Los Hilos del Destino XX

lunes, 18 de enero de 2010

17 de Enero:

Al parecer, hemos llegado a un punto crucial en nuestra ruta: unas ruinas troll semienterradas en el desierto que marcan el fin de nuestra ruta hacia el sur, al tiempo que indican nuestro giro hacia el este. Un goblin tiene aquí una pequeña tienda de campaña, un historiador que se dedica a desenterrar las ruinas con ayuda de una pala y un pincel. Dice Dremneth que podemos aprovechar este punto para hacer un largo descanso. Apenas ha pasado el mediodía y a la sombra del toldo, sugiere que podemos esperar al atardecer para reemprender la ruta sin tener que caminar con el sol de frente, cegados por la luz.

Todos los músculos de mi cuerpo reclaman atención y descanso. El agua en el camino es tan exigua que Dremneth insistió en ir a pie. Han sido largas horas de camino a través de las arenas, y aunque caminar siempre ha sido mi senda, no puedo evitar sentirme entumecida por el agotamiento. Dremneth es un guía eficiente pero silencioso, y en rara ocasión habla durante la ruta. Solo cuando descansamos, o cuando nos detenemos para hacer noche, habla conmigo. También parece ser consciente de mi necesidad de momentos a solas para la oración, la introspección o sencillamente para narrar en estas páginas el avance de mi búsqueda.

Ha sido mientras compartíamos el almuerzo junto a la hoguera del goblin que le he hablado del objetivo de mi misión, de mi búsqueda de Nozdormu para suplicar su ayuda. Y ha sido en ese momento cuando me ha hecho un descorazonadora revelación: Nozdormu, señor y padre del Vuelo de Bronce, ha enloquecido. Nada se sabe del origen de su locura, pero está perdido en las Corrientes del Tiempo, dejando a su consorte, Soridomi, a la cabeza de las Escamas de las Arenas y a Anacronos como nuevo señor del Vuelo hasta su retorno. Este, según dice Dremneth, ha sido visto en los barrancos cercanos a las Cavernas, y ataca a todo aquel que intenta acercársele. Sin embargo él y solo él puede ayudarme.

- ¿Sigues queriendo seguir con esto, Bálsamo?- me ha preguntado Dremneth.

Podría haberle dicho que nada frenaría mi búsqueda, que caminaría hasta que mis pies sangraran, hasta que el mundo terminara en un precipicio abrupto ante mí, que no dejaría que todos los sacrificios que había traído de la mano el nacimiento de esta niña fueran en vano. Que esa niña es para mí lo único que me ata a este mundo, por despreciable que sea este pensamiento en una sanadora que ha jurado dar su vida por la entrega. Podría haberle transmitido tan solo un atisbo del tormento que me amenaza dia y noche, cerniéndose sobre mí como una sombra oscura. Podría mostrarle lo que ocurrió la primera vez que perdí a la mitad de mi alma. Podría dejar que mi dolor y mi desesperanza lo envolvieran como unas alas y lo ciñeran, ahogándolo en recuerdos perdidos, como ocurrió hace tiempo, cuando era Tormento, cuando me llamaban el Fantasma de Desesperanza.
Podría haberle mostrado todo aquello para que comprendiera que me arrojaría a las fauces de un dragón con tal de salvar a esa niña. Podría haberlo hecho, y sin embargo no lo he hice, porque Dremneth me miró, clavó en mi sus ojos grises, y percibí un estremecimiento en su alma, como si un atisbo de todas aquellas emociones hubieran llegado hasta él sin yo desearlo.

Se puso en pie y rodeó la hoguera para llegar hasta mí, y entonces, para mi sorpresa, se arrodilló a mis pies, sin dejar de mirarme fijamente, como si pudiera ver a través de mi alma. Me pregunto si es este el efecto que causo yo cuando mi visión me acerca a los corazones de las personas.

- Te acompañaré.- dijo al fin, sencillamente, y en aquellas dos palabras habitaba la esencia de mis pensamientos, envueltos en un aura de comprensión, de empatía. Mi carga, de pronto, pareció menos asfixiante. De pronto, mi camino pareció menos solitario.

Me estremecí.

1 comentario:

Percontator dijo...

Decididamente, me gusta.