En los Confines de la Tierra XIX

sábado, 30 de enero de 2010

Dos días después:

El carro, tirado por dos bueyes, llevaba los cadáveres amontonados como sacos, unos sobre otros. La carne y la sangre creaban una dantesca visión, y las moscas acudían a cientos al festín. Atravesaba el campamento indolentemente, ajeno a los esclavos que, o bien le daban la espalda o bien le miraban fijamente como quien contempla al que algún día será su propio futuro.

Un brazo cercenado cayó al suelo y rebotó macabramente antes de quedar inmóvil.

Comadreja no hubiera podido vomitar aunque hubiera querido, ya no tenía nada en el estómago que tirar. Miró con asco el miembro amputado y luego, tomando aire, se agachó para recogerlo y lo arrojó de nuevo al interior del carro que se alejaba. Le asombró a sí misma la frialdad con la que lo hizo, y supuso que tras dos días contemplando como esos miembros eran cercenados en la arena habían acabado por inmunizarla de alguna manera.

Secándose el sudor de la frente con el brazo, se encaminó de nuevo hacia el rincón del campamento que los trolls habían tomado para sí. Había perdido ya la cuenta de cuantos combates había luchado desde que llegaran: después del primero - en el que sí había vomitado, y cómo- todo había sido una sucesión interminable de arenas, precarias sanaciones, alguna despedida y de nuevo arenas. Tras cada combate, Zai´jayani le había enseñado a explorarse en busca de lesiones que hubiera podido obviar en la exaltación del combate. Ambos se inspeccionaban en busca de cortes, heridas, se obligaban a girar ante la mirada del otro para no pasar nada por alto. Además, tras esto, Zai no le permitía tirarse al suelo a retomar el resuello, sino que la obligaba a hacer ejercicios y solo después de haber estirado cada músculo de su cuerpo, le permitía tomar descanso.

Con aire distraído se palpó la costra tierna de su cabeza: en uno de los combates, el escudo de su contrincante le había golpeado el rostro con tanta fuerza que le había rasgado el cuero cabelludo, abriendo una herida que no era grave pero que sangraba profusamente. Desde aquel golpe, la visión de su ojo derecho se vio anegada de rojo, y no la recuperó hasta que el combate terminó y pudo limpiarse el rostro. Medio rostro que, por cierto, estaba tan inflamado que parecía deforme, y que ahora, aunque ya no estaba hinchado, presentaba un color morado muy poco saludable, que dejaba paso a regiones verdosas y amarillentas allá donde Zun´zala le había aplicado las sanguijuelas.

Cuando alcanzó a Zai, este estaba sentado en el suelo, afilando la hoja de una de sus espadas, sujetándola entre las piernas.

- ¿Qué dicen?- inquirió al verla acercarse por el rabillo del ojo.

Comadreja se sentó en el suelo polvoriento y recogió las rodillas contra el pecho.

- Nada de nada.- suspiró- Nadie sabe quién luchará en los próximos combates, o al menos nadie lo dice. ¿Eso es mala señal?

Zai´jayani la miró un instante y se encogió de hombros levemente. Podía imaginarle guiñando el ojo, pero ahora una importante cicatriz se lo mantenía entrecerrado. Para él, el enemigo también se había acercado más de lo necesario.

- Pue que no lo sepan.- dijo con despreocupación- No deberíah da´le tantah vueltah, bichito. No eh bueno. No eh malo tené la información, peo ta´poco vale la pena dale vueltah.
- Pero…- protestó Comadreja- Si supiéramos contra quién vamos a luchar, podríamos estudiar su estrategia, ver la mejor manera de aislarlos…

Frunció el ceño, repentinamente contrariada ¿Había dicho ella aquellas palabras? Zai emitió un leve sonido neutral y desenfadado.

- Si tu p´oblema no tiene solución ¿pa que da´le vueltas? Y si la tiene… ¿pa que da´le vueltas?

Y dicho esto volvió a concentrarse en su arma. Comadreja maldijo poco elegantemente y se puso de nuevo en pie. Se sentía inquieta, y la aparente indiferencia de Zai no ayudaba. Comenzó a caminar nerviosa por aquella pequeña parcela, sin saber muy bien como descargar la tensión que se acumulaba en su pecho, en sus hombros, en sus manos. Sabía que Zai tenía razón, que realmente no valía la pena darle muchas vueltas. Al fin y al cabo, no habían sabido con quien se enfrentarían en cada combate y habían salido más bien airosos… Formaban un buen equipo, sí. Podrían con lo que les pusieran delante.

Hasta donde estaban llegaban los gritos de los espectadores de la arena. Los combates continuaban, desde el mediodía hasta bien caída la noche, cuando los luchadores tenían que combatir a la exigua luz de las antorchas que apenas alcanzaban a iluminar el contorno de la arena.

- ¿Cuchas lo que dicen?- inquirió de pronto Zai, que seguía sentido en el suelo.

Comadreja entrecerró los ojos, tratando de distinguir algo entre aquel estruendo. Y entonces lo entendió.

“¡COBRA! ¡COBRA!”, bramaban, con un entusiasmo que rozaba el fervor.

Se volvió hacia Zai.

- ¿Realmente es ella?- inquirió- Pensaba que no la habían traído, no la he visto desde que llegamos…

Zai dejó el arma en el suelo.

- Cobra e´ una de las mejores luchadoras de Mash´apur.- dijo- No la verás caminando po´aquí. A los ca´peones los tienen en tiendah llenah de comida, de ot´os e´clavos…

Esclavos de esclavos.

Comadreja dirigió una última mirada al edificio del coliseo y se encaminó a los barracones.

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