Los Hilos del Destino XIX

lunes, 18 de enero de 2010

16 de Enero:

Después de tantos días
incapaz de emprender mi viaje, resulta que ahora apenas encuentro el momento de parar la marcha y sacar este humilde cuaderno. Es como si los dioses se empeñaran en poner trabas a mi camino para luego, de repente retirarlas y permitirme avanzar, y de nuevo frenar mi camino. Sin embargo, no puedo lamentarme: hace dos días pensaba que no saldría en mucho tiempo de la posada y he aquí que amanece por el este sobre las dunas y llega a mí el olor a carne de la hoguera de mi guía.

Al día siguiende mi última entrada, la tormenta se desvaneció como por ensalmo y descubrimos la ciudad parcialmente sepultada bajo las arenas. Todos aquellos que abrieron sus puertas para dar la bienvenida al nuevo día, se arrojaron de inmediato a las calles con palas y escobas, para poder desperjar su ciudad y liberar las calles anegadas de arena. He de admitir que no hubiera imaginado semejante comportamiento de colaboración en gentes como los goblins, y fue para mí una grata sorpresa verles trabajar juntos, con otras razas, para liberar este asentamiento en el límite del desierto.

Al carecer yo de fuerza para manipular las palas y rastrillos, me dediqué como es costumbre a aliviar el dolor de las manos llenas de ampollas y atender otros accidentes menores en el transcurso de la mañana. Estaba vendando la mano de un pequeño goblin que se había clavado una astilla en los deditos, cuando oí a mi espalda una voz.

- Busco a Trisaga.- dijo.

Sorprendida, me di la vuelta justo para ver como uno de los goblins que trabajaba en aquella parte de la ciudad, señalaba hacia mi para un humano de ropas de viaje.

- Yo soy.- respondí acercándome.

Era un hombre de mediana edad para los humanos, de ojos grises y cabello castaño, largo hasta los hombros y con una perilla descuidada. Vestía ropas de cuero, gastadas pero de buena calidad, y portaba al cinto una espada. El rostro, aunque manchado de polvo y desdibujado por la perilla, mostraba un perfil noble y una alta frente.

- He oído que buscas un guía para el desierto, Bálsamo.- respondió, y me sorprendió que alguien de su edad recordara como dirigirse a una Lágrima de Elune.- Pero me cuesta imaginar qué puede haber en el desierto que interese a una sanadora. ¿Tal vez la historia a las puertas de la vieja Uldum?

- Necesito un guía que me lleve a la Cavernas del Este- contesté.- ¿Quién eres tú?

Los ojos del hombre centellearon con curiosidad.

- Aquí me conocen como Vagabundo, pero puedes llamarme Dremneth, Bálsamo. - terció el humano- Vayamos a la posada y comamos algo. Tal vez podamos hablar de negocios.

Volvimos a la cantina, donde nos sirvieron agua fresca recién llegada desde el puerto. El humano pidió carne para sí, y algo de fruta para mí. Curiosamente, no le había dicho que jamás como nada que alguna vez haya caminado sobre la tierra.

- ¿Conoces el desierto?- pregunté cuando hubimos saciado nuestro hambre, en nuestro discreto rincón de la posada.

- Realizo a menudo la ruta que llega a las puertas de Uldum. El lugar al que quieres ir está a medio camino, torciéndo hacia el este. - respondió Drenmeth, trazando un angulo en la mesa con la punta del índice.- Las Cavernas del Tiempo son un lugar peligroso, Bálsamo. Los Dragones nunca han sido criaturas amistosas. Ellos custodian las Corrientes y no permiten que nadie intervenga en lo que ha ocurrido o ha de ocurrir. ¿Qué puedes querer tú de ellos?

Aquel hombre me hablaba con una confianza que por lo general me hubiera incomodado, pero por alguna extraña razón, no despertaba recelos en mí. Había algo en él que no sabía identificar, pero lo que mas me sorprendió fue ver su alma como una pequeña llama en el centro de tantos hilos de luz, que bien hubiera podido ser un diente de león extendiendo sus filamentos hacia el infinito. Jamás había visto nada semejante, tantas conexiones, tantas relaciones... Fue como si...

Dremneth me mira desde la hoguera casi extinta, parece que es hora de dormir si queremos partir mañana temprano.

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