En los Confines de la Tierra XV

domingo, 10 de enero de 2010

Dos semanas después:

El sol brillaba en lo alto, una bola de fuego inflamando las escasas nubes que recorrían el cielo. El canto de las cigarras sesgaba el aire y bolas de matojos secos rodaban por la tierra, único movimiento en el campo de entrenamiento. A la sombra de un algarrobo que el colectivo troll se había adjudicado para sí, el pequeño grupo descansaba, evitando el asfixiante calor del medio día.

- Han pasado muchos días.

Calor y polvo.

- ¿Has olvidado ya todo lo que te enseñé?

Zai´jayani frunció el ceño y siguió tallando la madera con su pequeño cuchillo. Frente a él, Zun´zala, agitaba las tabas en sus manos, generando un repiqueteo sutil. El viejo chamán troll, con el pecho surcado de cicatrices, clavó la mirada en su compañero, arrojó las tabas, que rodaron brevemente por el suelo polvoriento, y las observó atentamente. Sus ojos viejos se entrecerraron, estrechó los labios.

- Necesita tiempo.- dijo de pronto Zai´jayani.

- Ya ha tenido tiempo, Zorro.- fue la respuesta del chamán, que apartó la vista de las tabas para mirarle- Demasiado.

Zai alzó la vista de la madera que tallaba y la dirigió a la solitaria figura que permanecía inmóvil algunos metros más allá, separada del grupo pero todavía dentro de la zona asignada a los trolls. Comadreja tenía la mirada ausente, como la había tenido desde que fuera castigada por su huída. Se mantenía apartada, siempre en silencio, sentada o tumbada de modo que no le tiraran las heridas de la espalda, y miraba sin mirar. Realmente parecía una muñeca rota, ausente, vacía. Apenas reaccionaba cuando se le hablaba, y no respondía a las increpaciones de los orcos, que se burlaban desde su zona. En una ocasión le arrojaron incluso montones de fango e inmundicia, que no se molestó en esquivar ni en limpiarse después. Se había convertido en una cáscara vacía. Sencillamente no estaba allí.
Zun´zala siguió la línea de su mirada y pareció adivinarle el pensamiento.

- Si no regresa pronto, su cuerpo no querrá aceptarla.- dijo, recogiendo las tabas del suelo- Ya sabes lo que tienes que hacer.

Zai´jayani sabía que su viejo mentor tenía razón. Él mismo sabía, sin necesidad de que se lo dijeran, que no podía seguir así; pero se había intentado justificarla alegando que su raza era débil, y que entre los humanos, las hembras eran menos resistentes. Aún así, sabía que aquello no era excusa, y que aunque lo fuera, era necesario intervenir. Se puso en pie con gesto cansado y caminó lentamente hacia aquella muchacha menuda que se había convertido en una amiga.

Cuando llegó hasta ella, ni siquiera alzó la vista para mirarle. Se detuvo en pie ante su vista, pero parecía mirar lejos, mucho más lejos. Su piel, que había tenido el tono del marfil más claro, se había oscurecido, a causa de las largas horas bajo el sol. El cabello, negro como el ala de un cuervo, se esparcía entorno a su cabeza en espesos rizos, dándole un aspecto estrambótico.
Esperó uno instantes, por si necesitara tiempo para reaccionar, pero no obtuvo reconocimiento alguno de su presencia.

- Ponte´n pie.- dijo al fin, con firmeza. Ella ni siquiera le miró. Parpadeó despacio.

- No puedo. Déjame.

Zai apretó los puños, se acuclilló para poder mirarla a los ojos, la tomó de las muñecas con deliberada fuerza.

- Mí´ame.

Los ojos verdes parecieron regresar de algún lugar muy lejano, se clavaron en los suyos con un reconocimiento mínimo. Zai trató de buscar una chispa de la antigua rabia en aquellos ojos, pero había en ellos una desidia total y absoluta, agotamiento, indiferencia.
Comadreja apartó la mirada, con un deje de vergüenza y habló muy bajito, tanto que Zai tuvo que hacer un esfuerzo para escucharla.

- Cada vez que me muevo, las heridas se abren.- murmuró la muchacha- Duele.

Zai´jayani chasqueó la lengua.

- ¡Caro que duele, bichito!- exclamó con tono mordaz- ¿Qué espe´abas? ¿Ca´icias? ¿Co´quillas?

Comadreja frunció el ceño, pero su gesto parecía más dolorido que enfadado. Evitó la mirada del troll aún más deliberadamente que antes. Zai suspiró.

- Si no te mueves, jamás te´ecuperarás.- explicó, alzándole el mentón para que le mirara- Tu espalda s´está cu´ando, pe´o si se cura así de quieta, jamás volve´a a ser como antes. Será siemp´e así, encogida, dura. Tie´s que move´te, dar caló a tu músculo. Poco a poco, pero tie´s que hacerlo. Si no lo haces, nunca podrás cogeh una e´pada de nuevo. ¿Crees que Broca te dejará tarte aquí quietecita?¿Que le darás pena? ¡Te echará a las a´enas como ca´naza, pa regar de rojo el coliseo!

La muchacha apretó los dientes. En su interior, Zai suspiró aliviado: eso quería decir que aún estaba ahí.

- Tie´s que move´te, Comadreja, - insistió, dispuesto a traerla de vuelta- no me creo que te hayas vue´to débil de un día pa otro. Tú sola, sin ayuda, toma´te la decisión de huir, sabíah lo que te pasa´ía. ¿A que ahora lamenta´se como un cachorro? ¡Zai ha visto el fuego de tu mi´ada! ¡Ha vi´to tu fuerza! ¿Ande está aho´a? ¡Menuda una guerrera! Va´sultar que no ereh más que un mono coba´de que s´encoge de mieo cuando se ace´ca eh tigre.

La mirada que le regalaron los ojos verdes destilaba odio. Aquello le llenó de una insospechada sensación de alivio. Mirándola con fingido desprecio, se puso en pie.

- Ve´güenza me das, ´queño mono. – escupió- Y cuando Cobra te mate en la a´ena, entonces me darás pena.

Ni siquiera la miró mientras se alejaba. La dejó allí, sentada como una muñeca destartalada, pero de nuevo llena de rabia. En dos noches, tomaría la espada. Estaba seguro de aquello.

Y no se equivocaba.