Esta noche, en Vallefresno

lunes, 29 de noviembre de 2010

Contempló embelesada la lava derramándose por la ladera del volcán, casi arropando la tierra con su caricia incandescente, alejando la oscuridad que se había cernido sobre el Bosque. Por alguna razón, aquello le trajo a la mente recuerdos de un pasado lejano, ya casi olvidado, que se había prometido enterrar. Sacudió la cabeza y acarició inconscientemente el colgante bajo el justillo de cuero oscuro ¿Por qué tenía que recordarle después de tanto tiempo? No era el momento, ni ahora ni nunca. Con una última mirada a la sangre de la tierra, emprendió el descenso de nuevo a la oscuridad de la espesura.

La caza se estaba haciendo cada vez más complicada con el recrudecimiento de la guerra: el avance de la Horda en el bosque le permitía mayor libertad para moverse en busca de sus presas, pero también había incrementado el número de Centinelas batiendo el bosque y a esas si que no quería encontrárselas. También le hubiera gustado pasarlas a cuchillo, pero nunca iban solas y estaban preparadas para el combate, bien lo sabía. ¿Pero dónde habían estado cuando a su Kess´an se le había escapado la vida por un tajo en la garganta? Sacudió la cabeza de nuevo, empezaba a cansarse de los amargos pensamientos que la asaltaban por sorpresa cuando debía prestar toda su atención al Bosque.

A aquellas horas, ya caída la noche, era cuando más cuidado debía tener: las batidas de ambos bandos, aunque menos frecuentes que durante las horas diurnas, eran mucho más exhaustivas. Además existía la desventaja de la agudizada visión nocturna de los kal´dorei y los sentidos superdesarrollados de los druidas cuando invocaban el poder del sable de la noche. Durante el día las patrullas pasaban casi a la carrera en dirección a los puntos donde había escaramuzas pero por la noche ponían muchísimo más cuidado en detectar enemigos infiltrados y ocultos, amparados por la oscuridad y la espesura. La presencia de humanos en aquella región era ahora algo poco habitual: los elfos se enfrentaban casi a solas contra sus enemigos. De ser descubierta su presencia, no habría sido fácil de explicar tanto más porque sí, había sido humana, pero hacía ya tanto tiempo... Afortunadamente su aspecto, salvo por una inspección a la luz del día, no delataba su condición. Había puesto mucho cuidado en preservarse de la podredumbre y las vendas mantenían bien sujetos y ocultos todos aquellos pedazos de sí misma que corrían el riesgo de desprenderse. No eran muchos todavía, pero en su rostro era ya más que evidente que no estaba viva. Estaba entero, sí, pero la piel se le había empezado a adherir a los pómulos de una manera muy marcada y las cuencas de sus ojos estaban tan hundidas y oscurecidas que eran apenas dos pozos con un brillo muy leve en el fondo. La última vez que se había mirado a un espejo, había sonreido con unos labios de mortaja. No había vuelto a sacarse la capucha.

Aquella noche, al parecer, las patrullas eran todavía más intensivas y los elfos habían empezado a encontrar los cadáveres de los druidas diseminados por el bosque. Obviamente no tenían pista alguna, y hasta hacía poco habían achacado las muertes a los desalmados orcos del Puesto del Hachazo, sin embargo los rumores habían viajado hacia el sur y se decía que Mush´al anan fandu había regresado de entre los muertos. Debía andarse con cuidado. Un destacamento de centinelas pasó peligrosamente cerca de su posición y maldijo para sí. Eran cada vez más, iba a ser dificil seguir cazando.

Cuando hubo pasado el peligro, se enderezó con precaución. Tanteó su manga en busca de la última pluma - su trofeo- y regresó, como una sombra, a la protección de su refugio.

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