En los Confines de la Tierra XVIII

jueves, 28 de enero de 2010

La multitud aclamaba a los guerreros, les saludaba antes de aquel combate, les animaba para que ofrecieran un gran espectáculo, un espectáculo de sangre y muerte. Los gritos no se distinguían, era una cacofonía infernal acompañada de objetos que se precipitaban en la arena desde las gradas: flores, papeles, suciedad… Comadreja miró a su alrededor mareada: aquel coliseo estaba rodeado por un altísimo muro blanco y el público observaba desde arriba, desde bien lejos de las salpicaduras de sangre. En aquel pozo todo daba vueltas, ni siquiera el cielo azul sobre sus cabezas le ofrecía tranquilidad. Incluso el sonido parecía distorsionado, como si se alejara y se acercara, reverberaba en las paredes de alabastro sumiéndolo todo en el caos. El corazón le latía violentamente en la garganta, solo sentía ganas de sollozar, de vomitar, de arrojar las armas y salir corriendo, pero aquellas blancas paredes se alzaban monstruosamente a su alrededor, y la verja se había vuelto a cerrar… Apretó convulsivamente las armas mientras las lágrimas le bañaban el rostro.

Sintió entonces la presencia de Zai´jayani a su espalda.

- Repira hondo, Comadreja.- le dijo, sin dejar de mirar al frente, sosteniendo firmemente las armas, como si fuera un guerrero libre, como si no llevara aquella cadena al cuello, como si no luchara para el regocijo de la turba- Cént´ate en la aena, o´vidate de las paedes. Tudia a tu oponente. Tudia el campo de batalla.

Con ella y Zai iban una tauren de pelaje oscuro que se hacía llamar Mortos y Ziga, una hembra troll que había bailado entorno a la hoguera aquella noche, en la sabana. Ziga llevaba red y tridente, y su compañera de cadena, una larga soga que ondeaba amenazadoramente con gestos circulares, y una espada corta. Ziga, como el resto de los trolls, se había trenzado plumas en el cabello y había pintado su rostro de color rojo, lo que le daba el aspecto de un demonio.
Comadreja respiró hondo, llenando su pecho de aire, tratando de acallar el temblor. Afianzó la presa de sus armas, aseguró bien sus pies en el suelo. Respiró hondo de nuevo. Poco a poco, las vueltas se volvieron más lentas, pero no se detuvieron. En algún lugar a su derecha sonó un chirrido y nuevos luchadores entraron en la arena. Sus contendientes.
La turba bramó de nuevo. Eran cuatro, y también iban encadenados por parejas. Comadreja sintió como el suelo amenazaba con huir de sus pies cuando vio que, aunque cubiertos de tatuajes y con extraños peinados, dos de ellos eran humanos. Buscó en sus miradas algún atisbo de reconocimiento, de solidaridad en su propia raza, pero el odio de sus miradas se le clavó en el pecho, llenándola de terror. Cada uno de ellos iba encadenado a un orco, y la distribución de sus armas era muy parecida a la de su propio equipo. Uno de los humanos, y el orco del otro grupo portaban un gran escudo y un arma, mientras que sus acompañantes llevaban dos armas como Zai, y una red con tridente. Los dos grupos se miraron con fiereza, retándose con la mirada, como asegurándose unos a otros una muerte larga y dolorosa que les llenara de gloria.

- Usa la espada para rasgar la red.- dijo Zai a su espalda, sin mirarla. No hablaba en voz baja, pero el clamor en las gradas era tal que no podían haberle escuchado dos pasos más allá.- No dejes que nos atrapen.

Comadreja tragó saliva dolorosamente.

- ¿Y Ziga y Mortos?- inquirió con voz ahogada.

- Saben cuiarse solas.- respondió Zai, sonriendo ligeramente. De repente su postura cambió y se volvió ofensiva. Su mirada, peligrosa. Añadió con ligereza- Si me matan, pegate a ellas.

Ziga se volvió hacia ella y le guiñó un ojo. Mortos resopló, sin apartar la vista de sus contendientes, ondeando el lazo sin parar. El sonido de un cuerno retumbó en las antiguas ruinas, rebotando en las paredes del coliseo y multiplicándolo hasta el infinito y de pronto se vio arrojada hacia atrás por una fuerza descomunal. Se estrelló contra el suelo luchando por no soltar las armas, y de pronto sintió que la cadena en su cuello se tensaba y la obligaba a ponerse en pie de un doloroso tirón.

El combate había comenzado.

Alzó la vista, Zai era brutalmente acosado por una de las parejas, y ora esquivaba ora paraba con ayuda de las dos armas, que en sus manos se movían a una velocidad insospechada. Oía el chasquido de las armas de Ziga y Mortos en algun lugar más allá, pero todo sucedía frenéticamente y el zumbido de la turba era ensordecedor. Con el corazón en la garganta, Comadreja afianzó el escudo, tomó aire dos veces y cargó. El impacto del choque le arrebató el aliento, pero oyó la exhalación ahogada de su contrincante y de algún modo supo que había funcionado. No tuvo tiempo para alegrarse. Apenas una fracción de segundo más tarde, los golpes llovieron sobre su escudo con dolorosa constancia, tan fuerte que a cada golpe le temblaban los brazos y los dientes. Un gemido brotó de su garganta mientras trataba de mantener su posición bajo los golpes y al mismo tiempo, desplazar a su contrincante lejos del costado de Zai, que seguía bailando con sus armas, enfrentándose al orco del escudo. Supo entonces que su enemigo era el humano de la red, e instintivamente afianzó su presa sobre las armas y hundió un poco más la cabeza entre los hombros.

Un golpe, otro, otro. Le dolían los dientes, le dolían los brazos... Un golpe, otro, otro. El escudo vibraba violentamente. Con cada golpe retrocedía un poco. Con una lucidez que la asustó, se dio cuenta de que estaba demasiado alto, no le permitía ver a su contrincante, pero temía asomar la cabeza, sabiendo que su enemigo ostentaba el tridente y que la red podría atraparla. Si quería proteger a Zai y no arriesgarse a ser herida por sus armas durante el combate, tenía que ganar terreno, tenía que hacer retroceder a su acosador. Expulsó aire a golpes cortos, tres veces, y bajó el escudo apenas una fracción, justo para ver como el tridente buscaba su carne, seguidos por la mirada rabiosa del humano. No tenía tiempo para volver a afianzar el escudo frente así, y cuando el tridente chocó con la madera, oyó un raspazo en el escudo y vio aparecer los terribles dientes lejos, desviados.

"Ahora" se dijo. Y llevando el escudo más allá para mantener inmovilizado el tridente, descargó el arma contra su enemigo desequilibrado, obligándole a retroceder varios pasos. Oyó entonces lo que le pareció el bufido de una pantera, feroz y escalofriante, multiplicado mil veces por el eco de las paredes de alabastro, por encima del estruendo de las gradas. Y entonces supo que había sido ella.

Oyó la voz de Zai, extrañamente divertido, un poco más allá.

- ¡Rabia, bichito!- gritó, sin dejar que su enemigo se acercara un paso más de lo deseado. Un golpe, una esquiva- ¡JA!

La multitud rabiaba.

1 comentario:

Percontator dijo...

¡Síiii!....¡Con Furia Fría!
*-*