XXXVIII

martes, 2 de noviembre de 2010

Ogrimmar:
Por Kluina´ai

“De seda”. Las había escogido cuidadosamente. Por desgracia, conocía sobradamente sus propiedades, sus usos... y la calaña de sus compradores habituales. Ignoró con esfuerzo la sonrisita maliciosa del cordelero que la estaba atendiendo. Sí, el maldito goblin ciertamente acertaba al suponer que la “mercancía” con que “trataba” era delicada. “No sabes cuánto...”

Pasos, ruido, un topetazo. Kluina-Ai sacudió la cabeza retornando a la realidad, al presente. Frunció el ceño, preocupada, comprobando que últimamente se abstraía con pasmosa facilidad. “Mala señal... Las dosis ya no son suficientes” - pensó - “En cualquier momento me tomarán al asalto”...

Le sorprendió el tumultuoso ambiente reinante. La misma torre de zepelines estaba muy concurrida y los apresurados viajeros parecían nerviosos. Contempladas desde su privilegiada posición, las afueras de Orgrimmar eran un abigarrado hervidero en el que se removían gentes de todas las razas de la Horda. El griterío que producían era especialmente llamativo. Ni siquiera durante la escandalosa “Fiesta de la Cerveza” los participantes hacían tanto ruido. Destacaban ciertos gritos que anunciaban a voz en cuello el “Fin del Mundo”.

Ellas dos no eran las únicas personas que observaban con especial atención a esos agoreros: Un curioso trol hasta usó un catalejo para no perder detalle. Cuando preguntó a Klui si había visto subir algún cultor, ella no pudo hacer otra cosa que negar con la cabeza.
Resultaba chocante verlos llegar a la base de la torre, galopando, todos vestido con el mismo tipo de ropas, proclamando destrucción y ruina en las narices de los mosqueadísimos vigilantes orcos. Éstos, a su vez, no desperdiciaban la ocasión y se mofaban de los “profetas montados”.

Para colmo, no hacía falta tener vista de lince para divisar el campamento instalado por los catastrofistas en la maloliente Pocilga, a las mismas puertas de la capital. Increíble que el Jefe de Guerra no hubiera tomado medidas contundentes. La chamán no daba crédito a sus ojos y refunfuñaba indignada.

Otro terremoto, tan breve como intenso, aflojó las piernas de la tauren. Mareada, recordó que debía maniatar y cubrir la cabeza a su protegida si querían salir de allí. Lo que había sentido durante el temblor era aterradoramente inequívoco y la llevaba a pensar que los más agoreros muy probablemente tuvieran razón.
Averil había devorado la escena. Como era costumbre en la joven, la curiosidad vencía al miedo y se estaba empapando de paisaje, olores, sonidos.... Captaba con avidez el entorno. Aprendía.

Cuando la sanadora sacó de su recosida mochila la cuerda y el saco de arpillera, la muchacha se llevó dócilmente las manos a la espalda y bajó la cabeza exhalando un suspiro. Klui procedió con delicadeza, lamentando por enésima vez no ser una experta en nudos. Se aseguró de que su “prisionera” pudiera respirar y no estuviera demasiado incómoda.
Su tardanza en descender podría llamar la atención, así que cogió en brazos a la humana y bajaron la rampa. Luego, para resultar más convincente, la cargó sobre su hombro derecho, cuidando que los pinchos de su armadura no la molestaran excesivamente.

Pasaron ante los vigilantes. Kluina-Ai saludó, pero éstos, distraídos por la afluencia constante de los “voceros del fin” no se fijaron para nada en la tauren y su peculiar “carga”.

Fuera de la construcción, era cuestión de alejarse de tanto barullo. Mirones y cultores casi a partes iguales conformaban el agobiante panorama.
Caminó un trecho en dirección a Cerrotajo. La tauren deseaba liberar a Bellota cuanto antes. La soltó, desató y quitó el saco de la cabeza en cuanto estuvieron fuera de la vista de los guardias y suficientemente lejos del gentío.
Tan expresiva como siempre, Averil resopló aliviada en cuanto lo hizo. Por supuesto, Klui se aseguró de que la capucha cubría bien a la chica. Bellota no tardo ni dos segundos en asaetear a preguntas a su “captora”.

Estaban charlando en el borde del camino e iban a reemprender la marcha, cuando se fijó en que un trol montado sobre un raptor las estaba observando descaradamente. Era el mismo que antes había preguntado por los sectarios.

- ¡Eh, tauren! Tu acompañante, ¿quién es? Siento algo extraño a su alrededor.

Todas las alarmas se le dispararon a la chamán.

- Largo. - gruñó - Métase usted con los cultores.

Averil, desde detrás, susurró preguntándole qué decía ese tipo. Kluinaai, concentrada en el curioso, ni la miró.

- De modo que te pones a la defensiva... - El trol frunció el ceño, amenazador .
- Siempre lo estoy. A ver si voy a tener que sacar galones....
- ¿Me estas desafiando?
- Os desafío a que os evaporéis.
Puede que Bellota no entendiera una palabra, pero sí percibió la tensión con que las pronunciaban.

El colmilludo trol descendió de su montura y Kluina-Ai maldijo entre dientes: Ella intentaba quitarle hierro a la situación, pero parecía que empeoraba las cosas cada vez que abría la boca.

- Veo que sabes provocar a los demás... - Los ricos ropajes del desconocido rozaban entre sí mientras intentaba sortear a la tauren para acercarse a la jovencita encapuchada.
La sanadora no deseaba entrar en combate. Se interpuso nuevamente. Era perentorio que el intruso no se acercara a la humana.

Un alegre viajero interrumpió la discusión preguntando la dirección a Cerrotajo. Para él la moza era una elfa de sangre, por supuesto. Averil se caló más la capucha y se encogió. Tras indicarle el camino al despistado, el trol y la tauren siguieron tanteándose mutuamente.

Otro seísmo les acalló. Klui perdió el equilibro, cosa que preocupó mucho a su compañera.
El trol, aprovechando la coyuntura, convocó un elemental de agua. La chamán rogó silencio a su protegida y plantó en respuesta su tótem elemental de fuego.

- Es curioso... - el mago merodeaba acechándolas con la elasticidad de una sierpe - veo que realmente buscas pelea.
- El aire y el agua se llevan bien. - replicó la tauren - Así que...

Averil miraba inquieta a su alrededor. La situación era realmente delicada.

- Ahora, si me permitís... - Kluina-Ai hizo ademán de comenzar a retirarse - Tengo mucho que hacer. No como vos.

Demasiado cerca de las puertas de la capital para el gusto de la curandera, desde donde estaban podían oír nítidamente las llamadas de los “cultores”. Eso desconcentró a la apurada tauren.

El mago trol no perdió la ocasión y ordenó a su elemental que fuera a por la chica.
Bellota retrocedió asustada, intentando recordar algún hechizo que la protegiera. La chamán, atenta, se puso delante de la humana, bajando la testuz y mostrando sus cuernos afilados. Al mismo tiempo, el elemental de fuego avanzó hacia el de agua.

- ¿Eso esperabais? - La profunda voz de Kluina-Ai no sonó ni dulce ni suave.
- Siempre lo mismo, estos chamanes. - Parecía más decepcionado que furioso, el trol.
- Yo no quiero pelea. Metéos en vuestros asuntos.
- Pues esa actitud dice lo contrario. - El mago no cejaba en su empeño, rondando a la muchacha.
- Es vuestra agresividad.
- No me digas... - Siseó el Lanza Negra.
- Basta ya. - La sanadora desesperaba. - Id en paz, porque yo tengo cosas que hacer.

Sorprendentemente, el hasta entonces implacable inquisidor se relajó de pronto.
- ¡Tsunan!. ¡Vuelve! - A su orden, la enorme mole de agua se retiró, situándose junto a su dueño.
- Bien. Estaba asegurándome de que no fuerais en realidad uno de los cultores... Podéis iros.

Klui no salía de su asombro. Correspondiendo a la actitud aparentemente conciliadora del conjurador, desplantó su tótem. El elemental de fuego desapareció desperezándose.

La tauren notaba cómo le temblaban las piernas mientras se giraba, vigilando su espalda.

- Vámonos. - Susurró en humano a Bellota, acallando sus preguntas y temores. No estaban a salvo todavía.

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