En los Confines de la Tierra XXXII

miércoles, 24 de noviembre de 2010

... tal y como lo conocemos.

El dolor llegó de pronto, arrancándole un jadeo.

"¿Donde estoy?"

Trató de moverse y un relámpago de dolor recorrió su espalda. Gimió, luchó por abrir los ojos con dificultad pero solo vio oscuridad.

"Me he quedado ciega", el terror hizo presa en ella.

Respirar era doloroso, cada vez que inspiraba sentía un dolor punzante en el costado. Un violento acceso de tos la sacudió entera y sintió una arcada ascenderle por la garganta. Trató de volverse de lado agónicamente y vomitó en el suelo. Pese al dolor, su cuerpo se encogió sobre sí mismo como si quisiera desaparecer, ovillándose.

El mundo desapareció.

Cuando volvió en sí de nuevo, los recuerdos se reconstruyeron a su alrededor: el Ritual, el terrible temblor, la grieta en la tierra, el cielo gritando... Al abrir los ojos percibió una cierta claridad que la llenó de alivio. El suelo en el que apoyaba el rostro era pedregoso y castigado, con escasos restos de vegetación. Seguía doliéndole el costado al respirar y la cabeza le daba vueltas, pero al menos ahora podía pensar con más o menos claridad. Trató de incorporarse, aunque fuera para quedar de rodillas y todo su cuerpo protestó con un dolor lacerante, sin embargo esto le sirvió para evaluar hasta qué punto estaba herida. Las piernas respondían, aunque con dolor, y también los brazos. Probablemente se había vuelto a romper las costillas y el golpe en la cabeza podía recordarlo con dolorosa claridad. Una de las piernas le ardía, pero con la escasa luz ambiente no pudo distinguir apenas nada. Durante unos minutos, tal vez horas, permaneció así tumbada esperando a que el dolor remitiera o al menos pudiera acostumbrarse a él. El mareo desapareció poco a poco y, aunque seguía siendo doloroso, pudo empezar a respirar sin toser ni vomitar. De nuevo trató de incorporarse, ponerse de rodillas para ver hasta qué punto podía mantenerse erguida. De nuevo su cuerpo protestó, pero esta vez le permitió cumplir su propósito y se sentó en el suelo duro prudentemente, evaluando su estado.

La cabeza le dio vueltas durante un instante al erguirse, pero la inmovilidad siguiente hizo que las vueltas remitieran. Probó hasta qué punto podía inspirar sin sentir las costillas clavarse en sus entrañas: no era mucho, pero al menos así sabía donde estaba su límite. Se palpó los brazos pero solo los encontró magullados al tacto y con algunos raspones, y los muslos intactos salvo algunos verdugones. Al tocar la pierna que ardía, el dolor la hizo gritar: la piel estaba quemada profundamente y la carne expuesta. Por lo demás, no parecía tener las piernas rotas y el dolor era señal de sensibilidad. Desde aquella posición, intentó distinguir su entorno, pero la oscuridad era casi total, salvo por aquella claridad rojiza que había percibido al abrir los ojos. Se dio cuenta de que sudaba profusamente y de que el calor, pese a ser de noche, era muy intenso.

Con mucho cuidado se puso en pie y de nuevo su cabeza protestó con un mareo. Cuando las vueltas remitieron de nuevo, intentó erguirse por completo pero las costillas se le clavaron cruelmente en las entrañas y la obligaron a permanecer medio encorvada. Dio un paso tembloroso pero estable y miró a su alrededor. Parecía estar en una especie de pequeña hondonada, con unas pendientes suaves pero lo suficientemente pronunciadas como para que hubiera caído rodando por ellas. Al acercarse a ellas para salir, se dio cuenta de que no iba a necesitar siquiera valerse de manos y pies y que la inclinación de la pared era todavía más suave de lo que le había parecido en un principio. Las costillas rotas y el dolor en la pierna la hicieron avanzar trabajosamente y tuvo que parar en numerosas ocasiones, pero según avanzaba se dio cuenta de que el resplandor rojizo crecía y el calor se hacía todavía más intenso.

"Tengo que encontrar a Zai" repetía para sí una y otra vez.

La grieta se había abierto entre ambos, no bajo él, y el vapor no le había permitido ver nada. Todavía podía estar vivo, todavía podía estar esperando, herido, a que ella le encontrara...

- Ya voy, esp... - dijo, y las palabras sonaron como un graznido seco en su garganta que se extinguió cuando llegó a la cima de la pendiente y vio el mundo ante sus ojos.

Una gran boca de fuego cruzaba la otrora planicie a sus pies como una herida sangrante en la propia corteza de la tierra. Las entrañas incandescentes de Azeroth se deslizaban, rojas y ardientes, por aquel terrible canal hecho en su carne llenándolo todo de aquella luz roja y abrasadora. De sus profundidades surgía un aire tan caliente que al perderse en las alturas, enturbiaba la vista. Aquel había sido el relámpago que había surcado la tierra y mirara a donde mirara, aquella terrible boca partía en dos el mundo conocido sin que pudiera ver el final.

- Dioses...- se llevó la mano a la boca entreabierta, presa de la confusión más absoluta. Dio un par de pasos inciertos hacia el borde.

Gracias al resplandor de la lava, podía distinguir al otro lado de la falla las siluetas de los árboles, asombrosamente intactos pero inalcanzables. No sabía cuantos metros de amplitud podía tener la falla, pero eran insalvables con ningún medio humano. Miro tras ella: la planicie se extendía apaciblemente hacia algún lugar, y del mismo modo sucedía al otro lado de la grieta. Los ancestros habían acuchillado la tierra y habían derramado su sangre... Zai y los chamanes habían visto esto... Lo habían visto y no habían dicho nada a nadie, por eso estaban tan asustados...

- Dioses...- repitió- ¡ZAI!¡ZAAAAAAAAAI!

Su grito quedó sepultado por el rumor de la lava a sus pies, deslizándose como un terrible gusano de fuego, lento y aterrador. Se secó con la mano el sudor que se le metía en los ojos y jadeó: allí el aire era mucho más caliente y le costaba respirar. Además los ojos le lagrimeaban, haciendo que viera todavía menos. Se volvió a secar el rostro con el brazo y una punzada de dolor acusó el gesto. Atisbó de nuevo al otro lado: no se distinguía movimiento en la oscuridad. De pronto, sintió que la tierra vibraba bajo sus pies y retrocedió, asustada. Con un chasquido terroso, parte de la plataforma sobre la que había permanecido se derrumbó como si alguien estrujara un terrón de tierra con un puño gigante y cayó con estruendo en la lava, que despidió siseos de placer. Trató de atisbar de nuevo al otro lado de la falla, desesperada, ansiosa.

- ¡ZAAAAAAAAAAAAAAI!

El dolor de las costillas la dobló por la mitad y las lágrimas inundaron sus ojos.

- Zai... - gimoteó, incapaz de gritar de nuevo- Zai...

La tierra gruñía bajo sus pies, se estremecía. Retrocedió entre lágrimas, encogida sobre sí misma a causa del dolor. Sentía que cada paso que daba hacia atrás era un paso más lejos de Zai, más cerca del abandono y la traición de no cruzar aquel sendero de fuego para encontrarse con él.

- No puedo...- sollozó, y el dolor de aquella certeza se le hundió más profundo que cualquier herida.

Un temblor como un gruñido le arrancó un grito y retrocedió atropelladamente, sujetándose el costado con ambas manos. A sus pies, la tierra se derrumbó de nuevo en el canal de lava, ampliándolo. El sonido de los derrumbamientos llegaba tanto de su izquierda como de su derecha, incapaz de saber en que dirección se estaba orientando pero señalando la magnitud de aquel desastre. Miró una última vez a los árboles al otro lado de la lava: inmovilidad, silencio. No se atrevía a acercarse más, no con el suelo derrumbándose bajo sus pies. Debía salir de allí cuanto antes, pero antes debía hacer una cosa.

Cerró los ojos y cantó. Cantó entre sollozos por el espíritu de su mentor, por el de aquel ser maravilloso que le había enseñado la fortaleza necesaria para sobrevivir, que le había dado las armas para no sucumbir y las razones por las que no olvidar. Cantó sin importarle que su voz fuera engullida por el estruendo de la lava, sin importarle las lágrimas que le empapaban el rostro ni el abismo ardiente que le acechaba.

Cuando las últimas notas abandonaron su garganta abrasada, dio la espalda a la grieta y, con lágrimas en los ojos, comenzó a caminar hacia el horizonte de su libertad.

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