En los Confines de la Tierra XVII

jueves, 28 de enero de 2010

La multitud atronaba. Sus voces enardecidas se aunaban y simulaban un intenso zumbido, constante y aplastante, amortiguado meramente por las paredes derruidas de la antigua ciudad élfica. Silenciosos en el corredor, los esclavos apretaban los dientes para evitar que castañetearan y aferraban con fuerza la empuñadura de sus armas ante el inminente combate. Los rugidos de las fieras restallaban desde algún otro corredor no demasiado lejano.

- La mue´te llega a todos, Comadreja – dijo Zai´jayani en voz baja y serena, mirándola fijamente a los ojos. – Peo de ca´uno depende como da´le la bienvenía. Pues recibi´la con mieo, o con t´isteza, peo con el mieo y la t´isteza el cue´po se para, se vuelve to´pe, no re´ponde como debiera. Te t´aiciona.

Comadreja miró sus propias manos, que temblaban violentamente aunque apretaba con fuerza las armas. Las rodillas le temblequeaban, sentía la urgente necesidad de tirarse al suelo para que todo dejara de moverse a sacudidas. Zai le tomó el mentó y le alzó el rostro para que volviera a mirarle.

- En mi t´ibu, los Lanza Neg´a,- siguió explicando con aquella voz que parecía contener la sabiduría de siglos, tranquila y lúcida- la mue´te no eh más que un t´amite necesario pá llegar al ot´o lao, pa volar con loh loas, pa formar pa´te del mundo de los espi´itus. Al ot´o lao, nos espe´an los ancest´os de nuest´o pueblo, nuest´os pa´ientes, tos los que echamos de menos. Pa no´tros, los Lanza Neg´a, la mue´te es una fie´ta, una de´pedida alegre, un ú´timo ritual. Po´eso la recibimoh con aleg´ia, Comadreja, po´que recibi´la con mieo hace que to lo qu´hemos vivío, paehca un ca´tigo. Noh ve´timoh y pintamoh pa da´le la bienvenía, pa que nuest´os ancest´os noh reciban con honor y o´gullo. ¿Lo entiendes?

Comadreja respiró hondo, se demoró aún un instante en los ojos sabios de Zai´Jayani, en la paz que le inspiraban sus palabras. Si lo que decía era cierto – y deseaba con toda su alma que lo fuera- al otro lado encontraría a aquellos que realmente la habían amado en vida: sus padres, su tío Brontos, tal vez incluso Liessel, con su jarra de cerveza, con su puro en la boca. Tal vez sus padres la recibieran orgullosos de la mujer en que se había convertido. Tal vez su tío y Liessel le esperaran sentados frente a la chimenea, con las botas apoyadas sobre la mesa. Se dio cuenta entonces, para su sorpresa, de que una pequeña sonrisa había aflorado a sus labios.

Zai no lo pasó por alto.

- Ahí está, bichito.- dijo, y le sonrió cálidamente.- Ahí está.

El viejo chamán, Zun´zama, surgió de las sombras tras ellos. Él también había renunciado a su toga y había decorado su rostro con pintura. Su tocado llevaba más plumas que el de ningún otro troll. Comadreja le saludó respetuosamente con una inclinación de cabeza, que el troll correspondió cerrando los ojos en un parpadeo un instante más largo de lo habitual. Tal era su saludo, su reconocimiento, lo sabía bien.

- Inclina la cabeza, bichito.- dijo Zai, y ella inconscientemente obedeció.

Sintió entonces unas manos que desataban la cinta que le recogía el cabello, y unos dedos ágiles que se entrelazaban con sus rizos con gran destreza. Vio por el rabillo del ojo sendas plumas, una roja y una verde, y una ola de gratitud le invadió. Apenas un minuto después, se llevaba las manos al cabello para tantear llena de reverencia el tocado tribal que ahora la adornaba.

- Hay que ve´tirse pa la fieta, Comadreja.- dijo Zai, y trazó en su rostro dos marcas con pigmento escarlata.

***

Pese a que había aceptado de buena gana la visión festiva de la muerte, Comadreja no podía evitar los temblores y el latir desbocado de su corazón al ver la arena regada de sangre, los rastros dejados por los combatientes que habían fallecido bajo la espada de sus competidores y que habían sido arrastrados fuera de la arena del coliseo. También sentía la necesidad de soltar las armas y tratar de arrancarse el collar de acero que se le cerraba entorno al cuello, sujetándola a través de una larga cadena, al collarín idéntico que se cerraba entorno al cuello de Zai´jayani.

- ¿Cómo vamos a luchar con esto, Zai?- inquirió con la voz trémula, buscando en los ojos de su compañero algún atisbo de esperanza.

Zai´jayani estaba tranquilo, aunque su cuerpo ya había reaccionado a la cercanía del combate. Se mantenía erguido, con la cabeza alta, y sostenía las armas con gesto marcial.

- Es pa´te de la dive´sión, Comadreja- explicó, apartando la vista de la arena que se atisbaba entre los barrotes y mirándola- encadenan a loh luchado´es y ob´igan a uno a cargah con el cue´po del ot´o si uno d´ellos cae.

Comadreja contuvo una arcada. Zai´Jayani sonrió tranquilizadoramente.

- En realidah no eh tan malo.- dijo- Recue´da, Comadreja. Aléjate de lah redes, que no te at´apen, y desvía el t´idente con el ehcudo. Cub´e con él tu flanco, peo cub´e también eh mío. No dehes de move´te. Tú ereh mi eh´cudo, Comadreja.

La muchacha miró sus manos temblorosas, apretó los labios.

- Nun... nunca he matado a nadie, Zai.- murmuró, y al pronunciar aquello en voz alta, su terror se triplicó.

Zai´jayani posó su mano en el hombro cubierto por malla de su compañera.

- No te p´eocupes por eso, Comadreja- dijo- Yo soy tus armas. Tú p´eocupate de no morih.

Con un chirrido, la verja se alzó y el furor estalló en las gradas.

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