En los Confines de la Tierra XXXI

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Es el fin del mundo...

El cadáver estaba dispuesto al resguardo del edificio derruido.

Le habían pintado el rostro con tantos colores como estrellas en el firmamento y sus colmillos estaban adornados con aros de madera tallada con símbolos ceremoniales. Le habían vestido con un taparrabos y habían dibujado en su pecho, en sus brazos y piernas líneas de color representando estilizadas figuras. El cuerpo yacía bocarriba con las manos cruzadas sobre el pecho y los puños cerrados entorno al báculo y la daga y a su alrededor se habían dispuesto una serie de cuchillos de silex y unos cuencos de madera oscura. Dos pequeños pebeteros de piedra ardían a ambos lados de su cabeza, esparciendo por el aire el aroma de las hierbas ceremoniales que se habían mezclado con la grasa de quemar.

Los trolls congregados guardaron silencio ante el cadáver de su viejo chamán, un líder espiritual tan anciano que ya había sido viejo mucho antes de que los Lanzanegra hubieran abandonado Tuercespina. No había pena en sus ojos ni tristeza en sus corazones: Zun´zala se había despojado de su cuerpo y volaba ahora con los ancestros, con quienes siempre había estado en comunión. Ahora le venerarían como a uno más de ellos y pedirían su bendición a él, que había caminado la senda de los espíritus y hollado el camino del gladiador. Desde aquel día, el Ancestro Zun´zala velaría por los esclavos de la Tribu Pies de Arena y por todos aquellos trolls que se vieran apresados por el fatal mundo de las arenas.

Zai´jayani se mantenía en pie ante todos ellos, dándoles la espalda y mirando el cuerpo de su mentor. Para él se había marchado su guía, su maestro, casi un padre durante aquellos años de cautiverio. Él le había llevado de la mano por el mundo de los espíritus cuando era solo un aprendiz, le había enseñado el lenguaje secreto de los elementos y la forma de hablar con los ancestros. Y ahora que Zun´zala se había unido al mundo de los espíritus le correspondía a él, su discípulo, tomar los símbolos de poder y convertise en Chamán, el líder espiritual de la Tribu Pies de Arena.

Mangosta le observaba, conmovida e inquieta. También ella como miembro de la tribu asistía al acto de despedida de su viejo chamán. Se había trenzado cuentas de hueso en el pelo y las plumas que adornaban sus sienes eran pardas y blancas. Cuatro trazos blancos adornaban su rostro oscurecido por el sol, partiendo en dos su frente, su barbilla y brotando de sus ojos como lágrimas de cal. Llevaba el pecho cruzado con bandas de cuero oscuro y tintado, y Dekka había tejido para ella una falda en los mismos colores para completar su atavío ceremonial, idéntico al que llevaban las demás hembras.

Todos esperaban pacientemente el inicio del ritual, pero la tensión, a pesar del silencioso respeto que reinaba, era palpable en todo el campamento. Los guardias de Broca se habían apostado casi rodeando al grupo de trolls y se apoyaban las hachas y garrotes en los hombros, expectantes, inquietos por si, pese a las advertencias, los Pies de Arena realizaban su ritual al completo. Ni siquiera ellos tenían órdenes claras al respecto: el canibalismo ritual había sido una costumbre ancestral en muchos de los pueblos de Azeroth, y aunque la tribu Lanzanegra lo hubiera rechazado como condición para unirse a la Horda, aquellos trolls habían sido hecho prisioneros mucho antes y no habían abandonado las costumbres del pueblo Gurubashi, y Broca lo sabía. Así los guardias, supersticiosos, aguardaban armados el inicio del ritual aunque sus miradas evitaran activamente el improvisado altar sobre el que reposaba el cadáver y los inquietantes cuchillos de silex. Ninguno movería un dedo por por propia voluntad ante una celebración tan sagrada salvo que tuvieran órdenes expresas de sus superiores. E incluso entonces...

El resto de esclavos se habían contagiado de aquella tensión y aguardaban, alejados de la zona del ritual pero sin perder detalle del devenir de los hechos. Con las mandíbulas apretadas y los puños cerrados, nadie sabía como reaccionarían ¿Atacarían la celebración? ¿Respetarían aquel ritual sagrado y ancestral? Ni siquiera ellos sabían si intervendrían, tantas como eran las posibilidades. Si los guardias cargaban ¿Se unirían a ellos o defenderían a los Pies de Arena? Y si los inmensos ogros no actuaban ¿Tomarían ellos la iniciativa para castigar aquella aberración?

Un sonido agudo y penetrante rasgó el silencio del campamento. Los trolls se enderezaron y Mangosta sintió como se le erizaba el vello de los brazos. Percibió como los guardias afianzaban la presa en sus armas, expectantes. Cuando el sonido fluctuó, comprendió que se trataba de una voz: Zai´jayani estaba cantando. Su voz era como una llamada alzada a los cielos, como si con ella quisiera invocar a los ancestros para que acudieran a recoger el espíritu de Zun´zala.

"Oga, ogaaaaaaaaaaaaaaaaaaa", decía.

Cuando enmudeció los trolls respondieron como uno solo, como había visto hacer en otras ocasiones, pero ahora era evidente de que se trataba de una liturgia guiada por milenios de tradición. Zai´jayani volvió a cantar y, alzando los brazos por encima de su cabeza, se volvió hacia los congregados. De nuevo los trolls respondieron a coro. Por dos veces más se repitió el intercambio y Mangosta cantó con los trolls, aunque no entendiera plenamente el significado de sus palabras, embargada por la solemnidad de aquel momento.

Unos tambores sonaron en uno de los costados de la congregación y los trolls comenzaron a bailar en el sitio de un modo que no había visto nunca. Inclinaban el tronco hacia adelante, sacudían brazos y piernas, y pisaban fuertemente con los pies siguiendo el ritmo de los tambores. De pronto alguna voz se elevaba por encima de los tambores con un nuevo llamamiento y los trolls sin dejar de bailar contestaban. La primera fue una hembra de gruesas trenzas y largos colmillos, que alzó el rostro al cielo.

"Oga oga, ti´waz iyaz akeme, or´manley*", cantó.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz", respondieron los trolls.

"Oga oga, deh'yo iyaz akeme, or´manley", llamó un guerrero al que conocía, unos metros más allá. Se llamaba Skam y había perdido un ojo en uno de los combates del torneo de Eldre´thalas.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz".

El baile continuó, incluso Zai´jayani bailaba al compás de los tambores, delante del altar donde descansaba el cadáver.

"Oga oga, wi´mek iyaz akeme, or´manley"

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz".

Mangosta memorizó las palabras de respuesta, que siempre eran las mismas. Quería participar en aquella despedida y, como miembro de la tribu Pies de Arena, consideraba que era su obligación. Además había apreciado al viejo chamán y quería despedirse de él como una troll más.

"Oga oga, deh´quashi iyaz akeme, or´manley"
, cantó otra voz, más cercana.

Se unió al coro de trolls.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz"

Dekka se volvió hacia ella un instante y la muchacha percibió un brillo de aprobación en su mirada. Sonrió. La troll se acercó a ella y susurró unas palabras en su oído. Mangosta comprendió que le estaba dando la oportunidad de participar todavía más en aquella celebración. Alzó el rostro y cantó las palabras que Dekka le había regalado.

"Oga oga, ginnalka iyaz akeme, or´manley", su voz sonó limpia y cristalina por encima de los tambores.

Los trolls respondieron a su canto alzando las manos.

"Or´manley, caang m´wha ziondeh iyaz"

Dekka, junto a ella, gritó con un ulular agudo, y otras hembras la imitaron. Era un grito salvaje que transmitía pesar y orgullo y alegría, precisamente todos aquellos rasgos que le inspiraba el pueblo troll. Alzó el rostro y gritó con ellas y sintió la liberación en la garganta, un arranque de energía muy parecido al que sentía durante los combates.

"Encuentra el camino, Viejo Padre" pensó mirando al cielo, como si pudiera ver aquellas notas agudas y desbocadas alzándose hacia las nubes. "Encuentra el camino"

Antes de que el grito se extinguiera, los tambores cesaron y el resto de trolls dejaron de cantar y bailar. Sus miradas se dirigieron de nuevo a Zai´jayani, que permanecía erguido frente a ellos, con el rostro alzado y los brazos en alto, y parecía murmurar algo que no alcanzaban a oir. Su cuerpo permanecía inmovil, casi extático, e incluso cuando el silencio fue total, no se movió. Mangosta miró a su alrededor: los trolls no delataban ninguna extrañeza, de modo que aquello debía ser normal en el desarrollo del funeral. Sin embargo, vio en Dekka y en algunos más un asentimiento casi íntimo, una tristeza en los ojos que le hizo comprender que, pese a formar parte del ritual, aquella larga inmovilidad con su muda plegaria eran una despedida privada de Zai´jayani, el nuevo Chamán, a quien había sido su padre y mentor, ahora uno más en el mundo de los ancestros.

Se dio cuenta también del silencio expectante que les rodeaba: todo el campamento, tanto guardias como esclavos, observaba la figura inmóvil del troll y parecía contener el aliento, como si esperara una señal. Mangosta sabía lo que pensaban. ¿Se atreverían los Pies de Arena a perpetrar su aberrante ritual? Y al mismo tiempo... ¿No hacerlo enojaría todavía más a los ancestros haciendo que la tierra temblara de nuevo? Un estremecimiento en los silenciosos observadores le hizo volverse de nuevo hacia Zai´jayani. Había bajado los brazos y ahora inspiraba profundamente. Todos los asistentes parecieron suspirar a su vez. El nuevo Chamán se volvió lentamente anta el improvisado altar y tendió las manos hacia los cuchillos de silex.

Mangosta contuvo el aliento y con ella toda la tribu Pies de Arena. Era el momento decisivo ¿Intervendrían Broca y sus hombres? Los movimientos de Zai junto al altar eran firmes pero lentos, como procedía dada la solemnidad del momento. Hubiera querido gritarle que corriera, que se diera prisa antes de que sus captores tuvieran tiempo de reaccionar, pero sabía que su mentor quería cumplir con el rito tal y como estaba mandado por la tradición.

El cuchillo se hundió en la carne del pecho.

De pronto, en algún lugar fuera del cercado troll, unos pasos rápidos sonaron contra la tierra. Mangosta se volvió y solo llegó a atisbar la forma de Zigs, el ayudante goblin de Broca, corriendo hacia el pabellón del orco. Se acababa el tiempo.

"Rápido" pensó con intensidad mirando a Zai, como si pudiera escuchar sus pensamientos "¡Vamos"

Apretó los puños, clavó su mirada en el troll inclinado sobre el altar. Sus movimientos delataban precisión y solemnidad. Apenas llegó a escuchar el chasquido del hueso cuando apartó las costillas, aparentemente sin esfuerzo. Vio las manos hundirse en la cavidad torácica casi con mimo y tras unos instantes, las vio reaparecer, rojas de sangre, sosteniendo entre los dedos el primero de los sacrificios. El corazón era considerablemente más grande que el de los humanos, y su color era también más azulado. Sin embargo, salvo estas ínfimas diferencias, eran en todo iguales. Iguales. Con cuidado Zai´jayani depositó el órgano en uno de los cuencos que reposaban junto al altar.

El troll tomó entonces la herramienta necesaria para poder acceder al segundo sacrificio. La escalofriante sierra se acopló perfectamente a su mano cuando se acercó a la cabeza del cadáver. Mangosta miró inquieta hacia atrás, preocupada por la que sería sin duda la aparición de Broca, pero no vio nada: los guardias seguían con la vista fija en lo que sucedía en el altar. El chasquido del hueso esta vez fue más audible y se enderezó, solemne. El corazón le martilleaba en el pecho, temerosa de las represalias que podrían tener lugar si sus captores decidían intervenir.

Al cabo de unos instantes de intenso trabajo, Zai retiró la parte serrada del cráneo y la depositó a su lado. Tomó entonces en sus manos el segundo sacrificio, también más grande que el humano, y de igual color. Lo alzó sobre su cabeza un momento y lo deslizó suavemente en el segundo cuenco.

Broca apareció entonces, acompañado de más guardias. El rumor de sus pasos en el silencio del ritual hizo que no pocos trolls se volvieran. Mangosta hizo de igual modo. El orco llegaba con paso firme y mirada feroz, y tras él los guardias portaban sus armas en las manos. Incluso los espectadores de otras razas se pusieron en pie, alarmados. A una señal del jefe orco, los guardias que observaban el ritual enarbolaron sus armas, listos para atacar pero inmóviles.

Los ojos del orco se clavaron en Zai´jayani, que permanecía erguido tras el altar, con ambos cuencos ante sí. La respiración de Broca resonaba fuertemente y sus ojos destellaban fiereza. Su mirada era en sí misma una amenaza y un desafío. El chamán troll sostuvo aquella mirada un instante y murmuró algo, tal vez una plegaría, tal vez la siguiente parte del ritual. Broca hizo una señal y los guardias comenzaron a moverse, encerrando como un perímetro a los trolls congregados. Al mismo tiempo, los trolls se movilizaron, retrocedieron sin apartar la mirada para cerrarse como un escudo entorno al altar donde se llevaba a cabo su sagrado ritual. Mangosta se dio cuenta de que temblaba violentamente y entrelazó sus brazos con Dekka para fortalecer aquellos eslabones. Ninguno portaba armas; si los guardias atacaban, sería una masacre.

Vio a los orcos, enanos, elfos y otros esclavos acercarse, indecisos sobre a qué bando unirse en aquel enfrentamiento. Los primeros en decidirse fueron los elfos, que se apostaron junto a los guardias con sus fieros ojos de luz clavados en los trolls, enemigos ancestrales. Aquella declaración desencadenó el movimiento de los orcos, que rugiendo por lo bajo, tomaron sus armas de entrenamiento y rodearon a los trolls, encarando a los guardias. Incluso en la esclavitud, la lealtad al propio pueblo dictaba las sentencias. Miró hacia atrás, vio a Zai coger en las manos el primero de los sacrificios y murmurar una oración tras su particular muralla.

Broca gritó, los guardias cargaron.

Zai´jayani dio el primer mordisco cuando las mazas de los ogros chocaron con los escudos y espadas de los orcos. Los rugido de atacantes y defensores llenaron el que había sido hasta ahora un silencio respetuoso y sepulcral. Los trolls estrecharon su presa, cerrando el escudo todo lo posible para permitir la completa realización del ritual, y lanzaron sus gritos al cielo llamando a los ancestros para que acudieran en su ayuda. Mangosta se vio zarandeada, empujada, aplastada y sacudida, pero no se soltó de Dekka ni del troll que la agarraba del otro lado. La sangre orca le salpicó el rostro violentamente cuando la maza de uno de los guardias se hundió en el cráneo de uno de los defensores. Un troll soltó su presa y aferró el arma del caído, otros le imitaron y embistieron contra los ogros, también con las manos desnudas, sin armaduras que les cubrieran. Tras ellos, Zai´jayani tragaba trabajosamente, pero sus colmillos y dientes eran fuertes y pudo comer el corazón de su mentor como estaba mandado. Los defensores caían bajo las mazas de los guardias rápidamente, su sangre encharcaba el suelo como no había encharcado el suelo de las arenas.

De pronto el suelo tembló.
La tierra se sacudió con violencia, zarandeando a quienes permanecían erguidos, pero el enfrentamiento no cejó. Luchando para mantenerse en pie, siguieron peleando con fiereza, luchando por un atisbo de libertad en aquel mundo que les negaba como individuos. Una nueva sacudida arrojó a Mangosta al suelo, haciéndole sentir que todo temblaba en su interior. Clavó los dedos en la tierra manchada de sangre tratando de detener aquel movimiento que parecía a punto de partirle el cuello.

Los trolls bramaron triunfales, los ancestros acudían en su ayuda.

El aire se llenó de pronto de olor a azufre. Un crujido de gran intensidad resonó en el campamento sacudido, y la joven pudo ver, entre los cuerpos de los combatientes, como el pabellón principal se doblaba imposiblemente. El muro este se derrumbó con un estruendo ensordecedor y tras él, toda la edificación se vino abajo. Mangosta apretó los dientes, rogando que aquel movimiento se detuviera, pero la sacudida no cesó. Los gritos de los combatientes se sumaron a los de aquellos que no podían protegerse de los cascotes de los edificios que, uno a uno, se derrumbaban ante la fiereza de aquella tierra ofendida.

Con un estallido brutal, la tierra pareció a punto de partirse en dos. Trató de ponerse en pie, pero las sacudidas la tiraron al suelo de nuevo. Junto a ella, los trolls trataban de mantenerse en pie y luchar, pero era imposible, todos acababan arrojados sin miramientos por aquellas fuerzas portentosas. Con otro chasquido, la empalizada bailó como si fuera de cuerda y se desmoronó con el sonido sordoo de la madera cayendo al suelo. Allá donde alcanzaba la vista, el mundo era sacudido con brutalidad. Buscó con la mirada a Broca y le vio tirado en tierra como todos. Estaba inmóvil y un grueso hilo de sangre brotaba de su cabeza y se acumulaba en el suelo, envolviendo los cascotes. Como había muerto Zun´zala...

Sonó otro estruendo y tardó un instante en darse cuenta de que la sacudida había cesado. No, no cesado. La tierra seguía temblando con un rumor sordo, como si se preparara para estallar de nuevo. No quedaba nadie erguido, algunos se ponían en pie a trompicones, inestables y heridos. Otros no se levantaban. Se volvió, Zai´jayani estaba arrodillado y sostenía el segundo sacrificio en las manos, a medio comer. Ni siquiera en la ira de la tierra el chamán renunciaba al ritual.

- ¡Déjalo!- gritó por encima de aquel rumor que crecía en intensidad, tosiendo por la nube de polvo que flotaba en el aire.- ¡Vamos!.

Zai negó con la cabeza, acercó el sacrificio a sus labios y mordió de nuevo. Mangosta se puso en precariamente en pie y corrió tamboleante hacia él. Le agarró por el brazo, tiró de él.

- ¡Tenemos que salir de aquí!- gritó para hacerse oir- ¡Tienes que dejarlo!

Las sacudidas podían volver en cualquier momento, aquel temblor leve no tranquilizaba en absoluto. Los guardias que se ponían en pie estaban heridos y miraban desorientados a su alrededor, algunos incluso corrían campo a través, hacia una lejanía que creían mas segura. Algunos de los esclavos sorteaban los troncos de la empalizada caídos, aturdidos, como si en toda aquella destrucción no pudieran entender aquella súbita libertad.

Tiró más fuerte de Zai, tratando de obligarle a ponerse en pie.

- ¡Vamoooos!- rugió entre dientes mientras tiraba de su brazo.

Como respuesta, la tierra bramó y se sacudió de nuevo. Un poco más allá, el suelo se resquebrajó y con un sonido atronador, se creó un escalón por el que escapaban chorros de lo que parecía vapor hirviente. Luchó por mantenerse en pie y tiró con más urgencia de Zai. Aún quedaban algunos edificios en pie y no tardarían en derrumbarse, amenazándoles con los cascotes. Zai´jayani comió el último pedazo del sacrificio y la miró. Tenía lágrimas en los ojos.

El ritual estaba hecho.

- ¡Tenemos que salir de aquí!-repitió Mangosta, gritando todavía más, atragantándose con el polvo.

Las sacudidas se calmaron, tal vez por unos segundos. Zai se puso en pie entonces, cubierto de tierra como estaba y lanzó una última mirada al cadáver de su viejo maestro. Luego se volvió hacia Mangosta y, sin una palabra, corrieron hacia la empalizada derruida.

Sortearon las estacas caídas y corrieron hacia el campo abierto, tosiendo a causa del polvo, sintiéndo en los pies y en los huesos los temblores contenidos de la tierra que amenazaban con convertirse en otro brutal estallido. Apenas veían donde ponían los pies, turbio como estaba el aire, y en todas partes estaba presente aquel intenso olor a azufre. Aunque era aún de día, el cielo se había oscurecido, tal vez por el polvo, tal vez por súbitas nubes o por los efluvios de aquella tierra furiosa. Mangosta corría sin mirar atrás, segura de que Zai corría junto a ella. A su paso, nuevos géiseres brotaban violentamente de la tierra, y al menos uno le abrasó la piel de la pierna. No se detuvo, tenían que seguir moviéndose, aunque no tuvieran destino. Sonido como de truenos retumbaba en el aire inquieto y nuevas sacudidas amenazaban con tirarles al suelo.

- ¡No te pares, bichito!- gritó Zai´jayani sin detenerse, con el rostro manchado de polvo sobre las pinturas tribales, sobre la sangre en su boca, sobre las lágrimas en sus ojos- La Tierra está furiosa, algo terrible sucede....

Entonces, como si la tierra quisiera corroborar aquella afirmación, se oyó un estruendo como el de un trueno y el suelo se sacudió con gran violencia. Tropezaron, buscando como mantenerse en pie, pero el temblor era tan intenso que hasta el cielo parecía gemir. Mangosta cayó de rodillas y el golpe le arrebató el aire de los pulmones. Todos los huesos le dolían con cada sacudida, y tuvo que colocar la lengua entre los dientes por miedo a partírselos con el temblor. Se volvió como pudo, buscando a Zai con la mirada. El troll estaba unos metros más atrás, también en el suelo. Algo en su postura le alarmó: no estaba caído, sino en cuclillas, y apoyaba una sola mano en la tierra, y miraba el suelo bajo sus pies con fijeza.

- ¿Estás bien?- gritó, pero su voz se perdió por el estruendo.- ¡Zai!

Por un momento temió lo peor, pero cuando por fin el troll levantó la mirada, el corazón se le encogió. El gesto en su rostro era el del más absoluto pavor. Luchó por gatear para acercarse a él, angustiada. Un geiser estalló de pronto entre ambos y la impulsó fuertemente hacia atrás, haciendo que se golpeara la cabeza dolorosamente contra el suelo. Se enderezó, mareada, trató de gatear de nuevo, pero como si hubieran esperado aquella señal, nuevo géiseres estallaron a sus pies, creando un hirviente muro de vapor.

- ¡Zai!- bramó, ya casi incapaz de verle- ¡Zai!

Le pareció oir su voz por encima del estruendo, pero la tierra gritaba como si tuviera garganta humana. Gritó su nombre, trató de ponerse en pie, correr hacia donde no hubiera géiseres para reunirse con él, pero los temblores eran demasiado violentos y la hacían caer cada vez. Entonces, tan rápido como había empezado, se detuvo. El suelo dejó de temblar, el aire enmudeció. Los géiseres fueron volviéndose cada vez más exiguos, hasta que pudo ver a Zai al otro lado. Se puso en pie, su cuerpo aún temblaba.

- ¿E... estás bien?- la voz apenas le salía, o tal vez ella todavía estaba ensordecida. Le vio mover los labios, pero no escuchó lo que decía.

Un crujido ensordecedor sonó a su derecha y la tierra tembó de nuevo, amenazante.

- ¡Vamos!- gritó, antes de que el ruido fuera demasiado intenso. Tenían que alejarse de aquella zona de géiseres cuanto antes.

Él la miraba. Sus labios formaban una sola palabra, dos únicas sílabas.

Corre

No pensaba marcharse de allí sin él, no ahora. El crujido era cada vez más intenso y parecía acercarse. Miró hacia su derecha pero no distinguió nada por culpa del polvo. El temblor se intensificó. Los géiseres brotaron de nuevo, finos cuchillos de vapor hirviente.

- ¡ZAI!

El crujido era ahora tan intenso como el sonido de un rayo al caer a escasos metros pero terrible, mucho más terrible. De pronto ante sus pies, una grieta reptó desde su derecha y se perdió en la lejanía a tal velocidad que para cuando fue consciente de lo que quería decir, ya era demasiado tarde.

Con un gemido atronador, la tierra se partió en dos y el muro de géiseres estalló. Se vio lanzada de espaldas contra el suelo de nuevo. Fue como si de repente a una mitad del suelo le hubieran quitado los cimientos y ahora se deslizara buscando como aposentarse de nuevo, inclinándose violentamente. Mangosta se puso a cuatro patas ignorando el dolor en sus costillas y en su cabeza, y gateó frenéticamente, casi trepando hacia el borde que se alejaba rápidamente del otro lado. El vapor le abrasaba las manos, le ardía el rostro.

- ¡ZAI!- bramó, ahogada por el olor a azufre y el aire hirviente. Tosió, apenas podía respirar.- ¡ZAI!

De pronto sintió una presión abrasadora en el pecho y todo se volvió negro. El eco de su voz se perdió en el rugido del aire y su cuerpo inconsciente cayó rodando por aquel confín de la tierra súbitamente doblegado.

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* Oíd oíd, sabio era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, bravo era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, firme era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, un guía era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.
Oíd oíd, fuerte era vuestro hijo, venerados
Venerados, venid a por vuestro hijo.

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