el mundo?

Mordecai asintió.

- Hemos recibido avisos de medio mundo: las olas gigantes se han tragado las costas y los temblores han desmoronado los cimientos del mundo. Todavía no es seguro hacerse a la mar y los cuervos no están entrenados para cruzar el océano. Los únicos que están asegurando las comunicaciones con el continente son los magos: desde Ventormenta en el continente hasta la torre de Lady Jaina en Theramore.

Theramore...
El enano dio una palmada y bajó del taburete.

- Bien, dejaré que descanses un poco más y puedas pensar tranquilamente en todo lo que ha sucedido - dijo, con un brillo cómplice en la mirada- Volveré enseguida con algo de ropa, por si quieres salir a estirar las piernas.

Y dicho esto, salió de la tienda y la dejó sola.

***

En los días siguientes pudo levantarse del catre y pasear por el asentamiento, que también había sido sacudido con la misma crueldad que el resto de la región. Se habían derrumbado torres y algunas secciones del fortín eran inaccesibles, y los soldados se turnaban para montar guardias, patrullar la zona y colaborar en las labores de reconstrucción.

Respecto a su presencia en el asentamiento, ya se había corrido la voz de la muchacha sin memoria y ella lo agradecía, puesto que así podía disponer de más tiempo para decidir que pasos tomar a partir de allí. Su primer impulso le decía que debía ir a Theramore, el único lugar que podía llamar hogar desde que Los Tres Soles se perdiera en el olvido tras la muerte de su tío. Solo en Theramore había conocido lo más parecido a la felicidad y de algo que podía llamar familia. Klode, Averil, Angeliss, Baner, Gaerrick, el silencioso Razier, la dulce Pristinaluna... Sin embargo, había sido en Theramore donde Boney Boone la había encontrado, donde la había secuestrado y donde había empezado la pesadilla. Si regresaba correría la voz, sabrían que Irinna Timewalker, la alegre Comadreja no había muerto y aquello podría atraer al vil pirata de nuevo. Si al menos hubiera sido menos conocida. Y si al menos estuviera segura de que sus seres queridos quisieran encontrarla...

Pero ¿A qué otro lugar podría ir? Además, tras el cataclismo del que hablaban los soldados y los mensajes desde la Ciudadela Garrida, era casi imposible viajar de un continente a otro debido a los castigados puertos y costas, y aunque se decía que los magos podían abrir portales a casi cualquier lugar, solo aquellos que pudieran pagarlo tenían acceso a aquel privilegio. Si tan solo hubiera tenido sus llaves... Pero aquello formaba parte del pasado, de un pasado que no podría recuperar aunque quisiera: La posada de los Tres Soles, su tío al otro lado de la barra, Zai´jayani...

"Ojalá estuvieras aquí" pensaba a menudo, como si él pudiera oírla desde El Otro Lado "Te echo tanto de menos..."

No menos a menudo se preguntaba qué hubiera hecho Zai en su lugar. Trataba de recuperar en su memoria las largas charlas que habían mantenido, cuando el pasado era un ancla que les permitía no perderse en las corrientes del presente, de donde extraer la fuerza para seguir adelante.

"Nunca olvides, Comadreja" le había dicho una vez, cuando apenas empezaban a descubrirse "No olvides nunca porque lo que más duele, lo que más necesitas olvidar, es lo que te dará la rabia que necesitas para sobrevivir. Lo que eres es la unión de todo lo que te ha pasado en la vida. Cada detalle, por pequeño que sea, deja una marca en ti, como los anillos de los árboles. Las cosas buenas te dan generosidad, compasión. Las menos buenas te hacen fuerte, te dan entereza, comprensión del mundo que te rodea. Las malas te dan la rabia que necesitas para enfrentarte a las olas de la vída, lo que te permite vivir todo lo demás. Es la más importante de todas. La supervivencia. Recuerda para vivir."

Recuerda.

Y recordó. Le sorprendió incluso que, en tan poco tiempo, hubiera podido olvidar las cosas más primordiales. Ella no era una muchacha asustada y sin memoria. Había soportado los latigazos y las quemaduras, había sido vendida y comprada y pese a todo, seguía viva. La habían llamado Mangosta, aquella que había vencido a la terrible Cobra en combate singular y se había erigido como campeona de Athos de Mashrapur en los torneos de Eldre´thalas. Había soportado la humillación y la violencia, las heridas más terribles y habría sobrevivido. Los trolls la habían llamado Mangosta de la Tribu Pies de Arena y le habían trenzado plumas en el cabello. Había cantado con ellos y bailado al son de los tambores y entorno a las hogueras, y llevaba su nombre tatuado en la piel. Tenía toda su historia inscrita en la piel. ¿Quién temía al pirata? ¿Qué era lo peor que pudiera hacerle? ¿Matarla?

¿Quién tenía miedo?

***

Janene se afanó con la escoba en la escalera que separaba la barra de la zona de las mesas: era casi mediodía y los soldados pronto llegarían reclamando sus raciones, y los refugiados también querrían comer. Sólo esperaba que no llegara nadie antes de la hora de la comida para que le diera tiempo a poner la posada a punto sin entretenerla demasiado. Desde que los últimos socios se habían marchado habían sufrido un repentino descenso de parroquianos en la taberna, pero tras el cataclismo entre los refugiados y los soldados, su madre y ella no daban a basto.

Oyó unos pasos en la entrada y aceleró con la escoba.

- ¡Un momento, por favor!- exclamó, afanándose con un último sector.- ¡La comida no está lista todavía!

Las voces de protesta le indicaron la resignación de los hambrientos, pero pudo oirles retroceder y abandonar la posada a la espera de la campana de aviso. El eco de sus voces se desdibujó en el trajín del puerto. El sonido de una bolsa de lona al descargarse en el suelo la hizo resoplar.

- ¡He pedido un momento!- exclamó levantando la vista para imprimir mayor fuerza a sus palabras- ¡La comida aún no...!

Sus palabras quedaron suspendidas en el silencio. Por un instante quedó inmóvil, sujetando la escoba en la mano y tan quieta como si el tiempo se hubiera congelado. Irinna permaneció allí de pie en la entrada, con su triste bolsa de lona a los pies, esperando sin saber qué esperar.

- Has crecido mucho - dijo al fin, con cariño, tratando de descongelar el tiempo.

La mano libre de Janene ascendió lentamente, casi con miedo, hasta quedar frente a su boca. Tenía los ojos muy abiertos y los labios temblorosos.

- Luz bendita...- murmuró con voz débil sin apartar la mirada de la recién llegada como si temiera que fuera a esfumarse de un momento a otro- Eres... eres tú...

Irinna sonrió débilmente, y se encogió levemente de hombros, casi disculpándose por aquel largo tiempo ausente.

- Hola, Janene.

La muchacha soltó la escoba, que cayó al suelo con estrépito, y se lanzó a sus brazos con ímpetu. Irinna la rodeó y la estrechó contra su pecho, acusando la calidez de aquel momento ¿Cuando había sido la última vez que alguien la había abrazado?

- ¡Oh, Luz!- suspiró emocionada Janene contra su camisa- Desapareciste tan de repente... Cuando dejaron de buscarte creímos que habías muerto.. Creíamos que estabas muerta...

Tal vez fue una respiración desacompasada, tal vez el leve crujido de uno de los escalones, pero fuese lo que fuese, le hizo levantar la vista para mirar a la mujer rubia que se encontraba inmóvil a medio descender y que la miraba con una mezcla indescrifable de sorpresa, alegría y alivio en la mirada. Irinna le sonrió, contrita.

- Luz Bendita - dijo Lillian al fin, tan sorprendida como su hija pero mucho más dueña de sí misma. Respiró hondo y descendió los últimos escalones que llevaban hasta las dos muchachas.

Janene soltó a Irinna, visiblemente emocionada, y su madre cogió a la recién llegada de las manos, casi estudiándola. Había cambiado mucho, eso lo sabía, en su rostro podía leer las penurias y el dolor que a su manera habían marcado aquella mirada de luz de luna. Lillian dejó que su mirada transmitiera que reconocía aquella pena y que y que pese a todo, la reconocía. Todavía estaba allí, podía intuir el eco de aquella muchacha de formas generosas, piel alabastrina y risa fácil que se había convertido en el alma de la taberna. Todavía estaba allí.

- Bienvenida a casa, Comadreja.

Bienvenida a casa.

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