Los Hilos del Destino XXII

martes, 19 de enero de 2010

19 de Enero:

Aquí, en la serenidad y calidez de la posada, parece increíble que hace apenas unas horas estuviera caminando por un barranco polvoriento, con el cabello y las ropas llenas de arena, bajo un sol abrasador. Aquí, en las profundidades de la tierra, resuena en mis oídos un sonido casi olvidado: el rumor de las Corrientes del Tiempo, aquel que llenara las noches de los Tres Soles y sus portentosos viajes.

Desperté al amanecer del día de hoy en la soledad del campamento. Dremneth no estaba, tampoco su bastón ni su mochila, y las brasas de la hoguera, aunque cálidas, estaban apagadas. Ver que se había marchado me sorprendió sobremanera, teniendo en cuenta la sensación que había percibido de su juramento hace apenas un día. Había dicho que me acompañaría y sin embargo ahora despertaba sola a solo media jornada de mi destino. ¿Habría considerado mi guía que ya no necesitaría de sus servicios? ¿Que estando tan cerca de las Cavernas su compañía fuera del todo innecesaria? Fue inmersa en estos pensamientos cuando descubrí que sobre los carbones descansaba un pequeño paquete de piel, dejado allí con la clara intención de que lo encontrara al despertar. Dentro del paquete, al tomarlo, encontré un único objeto: un anillo broncíneo con un extraño símbolo trabajado en el metal como único adorno. Tomándolo por un obsequio de Dremneth, lo deslicé en mi dedo, y al entrar en contacto mi piel con el metal, de nuevo me recorrió la sensación que me asaltara cuando mi compañero prometió que seguiría conmigo hasta el fin de mi viaje.

“No estás sola” parecía decir “Sigo contigo, estés donde estés. Volveré”

No podría explicar como sabía que aquello que sentí era cierto, del mismo modo que solo puedo atribuir mis dones a la Gracia de Elune. Pero con la misma certeza en que puedo ver las heridas del alma, percibí aquel mensaje que me daba el anillo. Me puse en camino entonces, después de recoger mis exiguas pertenencias y de enterrar las brasas en la arena, cuando el despuntaba por el horizonte. El camino en si mismo no era complicado, pero el sol ascendía frente a mi y me cegaba, y el rostro me ardía mientras mis pies se hundían en las arenas del desierto. Por suerte, tras unas pocas horas de marcha, entré en la sombra proyectada por las montañas, y su inmensa mole se alzó ante mí, aunque lejana, ocultando el sol que cegaba mis ojos. El cambio de temperatura fue palpable, de caminar por las arenas calientes a entrar en la fresca penumbra proyectada por las montañas, y mi marcha se hizo más ágil y rápida. En apenas unas horas alcancé la formación rocosa que son las montañas que amparan las Cavernas del Tiempo. Esta cadena tiene forma de media luna, y en su centro, se interna un pasaje de tierra flanqueado por sendos barrancos, áridos y profundos, y que acaba por desaparecer en la negrura de una cueva abierta en la roca como una boca, gritando misterios. Mi viaje hubiera concluido traspasando el umbral de aquella gruta para descender a las entrañas de la tierra en busca de Nozdormu, pero Dremneth había hablado de la locura del padre del Vuelo de Bronce y de Anacronos, que habita los barrancos y que lidera a las Escamas de las Arenas en ausencia del Aspecto. Así aparté mi vista de la entrada de la gruta y, al alcanzar el pasaje de tierra, comencé mi descenso por los barrancos, más abruptos y profundos de lo que había imaginado en un primer momento.

El descenso fue lento y penoso al carecer de cuerdas para asegurarme, y cuando estaba a medio camino del fondo, un deslizamiento de arenas me arrastró como una ola y dio con mis huesos en el suelo sembrado de rocas en una aparatosa caída. Mis huesos protestaron, y tuve que escupir la arena que me había entrado en la boca, pero me dije, a modo de consuelo, que al menos había llegado al fondo y que no podría caer más allá.

El fondo del barranco estaba repleto de rocas y ruinas diseminadas hasta allá donde alcanzaba la vista, y no había ningún lugar en el que, al parecer, pudiera ocultarse un dragón de gran tamaño. Sin embargo, era consciente de que los dragones eran criaturas imbuidas de una magia muy poderosa y que perfectamente podrían ocultarse a los ojos de visitantes no deseados. Caminé por tanto con cuidado y atención, tratando de no parecer ansiosa, aunque en mi pecho martilleaba el corazón como una fierecilla encarcelada y frenética, ante la perspectiva de que allí, en aquel barranco, finalizara mi viaje y mi vida entre las fauces de aquellas bestias formidables. Al paso de las horas y en vista de la ineficacia de mi vista, decidí tomar un descanso y me senté en una roca para recuperar el aliento.

Apenas había tomado asiento, cuando de repente la roca bajo mi cuerpo se agitó y de pronto me vi arrojada al suelo con violencia mientras sobre mí se alzaba una inmensa mole que proyectaba una sombra terrorífica en la tierra ante mis ojos. Presa de un terror absoluto, me volví, aún agazapada en el suelo, para ver un dragón inmenso, con las escamas del mismo color que la arena circundante. En aquel momento el terror me invadió pues el dragón era, con mucho, la criatura mas inmensa que en mi vida viera, con patas tan gruesas como secuoyas milenarios, altas como columnas, con escamas de brillo metálico y feroces ojos de ámbar. Sus colmillos eran tan grandes como mi persona, y relumbraban como el marfil, letalmente afilados.

- ¡Has venido a un lugar prohibido, Hija de las Estrellas!- rugió el dragón con una voz que era al mismo tiempo el tañer de las campanas y el retumbar del trueno, hablando en la antigua lengua.- ¡Pagaras cara tu osadía!

Levantó entonces una garra gigantesca, sin darme tiempo a gritar siquiera, y yo, en mi desesperación, alcé los brazos para protegerme como si aquello hubiera servido de algo. Y entonces, para mi sorpresa, el dragón frenó su ataque con un ronco gruñido.

- ¡Ladrona!- rugió, de pronto lleno de rabia- ¡Como toda tu raza, execrable! ¡Traidora!

Se agazapó amenazadoramente, mientras sus ojos reptilianos me traspasaban , llenos de odio y acusación. Desconcertada, alcé mis manos ante mí, mostrando las palmas en lo que, para cualquier otra raza, hubiera significado paz. Y entonces lo vi: el aro de bronce en mi dedo reflejaba la luz del sol y lanzaba destellos al aire. Y comprendí.

- Fue un obsequio- atiné a decir, con la voz temblorosa como la llama de una vela en la corriente.

El dragón comenzó entonces a caminar a mí alrededor, acechante, sin apartar la mirada de mí, como si fuera un inmenso felino y yo un indefenso ratón inmovilizado por el miedo.

- ¡Mentirosa!- siseo con rabia el dragón- ¡Quien te lo dio también fue un ladrón! ¡No solo osas venir a este lugar, después de la traición de tu pueblo! ¡Acudes aquí, ostentando como si fuera un tesoro, un objeto robado que te dio algún mortal rastrero que…
- Fui yo.- dijo una voz tranquila y firme, desde algún lugar a mi espalda.

El dragón alzó la vista y fue evidente la sorpresa en su mirada. Siguiendo su mirada me volví, y mi corazón sollozó de alivio al reconocer la figura encaramada a la roca.
Dremneth bajo de un salto de su parapeto y se acercó con paso despreocupado hacia el dragón.

- Yo se lo di- dijo mientras se acercaba- Y si mi memoria no me engaña, con el me fue dada la gracia de entregarlo a quien yo deseara, padre.

Al llegar ante el dragón, sostuvo la mirada de aquella mágica criatura con un aplomo que me fascinó. El dragón, entonces, gañó levemente y de nuevo habló, aunque la ira había desaparecido de su voz.

-Dretelemverneth, creíamos que habías muerto.-dijo- Y ahora regresas trayendo contigo a una Hija de las Estrellas a la que has entregado tu Sello.

Se acercó entonces Dremneth, o mejor dicho Dretelemverneth, al morro del dragón y apoyo la frente con cuidado contra las escamas doradas. A mi alrededor, el aire vibró con la magia y supe que, de algún modo, no necesitaban de las palabras para comunicarse. Permanecieron así largo rato, sin prestarme atención, y supe que de algún modo estaba compartiendo con el todo lo que había pasado desde la última vez que se vieran, tal vez hace milenios, y que ello me incluía, y fue en aquellos momentos cuando me di cuenta de que la aparición de Dremneth no había sorprendido a mi corazón, como tampoco lo había hecho el modo en que se había dirigido a Anacronos, señor del Vuelo de Bronce. Ahora desde la distancia que me ofrecen las horas, supongo que de algún modo sabía que Dremneth no era en modo alguno humano, y que si no había intuido que era un dragón se debía exclusivamente a que, hasta la fecha, rara vez me había cruzado con uno de ellos. Fui consciente entonces de la inmensa gracia que me había sido concedida, y me sentí pequeña y honrada por la magnificencia de aquellas criaturas que me habían encontrado digna de portar su Sello.

Al cabo de no recuerdo cuanto tiempo, si fueron horas o minutos, Dremneth y Anacronos se separaron y volvieron a utilizar el lenguaje hablado y la antigua lengua, lo que quería decir que querían que yo entendiera lo que decían.

- Llévala dentro y que le den cobijo. Este es un asunto que debo poner en conocimiento de Soridomi antes de tomar cualquier decisión.

Dremneth asintió entonces y, volviéndose hacia mí, dijo:

- Vamos.- y tendió la mano hacia mí.

No puedo decir que la transformación fuera larga o espectacular, no creció ni surgieron alas de su espalda, no brotó de su rostro un morro alargado cubierto de escamas, ni se tiñó de dorado gradualmente. Sencillamente tendió la mano hacia mí y de pronto, donde había estado el, había un dragón de escamas broncíneas.

Mis ojos se llenaron de maravilla ante la hermosura de aquella criatura, y de pronto en mi interior sentí un contacto amigable, como una caricia leve, como una mano reconfortante en el hombro.

“Vamos” dijo la voz de Dretelemverneth en mi mente.

Y por primera vez en mi vida, cabalgué a lomos de un dragón.


Descendimos siguiendo las corrientes del aire por la gruta que llevaba a las entrañas de la tierra. En mi mente, sentía el contacto amigable y cercano de Dretelemverneth, y sentía sus poderosos músculos tensarse bajo mi cuerpo. Sus alas, de membranas color marfil, vibraban con la corriente, y a mí alrededor se deslizó el mundo como en un sueño.

Tomó tierra junto a una pequeña puerta de madera incrustada en la piedra del túnel. Segundos después, un hombre de aspecto afable apareció en el umbral.

- Me alegra ver que has llegado sana y salva – dijo- Bienvenida a las Cavernas del Tiempo, Bálsamo.

Descendiendo del lomo de Dremneth, hice una reverencia a modo de saludo por la cálida bienvenida y me volví interrogante hacia mi compañero.

“Entra y descansa” dijo su voz en mi mente, mientras me miraba con los ojos de plata “Vendré a buscarte cuando tomen una decisión”

Y dicho esto, agitó levemente las alas y se elevó en el aire para desaparecer en las profundidades de la tierra.

Ahora estoy aquí, descansada, alimentada y limpia. La habitación en la que me han alojado me recuerda en cierto modo a mi hogar, cuando era una niña, en las faldas del Monte Hyjal. Unas velas alumbran la estancia mientras escribo y escucho el rumor de las Corrientes del Tiempo. Por la ventana, las veo ondear como un torbellino de colores que me resulta familiar. Ahora sé por qué Brontos Algernon se sintió hechizado por este lugar.

Ahora espero la decisión de los dragones.

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