XXXIX

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por Kluina´ai

El sol calentaba la tierra polvorienta del camino. Durotar se les mostraba tal y como era: Árido y a menudo implacable. Arcilla, roca desnuda y apenas matojos, bajo un cielo azul brillante que parecía querer caer sobre sus cabezas a plomo. Cactus, escórpidos, jabalíes... Las criaturas que luchan por sobrevivir en este difícil hábitat destacan por su frugalidad y resistencia. Pese a ser unos recién llegados, los orcos encajaron perfectamente en una tierra que les retaba día tras día.
Averil resopló. No le gustaba el paisaje, monótono a rabiar, sin que los deslumbrantes matices anaranjados lograran algo más que fatigar la vista.

Con regularidad, la Madre Tierra se estremecía en espasmos que les hacían perder el paso y casi el equilibrio.
Bellota mantenía bien el ritmo. No tenía sed ni hambre, así que Klui se esforzó en seguir hacia delante.

La tauren sabía que tendrían que entrar en Cerrotajo. El emplazamiento, fuertemente vigilado, era paso obligatorio. No quedaba otra que prepararse para resultar convincentes en su “tapadera”.

Un osado (o temerario) miembro de la Alianza les puso las cosas muy fáciles. Aprovechando el revuelo resultante, Klui respiró hondo, saludó a los vigilantes y atravesó el poblado. Luego, una vez fuera de la empalizada y lejos de miradas indiscretas, retrocedió y tomó, esta vez sí, el camino que conducía a Los Baldíos. No tenía la más mínima intención de ponérselo demasiado fácil a posibles perseguidores.

Deseaba liberar a Averil de sus ataduras y quitarle el engorroso saco de la cabeza, mas no podía arriesgarse a que las sorprendieran. La chamán no pudo reprimir una sonrisa cuando Averil, muy en su papel, rebulló y gimió “prisionera total ella”. Menuda comediante estaba hecha... Marchó con ella a hombros un trecho, hasta que dio con un escondite natural: Tres monolitos, grandes rocas peladas fruto de la erosión, les proporcionaron la cobertura necesaria. La sufrida muchacha simplemente abrió y cerró las manos un momento. En cuanto pudo ver, comenzó su ronda de preguntas.

Estaban en tierras de los “Crines de Acero”. A Bellota le pareció muy interesante y no acabó de entender qué eran los jabaespines hasta que los tuvo cerca. Por fortuna, aunque eran criaturas belicosas y no les gustaban las intromisiones - “Como a nosotras”, comentó bromeando la humana - ellas se mantuvieron a distancia suficiente como para no provocarlos.

Más relajadas, Klui explicó a su compañera que el mago trol “solamente quería comprobar si eran sectarias”. Ambas habían pasado realmente miedo.
Averil hubiera deseado luchar, ser una maga de batalla como su amigo Angel y se lamentaba amargamente por su desmemoria e inexperiencia (¡si había aprendido en la Academia a convocar elementales de agua, como el trol y todo!). La tauren, en cambio, estaba muy satisfecha al haber eludido el enfrentamiento. Para ella “la única pelea que se gana es la que evita”. La joven fruncía el ceño, intentando asimilar ese concepto.

Debía resultar muy llamativo escuchar de una mole armada y pertrechada como Kluina-Ai eso de que “responder a la violencia con violencia es sucumbir”. Claro que confesó acto seguido estar dispuesta a “sucumbir” las veces que hiciera falta... Eso sí, muy a disgusto. Contradicción, tienes nombre de … ¿mujer? Naturalmente, Bellota no estaba nada convencida.

Distraídas con la conversación, la chamán retuvo a su protegida justo antes de que se pusieran en peligro. Estaban a punto de cruzarse con un puesto avanzado de la Horda, y convenía “guardar las apariencias”. Harta de hacer y deshacer nudos, se conformó con una lazada simple e indicó a la obediente humana que se colocara a su derecha, lejos de la vista de los vigías.

Sencillo y efectivo, el truco.
Magistral de nuevo la interpretación de Averil como cautiva: Rebulló resistiéndose, con gran realismo. A Klui se le ocurrió pensar que bien podría ser artista, en lugar de maga. Tampoco olvidaba que la chica tenía experiencia en el tema, por desgracia.

Sin apenas transición, cambió el paisaje. La arcilla desnuda y reseca dio paso a una inmensa llanura de pastos agostados. El aire, puro, sin polvo en suspensión, el cielo azul cerúleo...
Atrás quedaba el yermo Durotar: Por fin se adentraban en Los Baldíos.

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